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Un espiritu histórico no puede tener dudas de que ha llegado el momento de la resurrección del pasado, de la afirmación del presente y la esperanza del futuro. Esto es parte de ello.
Auge azucarero en el siglo XIX Imagen Destacada

Auge azucarero en el siglo XIX

Mayda Grano de Oro –La imagen destacada del artículo nos muestra la ilustración de un trapiche primitivo, obra de Carlos Marichal, publicado en el Calendario Histórico de Puerto Rico, 1961 Obsequiado por Chase Manhattan Bank, Impreso por Artography, Inc., 1960 impreso litográfico Col. Privada.

Atención particular merece la representación de la industria azucarera del siglo XIX, representada en la obra de Francisco Oller y Cestero. Varias de sus pinturas ponen de manifiesto, gráficamente, características sociales, económicas y tecnológicas, presentes en la documentación histórica tradicional. La caña de azúcar fue traída a América por el almirante Cristóbal Colón en su segundo viaje, en 1493. Ya habíamos adelantado que desde el siglo XVI, España promovió su cultivo y la elaboración del dulce para exportación. Veamos datos concretos: entre 1522 y 1580 se han logrado identificar catorce ingenios o trapiches (Moscoso, 2001:58). De 1561 a 1599 hay documentación que registra la exportación a Sevilla de 153,784 arrobas (equivalente a 3,844,600 libras) de azúcar (Gelpí Baíz, 2000:84–86). Debido a una crisis provocada por el monopolio español, los pleitos entre herederos, y los asaltos de los indios Caribes, así como de los piratas, la primera fase de la industria azucarera colapsó hacia mediados del siglo XVIII. Entre 1660 y 1770 la multiplicación de hatos o fincas dedicadas al ganado, con el objetivo de exportar sus cueros, sería el principal renglón económico y controlaría la mayor cantidad de tierras. En la década de 1770 se reactivaría la producción de caña de azúcar como parte de un proyecto de desarrollo favorecedor de la hacienda de agricultura comercial, que impulsó el cultivo para exportación de caña, café, tabaco y algodón. Ese nuevo derrotero se trazó a partir del «Proyecto estanciero de 1757», el cual proponía una ganadería subordinada a la agricultura (Moscoso, 2001:130). En la década de 1790 la hacienda o finca azucarera más sobresaliente de su época era el Ingenio San Patricio, fundado por el inmigrante irlandés Jaime O’Daly, hermano de Tomás O’Daly, ingeniero traído al País para mejorar las fortificaciones militares en San Juan. «San Patricio» ha perdurado en la toponimia del País, actualmente se usa para nombrar un centro comercial desarrollado en lo que fueran las tierras originalmente cultivadas de caña. En los inicios del siglo XIX, el café superaba a los demás cultivos. En 1812, por ejemplo, 9.4 millones de arbustos de café produjeron 7.8 millones de libras; frente a las 5,765 cuerdas de caña que rindieron 1.6 millones de libras de azúcar. Un factor externo incidió en el crecimiento de ambos productos en el País, pero sobre todo en el de café. Luego de la Revolución Haitiana (1791–1804) y ante la reducción dramática de los cultivos en Saint Domingue28 –líder en la producción mundial–, Cuba y Puerto Rico comenzaron a satisfacer la demanda internacional en aquella época (Scarano, 2008:291). Después de 1820, y hasta el final del siglo, reinó «su majestad el azúcar», en palabras de Roland T. Ely. En 1828 se produjeron 19,778,667 y en 1830 hubo un rendimiento de 41,466,396 libras (Cabrera Salcedo, 2010:291). En 1895 se produjeron 132,146,000 libras (equivalentes a 66,073 toneladas (Dietz, 1989:122).

Juan De Prey Los cortadores de caña, 1962 óleo sobre lienzo 32-1/8”x 48-1/8” / 81.6 x 122.2 cm Col. Instituto de Cultura Puertorriqueña
Rafael Tufiño Portafolio El caƒé, 1954 (recogedora de café con almud ) linóleo 14-1/8”x 17-1/4” / 35.8 x 43.8 cm Col. Privada

