Lionel Valentín
Publicación autorizada por Lionel Valentín Calderón, artista, escritor y Siervo del Señor.
Frank H. Wadsworth- Las pendientes precipitadas del lado sur de la isla, los suelos sueltos, el cultivo de gandules y los fuegos anuales produjeron paisajes como éste -foto de arriba- cerca de Coamo , donde el suelo cultivado sufrió después un pastoreo excesivo. La ceiba, una especie que tal vez tuvo su origen en las sabanas secas de África, es la única reliquia de lo que era un bosque continuo. La desaparición de los bosques dejó a los campesinos del interior de Puerto Rico sin madera para mantener sus casas. Fue necesario usar yaguas de palmas y varas de arbolitos para las paredes. Tal construcción no ofrecía seguridad alguna ante los vientos fuertes.
Durante la deforestación casi total de Puerto Rico, sucedió algo inesperado. Los camineros que mantenían centenares de kilómetros de carreteras comenzaron a sembrar árboles a ambos lados de las carreteras principales. Se dice que lo hicieron para trabajar bajo la sombra. El Círculo de Jardineras ofrecía premios para las secciones de carretera más atractivas. Entre los árboles sembrados había especies maderables, por ser éstas las que distribuían los viveros del gobierno. A mediados del siglo pasado, como consecuencia de la mejor comunicación entre los campos y los pueblos, la educación de los jóvenes en escuelas rurales, la aspiración de tener vidas menos arduas y el fomento de la industrialización, comenzó un éxodo de los campesinos hacia las ciudades e incluso hacia los Estados Unidos.
Muchas casas y fincas fueron abandonadas, como esta casa fotografiada en un lugar remoto de la zona cafetalera. A pocos años del éxodo, aún donde había carreteras, el campo quedó abandonado, como se ve aquí cerca de Cayey. Los dueños de estas fincas se habían mudado a Cayey, a San Juan o emigraron a los Estados Unidos, sin intención de regresar a la agricultura o a sus fincas abandonadas.
Hubo una excepción, un campesino singular, dispuesto no sólo a preservar su bosque, sino a producir madera y obtener una ganancia. Fue el Sr. Ángel Monserrate, quien empleando el sentido común cuidaba un bosque de 50 cuerdas cerca de Cayey. Rodeado de fincas de tabaco, el Sr. Monserrate permitió el uso de ciertos árboles en la orilla de su bosque. En el interior, él seleccionaba los árboles maderables y entresacaba el bosque para darles espacio para crecer. Durante veinte años obtuvo más de $10,000 de la venta de varas largas de ausubo para grúas de caña y postes de cerca. Mientras tanto, los ausubos selectos, con troncos rectos, se destinaban a la futura producción de madera. El entresacado de árboles para postes y carbón mejoró la iluminación que recibían los mejores árboles. El Sr. Monserrate empleaba una brigada adiestrada que realizaba tareas de mantenimiento. También se realizó un inventario de los ausubos, numerándolos con pintura.
Compartelo en tus redes sociales favoritas