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Un espiritu histórico no puede tener dudas de que ha llegado el momento de la resurrección del pasado, de la afirmación del presente y la esperanza del futuro. Esto es parte de ello.
Valle de Añasco

Domingo Miguel Quijano Miranda

Nació el 16 de enero de 1834 en Añasco. Como sus padres don Ramón Quijano López de Victoria y doña María Petrona Miranda Méndez provenían de una familia relativamente acomodada y conservadora en el orden político, le fue fácil recibir una buena instrucción para llegar a cúspides privilegiadas. Sin embargo, parece que vivió una infancia económicamente modesta cuando poéticamente expresa: «La tan querida casita alegre de mi niñez».

En amores no recibió las flechas de Cupido por lo que no pudo bautizarse en la piscina de Himeneo. Los amores con Laura fueron tan quebrados que fue la única conquista, por lo que permaneció soltero hasta el día que la parca le requirió su presencia.

«Fue orador y poeta romántico de acento sentimental, publicó en la prensa del país y en algun as antologías muchos de sus poemas por los años de 1865 … a 1873». Luego de ejercer como maestro en Añasco, ya en el año de 1883 le encontramos en el pueblo de Humacao. Allí debió de ganar grandes honores, por lo que dicha comunidad, además de hacerle hijo adoptivo, siempre le recuerda al titular una de sus calles principales con su nombre.

En Añasco existió una escuelita para 1922 que llevó su nombre, pero a la fecha en que producimos esta antología, no se le ha honrado más allá de la tradición, que le recuerda por su afamada poesía que engalana estas páginas.

Don Domingo Quijano, cursó estudios conducentes al sacerdocio, pero tuvo que abandonar sus aspiraciones por haber perdido ambas manos en un accidente de laboratorio, quedando incapacitado para el ceremonial del ofertorio. Se dedicó entonces al ministerio de la enseñanza en su pueblo natal. Más tarde acompañado de su familia se muda a Humacao, donde continuó sus nuevo interés, practicando, como todas las personas educadas de su tiempo, el periodismo y las tendencias renovadoras que estaban en boga por entonces. Su posición de avanzada le hizo víctima de la represión oficial que desató el gobierno contra los adversarios coronando el mismo con El Componte.

Laboró en diferentes medios y fue miembro fundador de el Semanario El Criterio que se publicaba tanto localmente en Humacao, como en otros pueblos de la Isla.

Fue además poeta lírico, considerado uno de los más inspirados en el género, de cuya vendimia se lograron rescatar algunos retazos. Como educador formó parte en el Claustro en el Colegio de Segunda Enseñanza que estableció en Humacao el Dr. Eliseo Font Guillot, en 1886, donde laboraban también los señores Joaquín Masferrer Berríos y el Licenciado Arturo Aponte Arias.

En el año de 1885, falleció en el pueblo de Humacao, sin poder cumplir su deseo de morir en Añasco.

Su nombradía y aprecio fue tal que la colonia de estudiantes puertorriqueños radicados en Barcelona, España, en ocasión de su deceso, le dedicaron un homenaje póstumo en 1888. Asistieron entre otros el Dr. Manuel Martínez Rosselló, el poeta José de Diego, Don Luis de Celis, y el Doctor Pedro Palou Jiménez, quien ofreció un emotivo e inspirado concierto de piano.

Añasco

(A mi querido amigo Rafael Arrillaga)

Allá en un valle siempre florido
y el más hermoso que nunca ví,
se encuentra Añasco pueblo querido,
sitio de amores donde nací.

Al suave arrullo de las ligeras
fragantes brisas de Borinquén
entre rosales, entre palmeras,
se alza risueño mi amado edén.

Así en invierno como en estío,
siempre es alegre, siempre feliz,
sobre la vega de un claro río,
que «grande», nombran en el país.

Brillante un cielo sin nubecillas,
su luz derrama por el confín,
iluminando las maravillas,
de aquellas tierras, de aquel jardín.

Allí se encuentra la tan querida
casita alegre de mi niñez,
donde gozara lo que en la vida,
se goza sólo por una vez.

Allí las flores que mece el aura,
buscando en el las su grato olor;
allí mil veces mi hermosa Laura,
juróme un dí a perpetuo amor.

Sitios que fueron mil alegrías,
y yo recuerdo con tanto afán,
donde corrieron aquellos días,
que de seguro no volverán.

Fuera el alivio de mis pesares
ver tu cielo diáfano tul,
ver tus montañas, ver tus palmeras,
y de tus lindes el mar azul.

Ay, si el destino se condoliera
de un alma triste que llora aquí …
Ay, pueblo amado si yo pudiera,
mi último aliento dejar en ti.

Mas ya que el hado fiero me aleja
de esos lugares de bendición,
oye de un hijo la tierna queja,
dulce consuelo del corazón.

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