Lionel Valentín
Publicación autorizada por Lionel Valentín Calderón, artista, escritor y Siervo del Señor.
Cayetano Coll y Toste– El barco negrero había desembarcado su cargamento de esclavos africanos en la costa de Palo Seco, frente a la Capital. Y, a buen bogar, la falúa de Real Hacienda se acercaba a la ribera con los Oficiales Reales a bordo, a cobrar el tributo de veinte pesos por cada pieza, a favor del Fisco. Miestras el Estanco de la venta de negros existió, el Gobierno cobraba cuarenta pesos por la introducción de cada africano; después, en 1778, se redujo a veinte; y a nueve, cuando se dió libertad absoluta de importación de esta, mercancía de ébano.
Una vez atracada la falúa, los empleados subalternos se prepararon a cumplimentar la penosa faena de marcar cada esclavo con el carimbo del Gobierno para evitar el contrabando. Y negro que 110 tubiera la marca, al hacer la requisa en los ingenios, se confiscaba, adjudicándoselo la Real Hacienda; y lo vendía después en almoneda pública al mejor postor.
Aquella mañana, como mañana tropical, era diáfana, azul intenso el cielo, límpida la atmósfera y fresca la brisa. Erente al ranchón donde estaban acuertelados los desgraciados esclavos, puso el aduanero el anafre de hierro, que un peón llenó de carbones y dióles fuego. Pronto las ascuas rojas y los chispazos de luz dieron señales de la intensidad olorífera allí acumulada, merced al continuo abaniqueo que hacía un ayudante con un pedazo de yagua. Estando en buen punto de ignición el anafre, un Oficial de la Real Hacienda colocó el hierro marcador entre los prendidos carbones y lo sacó cuando del rojo cerezo pasó al blanco incandescente.
El primer africano marcado con el carimbo lanzó un grito terrible de angustia, que puso en conmoción a toda la negrada y la llenó de hondo pavor; pero encerrada aquella infeliz gente en el ranchón no sabía de qué se trataba. Los esclavos, poseídos de un pánico atroz, iban saliendo uno a uno, temblorosos, con las manos atadas a las espaldas, y se sometían como pobres reses a la terrible operación de la marca oficial.
El grito lanzado por el infeliz siervo, al recibir el contacto del carimbo incandescente, se repetía con una monotonía aterradora. Aquellos hombres al grabar con hierro candente el real signo en la piel de los esclavos, procedían mecánicamente, empedernidos en su brutal labor.
Se sentía olor a carne chamuscada, que se difund en el espacio y la brisa esparcía en la campiña; y un humillo blanquizco envolvía a la viíctima y al victimario.
En la baraúnda del cumplimiento de aquella odiosa ley se quedó sin marcar un negrito; ya fuese por compasión que infundiera su tierna edad a los Oficiales Reales, ya por temor de que su dueño lo perdiera de tétanos o alferecía, al someterlo a la cruel quemadura del estigma del carimbo. Sea de ello lo que fuere, el dueño del negrito pidió y obtuvo indulgencia, dejando para, más tarde el someterlo a la obligatoria marea, cuando tuviera más cuerpo y resistencia; pagando no embargante, la contribución de ordenanza.
Estando muy tirantes las relaciones del gobernador don José Dufresne con el obispo don fray Manuel Ximénez Pérez, pronto llegaron a un rompimiento. El Obispo había prestado generosamente al Gobier no el edificio que había construido con sus rentas, limosnas y arbitrios píos, y destinado, a los pobres enfermos de la Capital. Este préstamo fué con motivo de la declaratoria de guerra a los ingleses, en Junio de 1779. Rasado el peligro reclamó su Ilus trísima, cortésmente, su hospital, y el Gobernador se negó hábilmente a devolvérselo. Cruzáronse los oficios de una y otra parte; primeramente, diplomáticos; luego, incisivos; y por fin, personales. La situación era insostenible y vino el escándalo. Rompióse la valla del respeto mútuo y aprestáronse los dos altos funcionarios a combatirse.
El Obispo se quejó al Rey y el Gobernador informó a S. M., con fecha 9 de Noviembre de 1780, que “fray Ximénez Pérez, para sus fábricas particulare y para la del hospital, se había robado los materiales y la piedra labrada del Gobierno.” ,
Esto, y algo más, narran con acritud y desazón los papeles de antaño.
Era confesor yaltr ego del señor Obispo fray Iñigo Abbad, quien después fué historiador de Puerto Rico; y el gobernador Dufresne, en vista del rapa polvo de S. M.., apuntó entonces sus cañones contra el consejero áulico del Obispado, ya que el Rey colo caba bajo su égida al jefe de la Iglesia en Puerto Rico.
En tal virtud, buscándole las cosquillas y los talones al director espiritual del Prelado sé le procesó por tener un esclavo sin la real marca. La presa fué decomisada y fray Iñigo encausado como defraudador de la Real Hacienda y contrabandista; ordenándose, por auto judicial, se vendiera el esclavo en pública subasta.
Por trasmano, valiéndose de un amigo, remató fray Iñigo su esclavo. Este, que se llamaba Miguel, era un negrito de doce años, que el fraile había comprado a un tal Sánchez, ignorando estuviese sin e infame signo oficial de la Real Hacienda. El esclavito se había granjeado el afecto de su amo y era su sirviente favorito; por lo que el ataque del Gobernador fué como la saeta que da en mitad del blanco.
Recuperado Miguelito, se embarcó con él nuestro corajudo fraile con rumbo a la Guaira, en Mayo de 1778, para tomar allí un navio de la Real Compañía de Guipúzcoa y marchar a la Corte a deponer sus quejas ante S. M. contra los atropellos inauditos del gobernador Dufresne.
¡Fray Iñigo se las compuso en la Corte de tal modo, que en 29 de Junio de 1780 descendía una real orden al Gobernador de Puerto Rico, manifestándole “lo mal visto que había sido por el Rey el procedimiento llevado a efecto contra fray Iñigo Abbad sobre la aprehensión de un negrito bozal, que hubo de Agustín Sánchez”, revocando la sentencia que se pronunció y mandando se procediera contra el Sánchez y se indemnizara al fraile si reclamaba.
El Conde de Florida Blanca, qne tuvo entonces oportunidad de conocer el temple de este benedictino le encargó Je hiciera una Memoria informativa del estado de esta isla y sus necesidades; y el erudito fray Iñigo escribió entonces su célebre historia, que presentó al ministro de Carlos III en 25 de Agosto de 1782.
Creemos demás añadir a nuestra narración que el astuto hijo de San Benedicto disparó tan certera su saeta contra el régulo de Borinquén, que dió de lleno en el blanco; pues Dufresne cesó en su gobierno en 1783, y el 4 de Noviembre de 1784, por real orden, se abolía el carimbo odioso, el terrible hierro, que con el nombre de real marca se ponía en la piel de cada africano, después de pagado el tributo de importación por su dueño, para poder justificar en todo tiempo que la pieza había sido introducida en el país legalmente.
Con razón ha dicho Tito Livio: ¡Ni las instituciones son inmutables, ni los gobiernos perpetuos!
¡Al fin, se vino abajo el carimbo, la trata y la esclavitud.
.. ¡Y aún queda en pié la servidumbre en mascarada del hipócrita coloniaje!… ¡También, tarde o temprano, rodará por tierra!
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