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Un espiritu histórico no puede tener dudas de que ha llegado el momento de la resurrección del pasado, de la afirmación del presente y la esperanza del futuro. Esto es parte de ello.
El dulce encanto de la herencia indígena

El dulce encanto de la herencia indígena

Dra. Marimar Benítez –El descubrimiento de un nuevo mundo captó la imaginación de numerosos artistas europeos, cuyas imágenes nos legaron una primera aproximación a las diversas culturas aborígenes. Ya para el siglo XVIII la presencia indígena no figuraba para alguien como Luis Paret y Alcázar, quien destaca la figura del campesino o jíbaro para su Autoretrato y la Negra esclava, para la publicación Trajes de España.

Francisco Oller comenzó una obra de gran formato, ahora perdida, sobre el cacique Loquillo, quien escenificó una de las batallas de esta efeméride. La pintura estuvo a la entrada de la casa de Campeche, donde Oller vivió; era una obra ambiciosa, que el pintor nunca terminó. Oller tenía una voz privilegiada; hizo el papel del Indio Taboa, en la ópera Guarionex, de su amigo, el músico Felipe Gutiérrez.

Además de la obra monumental sobre Loquillo, Oller pintó una Venus de Borinquen, ahora perdida también, que se supone fuera de una mujer indígena. De haber sobrevivido ambas obras, otro sería el cantar respecto a la presencia indígena en el arte de Puerto Rico. La imagen de los indios de Boriquén es tema de un número reducido de imágenes visuales por parte de los artistas contemporáneos de Puerto Rico. Incluye carteles conmemorativos de exhibiciones y simposios, un portafolio de serigrafías de Jack e Irene Delano, ilustraciones de Rubén Moreira y Carlos Marichal una pintura de Lorenzo Homar, y otras de Osiris Delgado.

El interés por rescatar la herencia indígena de Puerto Rico proviene principalmente de la labor del arqueólogo y etnógrafo, Don Ricardo Alegría y Doña Mela Pons, su esposa. Primero en el Museo de la Universidad de Puerto Rico y luego en el Instituto de Cultura Puertorriqueña, Don Ricardo y Doña Mela, por medio de exposiciones y publicaciones, trajeron la presencia indígena a la cultura visual de Puerto Rico. Han sido los artesanos del país quienes han tomado esas imágenes de origen indígena como motivo principal de sus piezas.

Al hacer esta revisión preliminar del tema, quiero destacar que, aparte de las pinturas de Lorenzo Homar y Osiris Delgado, todas las otras obras fueron producto de comisiones. La obra de Irene y Jack Delano es producto de una comisión del Limited Editions Club para la publicación de la traducción al inglés de la obra de Gonzalo Fernández de Oviedo. Las ilustraciones de Moreira se basan en una comisión del Banco de Ponce y de la edición de Leyendas de Cayetano Coll y Toste. Y esto se explica por el hecho de que no había una presencia indígena en nuestro horizonte, aparte de los trabajos de historiadores y arqueólogos.

La historia de Guanina y de Diego Salcedo son temas que se destacan en la obra de estos artistas. René Marqués le dedica un cuento, “Tres hombres junto al río”, con ilustraciones de Carlos Marichal, que dramatiza un topos del acercamiento a los indígenas. Uno de ellos, escucha de un fraile la historia de Cristo, quien fue matado y resucitó al tercer día, ya que era Dios. Ahogan a un español y lo velan 3 días para ver si en efecto resucita. Rubén Moreira también trata el tema, que forma parte de obras sobre la conquista y colonización de Boriquén. Aparece Salcedo en el portafolio de Irene y Jack Delano.

Las pinturas de Osiris Delgado nos muestran unos personajes ensimismados, la niña contemplando el cemí, el joven del fotuto, el niño que bebe agua y la Venus no miran al espectador, son entes pasivos, carentes de pasión. Lo mismo es cierto del Niño de Barceloneta, de Lorenzo Homar. La herencia indígena es recreada por el Taino Nation, United Confederation of Taino People y varios grupos en la Isla, como una sociedad utópica, con mitos y ceremonias, nombres inventados y toda una serie de creencias y prácticas que recuerdan el “New Age” y otros grupos marginales. El Festival Indígena de Jayuya es tal vez el ejemplo más cercano de estas manifestaciones de una conmovedora búsqueda de identidad.

