Lionel Valentín
Publicación autorizada por Lionel Valentín Calderón, artista, escritor y Siervo del Señor.
Cayetano Coll y Toste- En 1848 el vicario padre Domínguez había terminado felizmente la reconstrucción de la iglesia de San Felipe de Arecibo, que los terremotos habían arruinado. El edificio había quedado sólido y capaz, con gran atrio y verja de hierro calado, traída de Barcelona. Las familias del pueblo, buenas católicas, empezaron a hacer regalos al templo: la de Tejada la ofrendó con seis arañas de cristal para los entrearcos : cada araña cargaba cien bujías, eran preciosísimas.
El comercio, todo catalán, regaló el Santo Sepulcro. Los mayordomos de las haciendas vizcaínos dieron dinero para campanillas, cálices, crucifijos, hisopos, patenas etc. todo de plata. Otros contribuyeron para los ternos con que se había de revestir el Sacerdote para decir las misas, Hubo lujo en todo. Doña Juana Mendoza, madre de los Tejadas, donó una gran lámpara de plata, con sus cadenillas de igual metal para la capilla del Santísimo Sacramento.
Y por este temo, todos fueron regalos de valía.
Doña Juana Mendoza le dijo al Vicario, que la lámpara del Santísimo ardiera día y noche, por su cuenta. Y así se hizo. Santiago, un mulato ayudante del Sacristán, era el encargado de cuidar del voto de Doña Juana Mendoza; y también era el encargado por orden del padre Domínguez de ir diariamente donde la devota y venerable señora, en demanda de los dineros para el aceite de olivas. Un día dijóle D. Luis Tejada, el hijo mayor de Doña Juana, al padre Vicario:
—Cómo es posible, padre, que la lámpara del Santísimo gaste diariamente cinco cuartillos de aceite?
—Traga mucho aceite tan hermosa lámpara, pero creo que lo mas que puede consumir sea de un cuartillo a dos. Yo averiguaré lo que pasa. Contestóle el sacerdote, arrugando el entrecejo.
—Santiago, interrogóle el Vicario, ¿cómo es que la lámpara del Santísimo gasta diariamente cinco cuartillos de aceite de olivas?
—Eso mismo pensé yo, padre! pero me puse en acecho y observé que los murciélagos, que se meten a prima noche en el templo, se posan en la cornisa interna de la bóveda y luego cautelosamente se acercan a la lámpara a beber el aceite.
—Porqué no me lo dijiste?
—Porque los murciélagos son también hijos de Dios, como dice San Francisco, y tienen derecho a vivir. Además, Dios lo permite. ¿Se ha quejado Doña Juana? ;
—¡No! Su hijo D. Luis.
—Ese es un descreído! Un hereje! Ojalá se muera de un cólico! Si usted ordena no prenderé más esa lámpara.
—Suspende el encenderla hasta nueva orden No me gustan cicaterías en mi iglesia!
Doña Juana Mendoza iba todos los sábado, a prima noche, a rezar al altar del Santísimo Sacramento por el descanso eterno, en el seno de Dios, de su difunto esposo D. Juan Manuel Tejada. Al levantar la vista la piadosa señora para contemplar la hermosa lámpara de plata que ella había ofrendado al Señor, notó que estaba apagada. Pasó a la sacristía e increpó duramente al sacristán por aquel descuido; pero el guarda templo le contestó, que Santiago, el criado del Vicario, era el encargado de cuidar de que estuviera siempre prndida dicha lámpara.
Llamóse a Santiago e informó, que actuaba por mandato del padre Domínguez, a quien se le había quejado D. Luis del mucho gasto de aceite. Doña Juana marchó a su casa y tuvo un gran altercado con su hijo Luis, a quien le dió un berrinche tan fuerte acabado de tomar un refresco de china, que se atacó del cerebro y dió el piojo el mismo día.
El mulato Santiago regó por el pueblo, que había sido castigo de Dios, por impedir que se gastara aceite en la lámpara del Santísimo.
La desolada, madre dispuso que no dejara de arder la lámpara día y noche, como era- su voto; y dió la orden a los señores Puig Amell y Co. para que facilitaran por su cuenta al criado del Vicario todo el aceite que pidiera.
El Dr. Borrel, que había asistido a D. Luis Tajada, supo lo que propalaba el lenguaraz Santiago, y se puso a vigilarlo por medio de un espía de su confianza.
—Doctor, ya sé quién se bebe el aceite de la lámpara del Santísimo. ¡
—Quién ?
—El mismo Santiago!
—Cómo!… No puede ser, hombro!
—Vaya usted, doctor, esta noche al Palmarito a la casa de Santiago y se desengañará por su propia vista.
El doctor teñía confianza en su cochero, que fué el espía elegido.
A las once de la noche el doctor Borrel, encapotado, se dirigió a pie a casa de Santiago, liberto de la. casa, del Vicario que vivía en el Palmarito, y entró de sopetón en el rancho del ayuda del Sacristán.
En la salucha había una mesa puesta con 4 grandes fuentes en el centro: una con trozos de bacalao salcochado y aderezado con aceite y vinagre; otra de macarelas, con igual condimento; y en otra plátanos verdes y maduros salcochados.
—Hola, hola, conque gran cena tenemos! Exclamó el doctor riendo.
—Si, doctor, estoy celebrando la noche de San Juan. El santo de Doña Juana Mendoza, que me facilita de la tienda El Vapor, tan rico aceite de olivas.
—¡Y los murciélagos! ¿dónde están?
—Ahorita llegan: el sacristán y su familia, que son los convidados.
—Y ¿por qué propalas por el pueblo las paparruchas que corren contra D. Luis Tejada?
—Ay, querido doctor, porque todos no tenemos lancetas y ventosas; y los campesinos traen los pollos, huevos, gallinas y lechones al padre Domínguez para las benditas ánimas del Purgatorio, y como el padre Vicario tiene tanta familia, al Sacristán y a mí no nos toca ni esto.
Y el astuto mulato marcó con el pulgar de la mano derecha la mitad del primer pulpejo del dedo índice de la misma mano, y repitió:
—Ni esto, doctor, ni esto!
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