
Albizu: De la admiración a la reflexión
Mario R. Cancel– Pedro Albizu Campos y el nacionalismo puertorriqueño del Dr. Luis Ángel Ferrao, es un libro inquietante que nos conduce, invariablemente, a revisar muchas de las ideas que tradicionalmente habíamos sostenido en torno al fenónemo histórico del albizuismo en Puerto Rico. Como texto es un modelo de fina investigación que precisa una lectura sosegada y desapasionada. Libro desmitificador, sobre todo, su mayor virtud reside precisamente en que la ruptura con el mito de Albizu se cimenta en una sólida base documental inédita, y en un contexto ideológico que lejos de tratar de explicar la evolución del nacionalismo puertorriqueño de los años 1930 a 1938 en el marco meramente insular, ubica dicho proceso de evolución en el escenario mayor de la política internacional y sus efectos en el activismo puertorriqueño.
Es cierto que buena parte de los planteamientos del Dr. Ferrao habían sido debatidos en privado y en público por investigadores puertorriqueños y aún en el seno de las organizaciones de izquierda en las últimas dos décadas. Sin embargo, la sistematización de dichas dudas, la organización del referido debate tiene en el Dr. Ferrao y su libro un alcance mucho mayor.
Este libro es lectura obligada para los estudiosos del siglo XX aparte de las convicciones políticas que atesoren cada uno y que puedan ser conflictivas con el contenido del texto. El Dr. Ferrao abre ahora un nuevo ciclo dentro de la historia revisionista y crítica que, por fortuna, hemos visto desarrollarse en Puerto Rico en los últimos veinte años. Su valor peculiar es que ese espíritu revisionista ahonda, a pie firme, en la praxis de una de las figuras más veneradas de este siglo XX nuestro: Albizu Campos.
La interpretación socio-racial del pasado puertorriqueño desde el siglo XVIII al XX tiene parentescos obvios con los juicios del Dr. José Luis González, deudas indirectas con los trabajos investigativos de los Dres. Sued Badillo y López Cantos o los trabajos lingüísticos del Dr. Álvarez Nazario. Ahora el Dr. Ferrao le da sentido a ese juicio y nos permite entroncarlo diáfanamente con el siglo XX en su contexto político-social. Puerto Rico aparece como un pueblo cuyo cimiento nacional se ofrece a lo largo de un siglo XVIII eminentemente mulato o negro. Pero al momento de cristalizar esa nacionalidad, elementos como la inmigración extranjera y el blanqueamiento progresivo del país, la tuercen hacia rumbos distintos. La mutilación de la clase criolla nacional durante el siglo XIX y su fragilidad ante los extranjeros privilegiados, explica en cierto modo la perpetuación del estado colonial en nuestro país. En ese ámbito, la figura de Albizu es una gran paradoja.
Estamos ante un mulato descendiente de esclavos por la vía materna cuya visión política recoge las inquietudes de ese sector blanco extranjerizante y autoritario de mediados y fines del siglo XIX. Estamos ante lo que César Andréu Iglesias hubiese llamado “un hombre acorralado por la historia”. En ese contexto el juicio del Dr. Ferrao en torno al liderato nacionalista es aclarador. Un segmento de la cúpula nacionalista descendía de migrantes privilegiado en el siglo XIX y había venido a menos a raíz de la invasión de 1898. Sus problemas con el estatus colonial de Puerto Rico eran explicables, en parte, a partir de esa premisa. Ya hemos visto como el Dr. Ricardo Camuñas interpretó las inquietudes de los Revolucionarios de Lares de 1868 en términos parecidos; y como la Dra. Olga Jiménez ahondó en dicho asunto en su estudio en torno a los hombres de dicha Revolución. El patrón de análisis es objetivamente novedoso en lo que concierne al fenómeno nacionalista del siglo XX y eso es un valor incuestionable del texto que enjuiciamos.
Es cierto que ello no explica la relativa masificación del nacionalismo en los primeros años de la década del ’30, pero abre un camino sumamente interesante para los investigadores en el campo que permitirá la dilucidación de la variedad de causas para la vinculación de sectores de las masas populares, marginados y mulatos con la causa independentista. Hispanofilia y antiamericanismo, elementos eminentemente subjetivos; miseria y explotación, elementos eminentemente concretos y objetivos, nos parece están en la base de la explicación de esa masificación del nacionalismo albizuista del primer quinquenio de la década del ’30.
