A mi hermano Manuel Méndez Liciaga
Querido Manolo:
Después de muchas amarguras espirituales logro dar a la publicidad mi Boceto Histórico del Pepino. Esta obrita, a la que consagré los más cálidos entusiasmos de mis hondos sentimientos de pepiniano, a la que dediqué todos los esfuerzos de mi voluntad, no debe ni puede aquilatarse como obra literaria; debe, sí, estimarse, juzgarse, como débil reflejo del sentimiento regionalista que domina a mi espíritu y que inculcaron en mí, casi desde la cuna, los amadísimos fenecidos autores de nuestra existencia.
En ella, pues, no hay literatura no hay amenidad. En ella sólo palpita mi regionalismo, mi amor al solar nativo y, ¡nada más!
¿Qué me indujo a escribirla? Voy a decirlo.
Todos tenemos el deber ineludible de hacer algo por la patria o por el pueblo en que nacimos y nos formarnos. ¿Qué tengo yo para darle al mío? Nací pobre y pobre soy …. El debilísimo lampo de luz intelectiva que a Dios le plugo darme y que es foco que ilumina el sendero de todos mis anhelos, de todos mis amores y de todos mis quereres, es pues, lo único que puedo ofrendarle. Y pues mis anhelos, mis amores mis quereres nacieron conmigo en este poético pedazo de tierra, ¿no es justo, no es natural que a él le dé una parte, aunque muy humilde, de lo único que escasamente tengo para mí? Así pensando y así creyendo me decidí a reconstruir la aldehuela de nuestros abuelos, por el tiempo y por la piqueta del progreso destruida.
Y empecé la obra reconstructiva sin más bagaje que mi voluntad. Y mi espíritu, poderoso e infatigable, recorrió el mundo de la fantasía y penetrando por selvas y bosques tapiados por velos de verdura incomparable, tejidos por la vegetación de una naturaleza ubérrima, llegó a un valle esmeraldino incrustado en el cerco verdinegro de los montes.
En una semi-loma del sugestivo valle vio rústicos bohíos, veredas trilladas por la planta del hombre, surcos de fértil tierra abiertos al cultivo y enhiestas palmas que semejaban brazos extendidos a lo alto como queriendo rasgar el sendal azul de los cielos.
Así formó mi espíritu la Aldehuela que levantaron nuestros abuelos en su gloriosa peregrinación y que he tratado de reconstruir para legada a las generaciones presentes y a las generaciones venideras.
Ahí está, pues, mi Boceto Histórico del Pepino. En manos de mis amigos pongo ahora el resultado de mi labor constante. Sean ellos los que hayan de apreciarla.
Cumplida esta aspiración de mi alma, acaricio, alimento otra, con la esperanza de que habré de realizarla. Quiera Dios no verla contrariada ya que una contrariedad cualquiera iniciaría el desparramamiento de mi alma y el aniquilamiento de mi espíritu.
Esa aspiración la condenso así: vivir bajo la comba azul de mi cielo pepiniano: aspirar las brisas de mis nativas montañas, estar entre mis hermanos, convivir con ellos y reposar, cuando el término de mi existencia llegue, en la misma tierra y en la misma fosa donde reposan y duermen los dos viejecitos de mi alma … los adorables autores de nuestros días.
Y, ahora, querido hermano, un abrazo cariñoso.
Junio 30, 1925
Andrés

Andrés Méndez Liciaga
Maestro, orador, político, periodista, funcionario, legislador, carcelero. En su pueblo -San Sebastián- tierra de sol y ensueños formó el niño su corazón de bondad al rescoldo de un austero hogar criollo. Su padre, un recio tronco de la selva secular, viejo de barbas floridas, a quien el tiempo no pudiéndole vencer de un solo golpe fue derrumbándole como a las fo rra.lezas legendarias con la cruel lentitud de una furia, le indicó la línea del horizonte, hacia donde se oían lejanos clarines.
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