Para esta época el destino de exportación principal del azúcar puertorriqueña era Estados Unidos (Scarano, 2008:318). Estas cifras, así como la forma de vida que propiciaron ambas industrias, todavía en el siglo XX, explican que la producción azucarera y cafetalera hayan quedado plasmadas significativamente en lo que podemos llamar la iconografía agrícola de la identidad histórica puertorriqueña, revelada en diversas manifiestaciones artísticas incluidas en este ensayo. La historia de la industria azucarera puertorriqueña en el siglo XIX se caracterizó por aumentos y bajas en la producción y exportación, en medio de alzas y bajas en los precios en el mercado internacional. Además le afectaron las innovaciones tecnológicas simples y complejas, la aplicación de inventos de puertorriqueños y extranjeros para lograr mayor rendimiento de la caña, así como mejoras en la calidad del azúcar y mayor economía de brazos, bajos salarios para los trabajadores, y el impacto de desastres naturales, entre otros factores. Las haciendas azucareras cultivaban la caña, le extraían su jugo (guarapo) y luego, a través de un proceso de evaporación y purga de las impurezas, transformaban las mieles en cristales de azúcar. Como hemos visto, independientemente de la importancia de esta industria entre los siglos XVI y XVIII, fue en el XIX cuando despuntó con más fuerza a nivel internacional; específicamente, fuera del mercado español. De fines de ese siglo son las representaciones de trapiches o haciendas, captadas en su transformación tecnológica por el pincel de Oller y uno de sus discípulos, Pío Casimiro Bacener (imágenes 74, 75 y 76). En todo el archipiélago puertorriqueño se sembró caña de azúcar, sin embargo, los llanos costeros, principalmente, fueron el terreno más acaparado por hacendados locales o por los grandes consorcios estadounidenses, en el contexto del siglo XX. Hubo regiones con mayor producción y viabilidad de exportación por tener acceso a un puerto cercano. Ese fue el caso de Ponce. En 1863, en sus diversos barrios se encontraban distribuidas 23 haciendas azucareras con molinos (trapiches) movidos por máquinas de vapor, 37 con fuerza motriz de bueyes y 4 con ruedas hidráulicas o movidas por agua, para un total de 64 haciendas (Cabrera Salcedo, 2010:351). La diferencia en la fuerza que accionaba el molino triturador de la caña tenía impacto en la cantidad y calidad de la producción, así como en las relaciones sociales de los trabajadores. Por ejemplo, los hacendados con mayor cantidad de tierras recurrieron más al uso de las máquinas de vapor para acelerar el procesamiento de la caña y sacarle más jugo en menos tiempo. El tipo de tecnología, igualmente, propició cambios en el número de trabajadores y sus funciones.

Tanto en el pasado, como en el presente, diversas herramientas, máquinas, y tecnología en general, más adelantada o «moderna», coexistieron con artefactos rudimentarios o antiguos. Una mirada histórico crítica de las pinturas Hacienda La Fortuna (c.1885–1887) y Trapiche melaero (c.1890), de Oller, corrobora la aludida coexistencia en el contexto de la producción azucarera de finales del siglo XIX. Ambas obras representan la unidad productiva donde se procesaba la caña de azúcar, pero el pintor nos da la impresión de que se trata de propiedades marcadamente diferenciadas por la extensión de las tierras, la modernidad versus la antigüedad de sus infraestructuras, la cantidad de trabajadores, y la especialidad de fabricación. Por su menor complejidad, comentaremos primero el Trapiche melaero. Si nos dejamos llevar por el título, este trapiche o molino solo producía melao, un subproducto de la caña que se vendía en el mercado interno. Su extracción implicaba menor tiempo, infraestructura tecnológica limitada y con ello menores costos y ganancias. En el interior del bohío debió funcionar un molino o trapiche movido por bueyes, como el que representa Carlos Marichal (imagen 68); suposición que confirmamos cuando se distinguen dos niveles en la estructura. La rampa de madera era para que los bueyes subieran; mientras que los trabajadores se ubicaban abajo para colocar las cañas entre los cilindros del molino. Esa modalidad en la construcción fue un adelanto tecnológico en el siglo XIX. Los dos niveles evitaban que los trabajadores tropezaran con los animales cuando se daba el movimiento rotatorio para exprimir la caña. Probablemente ese aparato no se limitó a sacar guarapo para melao. Otros elementos que componen esta obra –como el bocoy (barril), en la carreta, y el mismo trapiche de dos pisos– hacen pensar también en la producción de azúcar moscabada (menos acabada).29

Francisco Oller y Cestero Trapiche melaero, c.1890 óleo sobre tela 17-1/4”x 21-1/2” / 43.8 x 54.6 cm Col. Museo de Arte de Puerto Rico

La composición de la pintura Trapiche melaero también hace pensar en la noción de un estado aparentemente primitivo de esta industria en Puerto Rico, cuando se contrasta con Hacienda La Fortuna. Las señales inmediatas de la diferenciación entre «viejo» y «nuevo» se observan en la construcción con materiales «modernos» y más costosos, como el hierro galvanizado (cinc) y la mampostería, en los edificios de La Fortuna. Mientras que en el Trapiche melaero el uso del techado de paja y las estructuras en madera nos remiten a los ingenios azucareros del siglo XVI, XVII y XVIII, según se aprecia en grabados provenientes de otras islas caribeñas. En Puerto Rico, el trapiche más antiguo que se puede observar es el que aparece al fondo en la pintura de José Campeche Dama a caballo.