Los problemas políticos de esa masificación, la poca estabilidad del control del Albizu, lo perecedero de su influencia en las masas populares, se aclaran en la medida en que consideramos tres asuntos cardinales: la espiral autoritaria según la denomina el Dr. Ferrao, el programa social del Partido y lo que podríamos llamar el sectarismo nacionalista, la idea preconcebida de que sólo el Partido era un medio castizo para conseguir la independencia. De un modo o de otro, todos esos elementos están discutidos por José Monserrate Toro Nazario en su “Carta a Irma” (1939) y en la nota cursada por Antonio Pacheco Padró al Partido Nacionalista en 1933.
La concentración del poder en manos de Albizu, nos dice el Dr. Ferrao, y la tolerancia que hacia ese fenómeno mostró la cúpula partidaria, permitió que se abriera un proceso de resquebrajamiento organizativo entre 1932 y 1938. Ese fue un proceso continuo pero diverso, como veremos inmediatamente. La proyección de ese autoritarismo se hizo más patente entrada la década del 1940 (1946-47), cuando buena parte de los comunistas fueron separados de la organización sobreviviendo una significativa minoría entre los cuales se hallaba Juan Gallardo Santiago, dirigente sindical, nacionalista militante y comunista convencido desde mediados de la década del ’30. Esto lo sabemos por testimonio de Gallardo Santiago cuyas memorias, reveladoras por demás y de extrema importancia para la interpretación de la tesis del Dr. Ferrao, conservamos en nuestro archivo particular.
Personas como Gallardo, que no debieron ser pocas, tuvieron que sentir disgusto con un programa social que pretendía restituir una pequeña burguesía terrateniente en el poder y crear las condiciones para el desarrollo de una clase burguesa y administradora que manejara la futura república. El caso de Antonio Pacheco Padró y su rechazado programa de reivindicación obrera, es claro en este sentido (p. 182-3, 345-7). El asunto es que Gallardo, como Albizu, era otra paradoja histórica porque si bien era de ascendencia asturiana, como señala el Dr. Ferrao, no estaba dentro de las filas conservadoras y anti-revolucionarias en el seno del Partido Nacionalista ni era un privilegiado. Por el contrario, estando preso tomó conciencia de que Albizu no era el dirigente para la Revolución bajo la influencia de cubanos revolucionarios. Para ellos, y para Gallardo los importantes eran aquellos que como él, eran obreros. Gallardo, pues, entendía la problemática desde la perspectiva de que a una Revolución Nacional había que anteponer una Revolución de contenido social. Consciente de ello, a pesar de su filiación Nacionalista, había colaborado con el Partido Comunista desde su fundación en 1934.
Hay que decir que Gallardo permaneció fiel a Albizu hasta que la práctica lo sacó de aquellas estructuras anquilosadas para sus aspiraciones. Los nacionalistas que conocieron a Gallardo dicen que él se dio cuenta de que lo más importante en ese momento (1930-1940) era ser nacionalista y no socialista, pero la praxis desmiente a los que sostienen esa probabilidad. Las memorias y papeles de Gallardo son un testimonio claro de un comunista convencido fiel a Albizu que aguarda pacientemente un cambio ideológico que nunca se daría en el Partido.
Gallardo apoyó totalmente la gestión armada militar de Albizu que fue el ápice de las divisiones internas de 1935, y nos tememos, por testimonio de sus memorias, que los explosivos colocados en el local del Partido Independentista de Puerto Rico en noviembre de 1934, los colocó él y no Claudio Vázquez Santiago como decía El Imparcial de la época (p. 204). Por eso Vázquez Santiago salió absuelto. Para Gallardo, quien a la sazón era el vice-presidente de la Junta Nacionalista de Mayagüez, aquello era un escarmiento a los de línea blanda que, encabezados por los hermanos Perea y Regino Cabassa, separaron la Junta de Mayagüez en 1934 en abierta disidencia.
Decimos esto porque entendemos que Gallardo no era conservador. Era sólo tolerante con el “albizuismo”, según lo define el Dr. Ferrao, aunque su origen dijera lo contrario. Por eso en sus memorias se hacen patentes toda una serie de recelos atípicos en esta generación de luchadores. Con su natural humor Gallardo cuestiona que siempre al referirse a su persona lo señalaban como un nacionalista que había estado preso con Albizu, cuando también podía decirse: “Albizu fue preso con Juan Gallardo. Las acusaciones y las sentencias eran igual(es)”. En el fondo Gallardo se quejaba del caudillismo albizuista y de la visión errada por demás de que la lucha era producto del esfuerzo de un solo hombre.
