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Un espiritu histórico no puede tener dudas de que ha llegado el momento de la resurrección del pasado, de la afirmación del presente y la esperanza del futuro. Esto es parte de ello.
Aires de Cambio en la Industria Azucarera en 1750

Aires de Cambio en la Industria Azucarera en 1750

La agricultura comercial se convirtió en un objetivo del gobierno en la década de 1750 y tuvo su despegue en el período 1765-1780. Cuando el Coronel Felipe Ramírez de Estenós llegó procedente de Cuba a ocupar el puesto de gobernador en 1753, se encontró con que la mayoría de la gente en Puerto Rico, como en todos los países en la época, procuraba su sustento de la tierra, tuviera posesión formal de ella o no. Según la población aumentaba, la presión por poner la tierra a producir se hacía sentir. La demanda por la tierra, especialmente de parte de los campesinos pobres y agricultores independientes, había estado creciendo a lo largo del Siglo XVIII. El crecimiento de la agricultura requería la disminución radical, o sea la “demolición” según la expresión política de aquella época, de los hatos que ocupaban los llanos costeros y las partes bajas de los valles. Por Real Cédula del 15 de octubre de 1754, la Corona volvió a intentar controlar el procedimiento de concesión de tierras: “que otorgasen tierras de las incultas y vírgenes a todos cuantos vecinos desacomodados las solicitasen, según sus posibilidades”. Pero la polémica no era por meramente poseer tierras, sino la localización de las mismas, en particular cuando había un sólo puerto autorizado para comerciar y escaseaban los caminos.

El 4 de mayo de 1755 la Corona autorizó la creación de la Real Compañía de Comercio para las Islas de Santo Domingo, Puerto Rico y Margarita. Este privilegio monopolista recayó en los comerciantes de Barcelona por medio de la Compañía de Barcelona. Para el gobernador Ramírez, las perspectivas de la agricultura comercial en la colonia eran muy buenas. Para que se materializaran, había que resolver el problema del latifundio hatero y abrirle camino al sector esclavista pudiente de la clase estanciera. Seis días después de haber Ramírez declarado esto en 1757, un núcleo de veinte propietarios ricos se congregaron en San Juan “por orden de Ramírez de Estenós” y sometieron un escrito explicando su punto de vista colectivo. Estos vecinos formaban parte de la crema estanciera, partidarios de la agricultura comercial. Su escrito proponía una ganadería subordinada a la agricultura. Querían asegurar para la agricultura comercial los fértiles valles costeros alrededor de la isla, en especial los cercanos al puerto de San Juan. Los ganaderos, pues, debían retirarse tierra adentro. Después de esto, el gobernador Ramírez de Estenós mandó la demolición de todos los hatos y criaderos inmediatos al Puerto de San Juan. El gobernador recomendó al Secretario de Estado que las tierras, que hasta entonces se daban como “posesión al uso”, se dieran directamente como propiedad privada. Empece a las órdenes y deseos oficiales, la demolición de los hatos se lograría sólo paulatinamente, registrándose pleitos, oposición de los latifundistas y contradicciones. Hasta 1780 los señores de hatos continuaron acaparando la mayor parte de las tierras.

En medio del optimismo producido por estas nuevas políticas en favor de la agricultura, el Obispo Martínez de Oneca observaba en 1759 “se ha comenzado, aunque muy poco, a arar con bueyes”. Al parecer se habían alcanzado las condiciones de terrenos ya libres de grandes raíces y de escasez de terrenos vírgenes en áreas deseables como para que el arado fuera desplazando a los montones taínos.

Fernando Miyares, en su obra Noticias particulares de la Isla y Plaza de San Juan Bautista de Puerto Rico, escrita en 1757, informaba que todavía buena parte de la producción de caña era convertida en aguardiente. Hizo mención de “algunos trapiches” en Toa Baja, y destaca uno en Río Piedras. En el cabildo de San Juan había “tres o cuatro ingenios”. La crónica de Fray Iñigo Abbad del 1776, Historia geográfica, civil y natural de la Isla de San Juan Bautista de Puerto Rico, identifica por lo menos ocho ingenios cerca de San Juan y unos treinta trapiches alrededor de la isla. Informa el fraile que Toa Baja tenía algunos trapiches además del ingenio de Don Agustín de Losua, “en el que se saca el mejor azúcar y aguardiente de la Isla”.

En 1765, en un momento en el que el rey Carlos III flexibilizó la política conservadora española, el mariscal Alejandro O’Reilly recibió la encomienda de llevar a cabo unas visitas de inspección a las colonias de Cuba y Puerto Rico. También en ese año se le concedió el monopolio para el tráfico de esclavos a Aguirre Arístegui y Compañía, propiciando un aumento en la importación de esclavos a Puerto Rico. O’Reilly, oficial irlandés al servicio de la Corona española, notó la buena calidad de la caña de azúcar de Puerto Rico, y la estimó “la mejor de América”. Para el visitante, la vía fundamental de desarrollo para la isla era la conversión de Puerto Rico en una economía monocultivadora de azúcar para la exportación basada en el trabajo esclavo. O’Reilly señaló la inexistencia de un mercado interno: “todos los vecinos son labradores y como cada uno posee los mismos frutos, no hay mercado, ni comercio interior, ni reciproca dependencia”.

