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Un espiritu histórico no puede tener dudas de que ha llegado el momento de la resurrección del pasado, de la afirmación del presente y la esperanza del futuro. Esto es parte de ello.
El Calabozo del Chino

El Calabozo del Chino

Cayetano Coll y Toste– De la Habana vino a San Juan una runfla do chinos destinados a este presidio, a cadena perpetua, por asesinos; y entre ellos venía uno con la nota especial de malísimo.

Al utilizarlos en el servicio de nuestro Correccional, generalmente se les destinaba a traer leña de los manglares de Cataño.

Un día que el capataz español le arrimó a Fufú- Kaolín cuatro cintarazos con el zurriago. El rencoroso y malvado chino lo esperó al entrar en la lancha, y no teniendo arma blanca que clavarle en el pecho, le ciñó la garganta torníquetamente con sus potentes manos y huesudos dedos y lo ahogó junto a la embarcación.

Entonces fué cuando el jefe de la Carcelería se dió cuenta de que Fufú-Kaolín’ era un forzado malísimo, según la recomendación en su contra del gobierno de la Habana .

En el Castillo de San Felipe del Morro hay un calabozo en la mitad de la cuesta que baja a la batería de flor de agua, a mano izquierda. En esa estrecha y obscura mazmorra metieron a Fu-fú Kaolín, sujeto allí a reclusión perpetua: ¡muerto para el mundo! En uno de los cambios de la guarnición del Castillo se le olvidó al Sargento furriel saliente avisar al entrante, que había que llevar la comida a su prisionero al subterráneo, en un lugar tan lejano y olvidado.

El desgraciado chino condenado a morir de hambre por un olvido involuntario del sargento furriel, en vano gritó desesperado varias horas seguidas pidiendo agua. Aquella bóveda bajo tierra era una tumba, peor que las emparedadas sepulturas de la Inquisición.

Por la única ventanilla enrejada que tiene, de una cuarta en cuadro, veló el infeliz recluso a que bajara alguien a la batería de flor de agua para pedirle agua. Acertó a pasar por aquella rampa el hijo del Comandante del Castillo, y le pidió, con voz desfalleciente, un pedazo de pan y un jarrito de agua.

El niño condolido del desgraciado preso se los trajo, y no le dijo nada a nadie, creyendo que hacía mal en socorrer a aquel prisionero del Castillo. Al mes de suceder esto, yendo un día el jovenzuelo con el pedazo de pan y el jarrito de agua no apareció en el ventanucho la cara demacrada del hijo del Celeste Imperio. Llamóle en vano. Entonces el joven avisó a su padre que el chino se había muerto.

El padre se desayunó en aquel momento de que tenía un chino preso entre las murallas.

Desde entonces se llama esa bóveda subterránea El Calabozo del Chino.

En el año de 1864 estudiaba yo el Colegio Seminario de los padres Jesuítas. A los hijos de San Ignacio de Loyola les gustaba mucho visitar los castillos de la Plaza; y nos llevaban a ellos.

Una tarde una columna de 50 estudiantes bajaba en fila de dos en dos, la rampla que lleva en la fortaleza del Morro a la batería de flor de agua, donde se osentaba con orgullo militar un hermoso artillado de bronce, ya desaparecido.

Habíamos llegado a la mitad de la cuesta descendente y de pronto sonó una voz, que dijo:

—Niño Cayetano, niño Cayetano, mire para acá: deme una peseta!

¿Nosotros bajamos la cuesta tal como entramos en la rampla, do dos en dos; recuerdo que mi acompañante era Gabriel Villaronga, de Juana Díaz, que con el tiempo ha sido afamado galeno de Ponce. Me detuve. El padre Jesuíta dió la voz de alto. Y entre tanto,de la reducida ventanilla del Calabozo del Chino seguián llamándome y pidiéndome una peseta.

Con permiso del padre conductor un compañero, llamado Baralt, de Fajardo, me prestó la moneda; y acompañado del padre Jesuíta me acerqué a aquella mazmorra a dársela.

—Niño, soy Santiago López, y estoy condenado a prisión por toda la vida en el presidio de Ceuta. Le pido una peseta para tabaco!

Yo le alargué la moneda y el recluso infeliz exclamó:

—Dios se la pague!….,.,

—¿Quién es Santiago López?—me interrogó el padre Jesuíta, tan pronto estuvimos en la batería.

—Padre, un bandido, ladrón de caballos, ganado vacuno y cuanto hay, que tiene aterrada toda la costa norte de la Isla. Del presidio se ha fugado dos veces.

—Y ¿cómo lo conoce usted?

—Solía pasar largas temporadas en mi pueblo, donde hacía de las suyas. Antes de venir yo al colegio, a prima noche me sentaba en la puerta del zaguán de mi casa que da a la calle y una esclava lavandera que teníamos me refería cuentos y me echaba acertijos o adivinanzas. Una noche un mulato grandullón se acercó a ella y le pidió permiso para encender un tabaco en la lamparita del zaguán. Cuando salió me dijo la criada:

—Niño, ese mulato es Santiago López, que le está haciendo el tiro al almacén de ahí en frente de los señores Puig Amell. Hace noches que viene rondando en ese tragín. El almacén fué saqueado a las tres o cuatro noches. Todo el mundo decía que había sido el ladrón Santiago López pero nadie se atrevía a echarle mano.

—Calcule usted, padre, si me conocerá; viéndome jugar mi chiringa todas las tardes frente a mi casa o en la playa de mi pueblo!….

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