Seis meses después de aprobada la ley Jones, y dos después de la elección de 1917, De Diego presenta en la Cámara de Representantes una resolución proponiendo la celebración de un plebiscito para decidir las aspiraciones de la Isla con respecto a su status político. La parte resolutiva de la medida expone parcialmente que «las elecciones generales de 1920 comprenderán la celebración de un plebiscito para determinar las aspiraciones de El Pueblo de Puerto Rico hacia su status final»; que tal plebiscito «habrá de concretarse a las soluciones alternativas de constituirse El Pueblo de Puerto Rico en República Independiente o en Estado de los Estados Unidos de América», y que la votación «se verificará en papeletas por separado, a dos columnas, una de las cuales en la parte superior llevará el símbolo de una estrella y la inscripción ‘Independencia’ y la otra un lazo con la leyenda E PLURIBUS UNUM y la inscripción ‘Estado’».
No hay acción sobre esta propuesta, ya que el propio De Diego, en ardoroso mensaje a sus compañeros de Cámara, pide que la misma quede sobre la mesa debido a que no la ha discutido con su partido.
En el Congreso, el comisionado residente Córdova Dávila plantea en varios discursos la necesidad de que se defina el status político de la Isla. En Puerto Rico, la Unión insiste en la independencia, pero no llega a tomar acuerdos formales debido a las disposiciones programáticas anteriormente aprobadas y reseñadas. En el año 1919 hay un tercer intento plebiscitario: la mayoría unionista aprueba una resolución planteando al Congreso el asunto del status. Solicita la celebración de un plebiscito para que el pueblo escoja su opción preferida. Los republicanos se oponen y adoptan la posición de Barbosa en el sentido de que «la ciudadanía americana había fijado ya la orientación para el futuro, y que el país debía seguir el proceso tradicional preparatorio hacia la Estadidad». Tampoco hay acción ulterior. Aún con sus respectivas aspiraciones ideológicas, los tres partidos de la época – Unionista, Republicano y Socialista – coinciden en cuanto a aceptar la autonomía como primer paso hacia la solución del status político final de la Isla. Barbosa, de hecho, sostiene que jamás tolerará que Puerto Rico sea una «colonia perpetua» de los Estados Unidos.
En enero de 1918 los unionistas celebran una asamblea general en la que reafirman los principios de la colectividad, pero anteponen a sus intereses partidistas la lucha por la democracia y la libertad que lleva a cabo Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial. Así, aprueban una declaración en la que centran su total confianza en el pueblo americano «como fuente de las libertades puertorriqueñas, y se obliga a dar vida y hacienda por el triunfo de su bandera gloriosa, símbolo de la libertad del mundo», añadiendo que por encima de todo «están la Democracia y la Libertad del mundo y la vida y seguridad de América, y si las demandas de nuestro partido en estos momentos pueden tender de algún modo a distraer la atención de los poderes nacionales, embargado por tan suprema tarea, se aplacen dichas demandas hasta tanto la Nación, con el triunfo de sus gloriosas armas, asegure para el Mundo la Paz, la Democracia y la Libertad».
En julio de este año muere en Nueva York el ilustre poeta y líder político José de Diego, provocando un enorme vacío en las filas unionistas y del independentismo. «La Patria Viste de Luto. Nos Quedamos Solos. ¡¡El gran Portorriqueño Pepe de Diego ha muerto!!», dice la portada de La Correspondencia del miércoles 17 de julio, el día siguiente del fallecimiento del ilustre hombre público. A renglón seguido, dice el periódico:
«En este día en que nuestro pueblo rinde tributo de cariñoso recuerdo al patricio Luis Muñoz Rivera; en estos instantes en que nuestras muchedumbres van a orar ante la tumba del barranquiteño amado, cae allá, en tierra no portorriqueña, el querido amigo, el buen patriota, el gran batallador, el más tenaz luchador de nuestros hombres públicos actuales.
La historia del noble aguadillano, conocida es de todo el pueblo portorriqueño.
Es la historia de Puerto Rico en estos últimos cincuenta años de luchas homéricas, de fuertes, poderosos combates por las patrias libertades.
Junto al nombre inolvidable de Muñoz Rivera, aparece el de Pepe Diego formando un bellísimo conjunto…
Le veíamos luchar uno y otro día contra las continuas asechanzas de la Parca implacable; fuimos testigos de las resistencias vigorosas de aquel organismo, débil, al parecer, pero fuerte con la majestad soberbia del que conoce hasta donde alcanza su fuerza poderosa, desafiando, lo mismo las acometidas brutales del destino implacable, que las más fieras de sus enemigos impotentes.
Cae el patriota, como cayó su otro compañero, el que Puerto Rico recuerda hoy con satisfacción y orgullo.
Luchó bravamente, constantemente, sin abatirse jamás, sin descansar un solo instante.
Puerto Rico está de luto; Puerto Rico está quedándose huérfano de sus más preclaros, desinteresados, valientes defensores.
Es una cruzada de la Fatídica contra los soldados valerosos de la Patria pequeña».
La lucha política sigue su curso. De cara a la elección general de 1920, los socialistas celebran asamblea general en la que reiteran su aspiración suprema: la aprobación de leyes de avanzada para beneficio de los trabajadores, y afirman que el status político de la Isla sólo estará en orden cuando se establezca aquí «la democracia social del trabajo». En esta asamblea denuncian los socialistas el contubernio entre el gobernador Arthur Yager y los unionistas, para acosar a sus huestes y a los trabajadores en general. Los unionistas, al celebrar su asamblea pre-electoral, insisten en la ratificación de su programa de 1913 y abogan ardientemente por la ampliación de la ley Jones hasta alcanzar el gobierno propio, incluida la elección de todos los funcionarios públicos.

Antonio Quiñones Calderón
Antonio Quiñones Calderón, periodista e historiador, ha ejercido el periodismo por más de seis décadas y es autor de una treintena de libros sobre asuntos de política y gobierno, incluido Historia Política de Puerto Rico, por el que recibió en 2003 el Primer Premio del Instituto de Literatura Puertorriqueña.
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