Trapiche o molino de hierro unido a máquina de vapor de la Hacienda La Igualdad, localizada en Guánica foto: Fideicomiso de Conservación de PR Col. Historic American Engineering Record

Hacienda La Fortuna -abajo- presenta una vista panorámica que proyecta enfáticamente la inmensidad del terreno y el exterior de los establecimientos de la fábrica. A la izquierda figura lo que pudieron ser los «barracones» donde dormían los esclavos. Al fondo está la «casa grande» o vivienda del hacendado. El establecimiento a la derecha albergaba el molino movido por vapor, similar a la imágen 72, y el sistema para la evaporación. Allí se procesaba el guarapo, hasta convertirlo en el azúcar y otros derivados. Oller capta en su pintura, además, una innovación tecnológica llamada popularmente «hamaca», representada en la obra como una plataforma que se conecta con una rampa (en el edificio de la derecha) para facilitar el transporte de las cañas al molino (Cabrera Salcedo, 2010:351,446). Por otro lado, la perspectiva de esta escena cobra vida y sentimiento con, por lo menos, dos decenas de trabajadores negros, exesclavos o descendientes de éstos; considerando que la abolición había tenido lugar en 1873, y la pintura se realizó entre 1885 y 1887. Como parte de los requisitos de la ley de abolición de la esclavitud, se estipuló que los esclavos se empleasen voluntariamente con el antiguo dueño u otro, y que éste les pagaría un jornal, por espacio de tres años. De esa manera se pretendía que los exesclavos se insertaran en la sociedad y economía del País, acostumbrándose a administrar un salario.

Francisco Oller y Cestero Hacienda La Fortuna, 1885 óleo sobre lienzo 26”x 40” / 66 x 101.cm Col. Brooklyn Museum Donado por Lila Brown en honor a su esposo John W. Brown, 2012

La Hacienda La Fortuna es un ejemplo contundente de cómo es posible reconstruir la historia interconectando el conocimiento obtenido de expedientes presentados al Gobierno y la creación artística representativa de fines del XIX.31 Junto a esta hacienda, los catalanes Juan Forgas y su sobrino José Gallart Forgas fueron dueños de otras conocidas, como La Cristina, La Serrano, La Luciana y La Reparada (imágenes 73 a la 76). De las últimas tres también ha quedado como testimonio pictórico para la posteridad, en las obras de Pío Bacener. Por los documentos sabemos que La Fortuna era el más grande de estos enclaves y el mejor equipado con la tecnología innovadora de la época. Los terrenos de La Fortuna se extendían entre Ponce y Juana Díaz. Las aguas del río Jacaguas atravesaban la propiedad, la cual estaba interconectada con tierras de las otras haciendas mencionadas antes. De ahí que los propietarios hayan hecho al Gobierno varias peticiones de permiso de uso de sus aguas, para riego, con la instalación en el río de bombas movidas por vapor.

Pío Casimiro Bacener Hacienda La Serrano, segunda mitad del s. XIX óleo sobre lienzo 22”x 49” / 55.8 x 124.5 cm Col. Privada
Pío Casimiro Bacener Hacienda La Reparada, segunda mitad del s. XIX óleo sobre lienzo Col. Carmen Correa
Pío Casimiro Bacener Hacienda La Luciana, segunda mitada del s. XIX óleo sobre lienzo 22-1/2”x 39” / 57.1 x 99 cm Col. Dr. Claudino Arias

La preocupación por el riego, base de la riqueza de las cosechas allá (Puerto Rico) como aquí (Barcelona), encuadra todos los trabajos, toda la vida de mis tíos (Pedro y Juan Forgas) y de mi padre (José Gallart); la instalación de bombas para alumbrar aguas subterráneas, la canalización de éstas hasta los campos de caña y sobre todo, el establecimiento de «módulos» o tomas de agua derivándolas del mismo cauce del Jacaguas, constituyen una de las preocupaciones más importantes de la puesta en cultivo de la hacienda (Gallart Folch, 1971:24).32

Las innovaciones tecnológicas en estas haciendas, sobre todo en el último tercio del siglo XIX, en lo referente a riego, son emblemáticas de los diversos esfuerzos que hicieron muchos hacendados por salvar sus cosechas en épocas de sequía. Estos esfuerzos fueron igualmente importantes ante la reducción de la demanda del producto puertorriqueño en el mercado internacional. La caña de azúcar, a mediados del siglo XIX, vio reducido su precio en el mercado internacional y se enfrentó, además, a la competencia de la creciente industria del azúcar de remolacha. Este fue un factor importante que generó mucha discusión en Puerto Rico y llevó a transformar el sistema de producción de la hacienda, al de la central, hacia el último tercio del siglo. Este cambio implicó, en principio, la separación de la fase del cultivo de caña de la de fabricación del azúcar. La centralización de las operaciones de elaboración del azúcar significó inversiones extraordinarias en tecnología moderna capaz de procesar, con rapidez y calidad, las cañas cultivadas en cientos de cuerda, por antiguos hacendados que pasaron a llamarse colonos. La Central San Vicente, en Vega Baja, fue la primera fábrica de azúcar de este tipo, en Puerto Rico. Fue fundada en 1873, por el comerciante criollo Leonardo Igaravídez. Al concentrar los procedimientos fabriles en grandes y costosas unidades industriales llamadas centrales, el número de productores azucareros se redujo bastante. Para 1896 existían ventidós centrales. Solo quedaban 249 de las cerca de 1,500 haciendas que en otros tiempos estuvieron operando, ya fuera con trapiches de madera o de hierro.

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