Entre las medidas que propuso O’Reilly estaban: el que algunos hombres de caudal pusieran ingenios, la implantación de un arancel aduanero, el estímulo o la entrada de artesanos y agricultores, la producción obligatoria de aquellos frutos que fueran más útiles para el comercio español, la inmigración de comerciantes, el fomento del trabajo esclavo en proporción al número de tierras poseídas y al tamaño de las familias, la confiscación de las tierras baldías y su repartición junto con las que se poseían en usufructo, y la instalación por cuenta del rey de un ingenio moderno para que sirviera de estímulo a sus súbditos.

Los resultados de estas recomendaciones fueron los decretos de reforma agraria (medidas borbónicas) de 1776 y la Real Cédula de 1778, en la que el Rey Carlos III concedió a los vecinos de Puerto Rico “la propiedad de las tierras”. La concesión vino condicionada, según se anticipaba, al pago de un impuesto anual sobre la propiedad. Estas reformas, que concedían la propiedad legal de la tierra a los que la cultivaban y la reclamaban, tuvieron efecto inmediato sobre la incipiente producción cafetalera, pero no fructificaron para el azúcar hasta el siguiente siglo.

Uno de los períodos más fecundos en materia de reformas, durante el cual se detecta que un proceso de reorientación socioeconómica tipo O’Reilly estaba en curso, coincide con la gobernación de 1769 a 1776 del coronel Miguel de Muesas. En 1770, Muesas declaró la tierra de cultivo “como común de labradores”. Quien no se aplicara al uso agrícola en treinta días estaba sujeto a dos años de trabajo forzado en las Reales fábricas (obras públicas) y a “desposesión” de sus tierras para dárselas en uso a otros que estuviesen “ansiosos de la tierra”. Para encaminar la agricultura hacia unas metas comerciales y bajo la dominación de las Reales Compañías, Muesas dispuso que se hicieran nuevos caminos y puentes “necesarios para el tráfico y el comercio” y que se ensancharan los actuales caminos Reales. Todos los vecinos sin excepción estaban obligados a ayudar en esos trabajos, pero los pudientes podían redimirse mandado sus esclavos o peones, o aportando jornales o instrumentos de labor. Aunque esas medidas tuvieron poco impacto, la agricultura del siglo XVIII crecía lo suficiente demostrar la viabilidad del modelo económico de la agricultura de mercado y así poner en jaque a los hatos costeros.

En 1775, el oeste de Puerto Rico producía el 56% del arroz de la isla. Dicha producción, más allá de las necesidades de subsistencia local, sugiere la existencia de áreas de cultivo suplidoras de mercados más amplios regionales o insulares. El café se había convertido en un producto comercial de mucho crecimiento e interés de parte de los mercados extranjeros, y a su vez, el gobierno fomentaba el cultivo del tabaco.15 Para entonces, la producción azucarera, promovida por un sector grande de la oligarquía hacendada, estaba comenzando a renovarse. Pero para aumentar la producción tendría que extender sus cultivos, desplazando al ganado, al café y al tabaco de los llanos costeros. En ese momento, las pugnas por los llanos costeros cercanos a puertos estaban dándose por toda la Isla. Una vez demolidos los hatos en esas zonas, el desplazamiento se daba por las fuerzas del mercado. Los empresarios azucareros tenían más necesidad de un mejor acceso al puerto porque la transportación de su producto es relativamente más cara,16 por lo tanto ofrecían más por esas tierras que los tabacaleros o cafetaleros.

Los agricultores independientes, generalmente llamados estancieros, constituían el grueso de la población. Los campesinos agregados estaban unidos a otros que poseían las tierras, así para cultivarlas como para su usufructo, pero permanecían sólo a la voluntad del dueño que los admitía y agregaba en sus terrenos. Los “desacomodados” incluían a campesinos desposeídos que vivían de la agricultura en tierras realengas o en fincas ajenas sin entablar relaciones formales con sus dueños, y a los que sobrevivían en la marginación rural y urbana que comenzaba a brotar. Ambos sectores de campesinos desposeídos, junto con los esclavos, establecieron la base laboral de la naciente agricultura comercial.

A partir del último tercio del Siglo XVIII, las cifras de población y estadísticas de producción reflejan un proceso de crecimiento progresivo de la agricultura, la cual venía a depender de un complejo laboral mixto basado en el trabajo campesino independiente, el servil, el esclavo y el asalariado. Como agente del cambio económico en la sociedad colonial criolla, surgía una clase social nueva que procuraba encabezar una transformación agraria: los hacendados. En la década de 1770 se da uno de los procesos sociales trascendentales del Siglo XVIII, la transformación de los estancieros más ricos en terratenientes dedicados fundamentalmente a la agricultura de mercado. En un documento de 1775 ya se identifica a los “vecinos principales” como “hacendados”. Por siguiente, también se comienza a referir a las propiedades dedicadas a la agricultura de mercado como haciendas. En ese momento histórico se puede generalizar que los hacendados cercanos a San Juan eran azucareros, y los del resto de la isla cafetaleros.

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