Lionel Valentín
Publicación autorizada por Lionel Valentín Calderón, artista, escritor y Siervo del Señor.
Por: Laura E. Castro y Gladys Josefa Cruz-: En la actualidad, el uso doméstico del carbón –vegetal– ha sido postergado por la energía eléctrica y el gas fluido. Su utilidad se circunscribe a situaciones especiales como las barbacoas, si es que no se opta por comprar el carbón mineral en los supermercados.
Es probable que en la imaginación de muchos de nuestros lectores aflore el recuerdo del fogón en casa de la abuela, de los anafres o de las planchas. En mi recuerdo particular, evoco las estibas de las mochilas que se vendían en la tienda de Papa Polo, de las que «sustraíamos» –acción que no es ilegal, inmoral o antiética y que solo significa coger sin permiso–, algunos pedazos para dibujar la «pelegrina» en la calle o acera y también para pintarnos las caras en algunos juegos. Al presente, prefiero el «carbón del país» al hacer las barbacoas, y en Navidades u otra fecha especial que lo amerite, asar un lechón, ternera o pavos a la vara.
Según nos relata el Sr. Enrique López, agricultor del barrio Altosano, cuarenta o cincuenta años atrás, muchísima gente se dedicaba a hacer carbón. Era una manera de conseguirse unos chavitos en aquella época cuando el hambre y la miseria arropaba a nuestra gente. Desde muchacho, Enrique trabajó en este menester y bajaba al pueblo –caminando descalzo alrededor de 1 o 1 1/2 horas– cargando dos mochilas de carbón las cuales vendía a 12 o 15 centavos. «Había veces que tardaba mucho en venderlas y se me pelaban las plantas de los pies por el calor del camino y de la espera. Con la peseta que ganaba hacía la comprita para la casa.
Hacer una carbonera es algo sencillo, nos dice Enrique. «Se hace una cueva en la tierra, se ponen unas varas que marcan sus límites y sobre ellas se van estibando los palos al largor. Se le echa matojo para cobijarla y se tira la tierra encima. Por debajo se ponen unos cantos de leña seca, (por donde se va a prender) y al otro extremo se ponen dos palos levantados para que se salga el humo. Al estar tapada el vapor no permite que la madera se haga cenizas». Cuando el río Culebrinas estaba crecido tenía que pagarle un chavo a «Toño el del Palo» para que me ayudara a cruzar el río».
«Las mejores maderas para hacer carbón -continúa informándonos- son el guamá, la guaba y el capá. El yagrumo hembro se vendía a mejor precio a los pirotécnicos que lo usaban para pólvora».
A medida que ocurrieron los cambios socio-económicos. la gente fue dejando de producir carbón y el precio del mismo fue subiendo. Ya Enrique no produce carbón pero tiene muy claro las experiencias vividas en aquel entonces. (LEC)
¿Dónde vas carbonerito?
¿Dónde vas a hacer carbón?
A la viña ña, a la viña ña,
A la viña ña del amor.
Y allá fuimos nosotros. A la viña de don Miyito, el carbonero de Culebrinas.
Nos encontramos, para nuestra delicia, con un hombre ágil, de ojos vivarachos, risa fácil, gentil, cooperador, gran parlachín y como él dice, «humorístico».
Ya nos estaba esperando, preparado para la entrevista y la demostración, «especialmente para nosotros».
Aprendió el oficio de su padre y «aunque no soy sabio, tengo la experiencia que me dan los años» y lo heredó cabalmente.
A la pregunta de: ¿Cómo se elabora este proceso? Miyito contestaba filosofando: «Como un niño cuando va a nacer, paso a paso. Nos hacemos niños, luego hombres, a veces nos hacemos estúpidos y a veces nos hacemos lo que queremos. Volviendo al tema, se coge el tronco,
se prende, no dejar que el oxígeno le dé para que no se queme. Hay que protegerlo para que no se ahogue. El proceso es sencillo… para el que sabe».
Oyendo su explicación y observando sus ejecutorias para demostrar lo que nos dice, creo que don Miyo sería muy buen maestro. En su jerga parlanchina usa metáforas, símiles, sinónimos, paralelismos.
Nos explica el proceso de varias maneras como asegurándose de que podamos entender, nosotros, legos, lo que él, con tanta destreza realiza. «Ya no se vende tanto carbón, pero da para vivir. La mejor época es de octubre a diciembre».
Eugenio Soto Ramos es su nombre y según nos relata, con su picardía innata, se ha casado cuatro veces y tiene 17 hijos. Es veterano de la guerra de Corea y afirma que ha viajado mucho y hasta «habla tres idiomas». ¡Ah! y también gusta de cantar y disfrutar la vida.
La carbonera de don Miyo no es fácil de localizar ya que no es cuestión de decir «por allí jumea». La verdad es que no contamina el ambiente, ni siquiera él se contamina. Su vestimenta no lo delata y hace alarde de la destreza que tiene para no ensuciar su ropa.
Esperamos que Pepino siga contando con este pintoresco carbonero y que Miyito continúe por muchos años elaborando el carbón con la maestría que lo caracteriza. (GJC).
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