Lo interesante es que cuando se planifica el ataque al Congreso de los Estados Unidos, Gallardo recibió instrucciones para que formara parte del comando, pero no pudo o no lo dejaron participar. Las razones no están claras, pero a esa altura el comunismo de Gallardo pesaba más que su nacionalismo y fidelidad absoluta a Albizu.
Narramos este caso porque el de Juan Gallardo pudo ser uno de muchos otros en el seno de la organización. Y esto empalma con el tercer criterio mencionado: la idea de que el nacionalismo era la única alternativa viable política y éticamente para hacer la República de Puerto Rico. Gallardo y otros muchos no pensaban eso. Ese podía ser el criterio de un sector de la cúpula, pero la historia se encargó de demostrar que había que dejar espacio a otras alternativas pacíficas, diplomáticas y sociales. En todo caso la confrontación causada por el radicalismo albizuista podía ser “ingenua” y “temeraria” (p. 161), pero no dejaba de ser heroica y ejemplar.
Volviendo, por último, al modelo autoritario albizuista Y su proyección en la futura república, el asunto merece consideración aparte. Resulta obvio que Albizu era autoritario y de mano dura. La tesis del Dr. Ferrao no deja lugar a dudas. También queda claro que la militarización del partido tuvo mucho que ver con ello. El caso del dictador Trujillo es dramático a este respecto. Por eso la preocupación de José M. Toro Nazario en su Carta a Irma.
En Puerto Rico la prensa independentista tuvo un criterio dividido en cuanto a cómo enjuiciar el régimen trujillista. El silencio de la oficialidad del Partido Nacionalista y la censura del periódico La Palabra a la discusión de ese tipo de temas (p. 241), tuvo que alejar a muchos demócratas de la organización. Particular es el caso de la poeta María López de Victoria de Reus, mejor conocida por el seudónimo de Martha Lomar.
Desde las páginas de El Imparcial y Alma Latina, Lomar desplegó una amplia tarea literaria. Junto a ello se convirtió en una propagandista de la oposición al trujillismo y todo lo que ello implicaba en términos de la violación de los principios democráticos. A fines del año 1931, Lomar fue invitada a visitar la República Dominicana por el propio dictador a través del poeta Noel Henríquez para que corroborara sus opiniones sobre el terreno.
De más está decir que el viaje, de apenas 15 días, cambió dramáticamente las opiniones de Lomar transformando toda la inquina en admiración al alma caballeresca y tenoria del dictador Trujillo. El diario de ese viaje, titulado Trujillo y yo, redactado en 1931 y publicado en 1959, es toda una alabanza romántica a Rafael Leónidas Trujillo y demuestra cuán proclives eran los independentistas puertorriqueños a la admiración de modelos autoritarios.
La poeta es sincera en su rechazo a las ideas democráticas cuando dice: “Cada vez estoy más convencida del fracaso de nuestra democracia…”, y claramente justifica los autoritarismos incluso como un mecanismo divino o místico inexplicable: “Los poderosos -dice- son elegidos del Señor, quien los utiliza para fines que ignoramos…”. Ello era una clara alusión a la función histórica de Trujillo, y una defensa nada velada a los regímenes de mano dura. La cuestión es clara: si en manos como éstas estaba la construcción de la independencia, no podíamos esperar otra cosa que gobiernos autoritarios en caso de concretarla.
Lomar estuvo cerca del Partido Nacionalista y en 1936 fue parte del nutrido grupo de intelectuales puertorriqueños que reclamaron el sobreseimiento de los cargos contra Albizu y sus compañeros. Albizu y su gente, respondían al espíritu de la época cargado de caudillismos y autoritarismos por el rumbo de la derecha, y de estalinismos férreos por la ruta de la izquierda.
Pedro Albizu Campos y el nacionalismo puertorriqueño desdobla muy responsablemente el proceso de análisis en torno a la figura de Albizu. Con este criterio modelo del Dr. Ferrao tenemos que volver sobre el nacionalismo de los años 1938-1947 y sobre la experiencia revolucionaria de 1948-1954. Con ello tendremos a un Albizu completo y podremos, como decía Hostos, transformar la admiración en reflexión sosegada. Ese es el tuétano de la historia y no otro. El Dr. Ferrao ha colocado una primera piedra en ese dramático proceso.
En Hormigueros, P.R. a 11 de septiembre de 1991.

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