Todas las tradiciones han sido inventadas, como bien señala el seminal compendio The Invention of Tradition, editado por los eminentes historiadores, Eric Hobsbawm y Terence Ranger.6 Los clanes celtas, los poemas de Ossian, llamado el Homero celta, los tartar y kilts escoceses, fueron producto de James MacFerson y el reverendo John MacFerson, quienes inventaron una sociedad celta histórica, producto de su deseo de exaltar los Highlanders escoceses. Los kilts, la falditas con que marchan todavía hoy, son ejemplos de la fuerza de la imaginación para recrear una sociedad que no existió y unas tradiciones espurias. Como señala Hobsbawm:

Tradición inventada se refiere a una serie de prácticas, de carácter ritual o simbólico, ya sea de manera tácita o directa, que buscan inculcar ciertos valores y normas de comportamiento basados en la reiteración, la cual automáticamente implica continuidad con el pasado. De hecho, si posible, usualmente tratan de establecer una continuidad con un pasado histórico deseado. Sin embargo, lo que caracteriza la tradición inventada, es que la referencia a ese pasado histórico es ficticia.

Recientemente el National Geographic dedicó uno de sus ejemplares a David y el Rey Salomón, figuras míticas de la tradición judaica.7 Una de las interpretaciones es que el gran Rey Salomón era una construcción de los relatos bíblicos, que no se corresponde a la verdad histórica ni a los estudios arqueológicos. Igual que la ciudad de Troya, que inspiró uno de los poemas épicos de mayor resonancia en nuestra cultura, la búsqueda de los restos materiales de David y Salomón no rinde frutos concretos. Son poderosos mitos que siguen inspirando a la humanidad.

Los mitos son necesarios para crear un sentido de identidad, una constante en todas las culturas de la humanidad, para sentirnos orgullosos de quienes somos. Para Hobsbawn, todas las tradiciones inventadas emplean las referencias al pasado como una manera de cementar la cohesión de grupos, y también para legitimar unas acciones. Plantea a historiadores y arqueólogos a cobrar conciencia del uso político de su trabajo, que puede ser crucial en el contexto contemporáneo a la hora de establecer la identidad política y étnica. Tal es el caso con Israel y Palestina, destacado en el artículo del National Geographic.

El título de esta charla, Afirmación/Negación: el dulce encanto de la herencia indígena se relaciona con una práctica común a las sociedades caribeñas, la negación de la herencia africana. Franz Fanon en Black Skins White Masks describe los malabares de esa negación.8 Sabido es que en la hermana República Dominicana, no hay negros, todos son indios. La exaltación de la herencia indígena puede verse, entonces, como una manera de minimizar la africana. Somos indios, no mulatos. Hago esta observación, no para menospreciar las culturas precolombinas de las Antillas, pero para contrarrestar, o poner de manifiesto un subtexto de la invención de la tradición indígena.

Los artistas plásticos de Puerto Rico no han tenido problema alguno con exaltar el origen africano de nuestra música, del folklor, que les ha servido de inspiración para sus creaciones. Por más que insistan, no somos indios, somos producto de la mulatería, que se manifiesta de tantas maneras en nuestra vida de pueblo. Es solo ahora que comenzamos a producir una historiografía crítica que nos revele o acerque a una apreciación más cercana de la historia de nuestros indios. En la última década se han publicado estudios serios por parte de los ponentes de este simposio, y que ha cambiado nuestra apreciación de los indios de Boriquén. La reiteración del mito que los indios creyeron que los españoles eran dioses supone una idiotizacion de los indígenas. Y se entiende que esta caracterización hace difícil la identificación con una cultura de sonsos, que no supieron resistir el embate de sus conquistadores. Es por esto que organizar esta actividad en torno de los 500 años de la rebelión indígena implica rescatar la historia de estos antiguos moradores de Puerto Rico y las Antillas. Viene un poco a rectificar la imagen del indígena sometido, la versión original del “puertorriqueño dócil”.

Me reconcilié con la cultura indígena ante el personaje de la ceremonia de la cohoba, en la colección del Museo Metropolitano de Nueva York, que Don Ricardo mostró en una exposición en este Centro, durante las celebraciones del Quinto Centenario del Descubrimiento. Es una figura de la terribilitá, esquelético, con una expresión de gran fuerza en su rostro. No eran tan sonsos. Aunque se trata de una mirada muy preliminar, el indio no es una presencia importante en el arte contemporáneo de Puerto Rico, es una constante en las artesanías. Conmemorar la insurrección indígena es un correctivo a la visión utópica del Festival Indígena de Jayuya, del Taino Nation y grupos similares. La escultura del Museo Metropolitano nos ayuda a lograr una visión que no exagera la docilidad de nuestros indios, y a recobrar una justa perspectiva en torno de los antiguos moradores de Boriquén.

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