Lionel Valentín
Publicación autorizada por Lionel Valentín Calderón, artista, escritor y Siervo del Señor.
Cuando en 1981 se celebra el primer Festival de la Hamaca, el objetivo primordial de los organizadores era resaltar la labor de estos artesanos que a través de los años se han dedicado al tejido de la hamaca. No hay duda que la celebración de este festival ha contribuido al reconocimiento público de estos hombres y mujeres dándole una exposición nacional a su quehacer artístico y creando un mercado para sus productos. La hamaca, y sobretodo, los hamaqueros, son la esencia y razón de ser de este festival que a pocos años de su creación logró colocarse como una de las más importantes plazas artesanales del país.
Entre todos los pueblos de la Isla, San Sebastián se destaca por tener una comunidad en la que conviven alrededor de 15 familias que no solo han hecho del tejido de la hamaca su modo de vida, sino que tienen en sus manos la importante encomienda de conservar una tradición de siglos, el arte taíno que a pesar del devenir histórico y los procesos económicos, políticos y sociales ocurridos en el transcurso de 500 años, ha logrado sobrevivir como ejemplo de la pujanza de este pueblo por mantener sus raíces, tradiciones y todo aquello que nos define como ente nacional.
En el barrio Robles de San Sebastián encontramos a don Alfredo Pérez y su compañera Esmeralda, Pedro Hemández, José González (don Che), Mariíta Hernández, Lucía Vargas, Juan Cruz, Arcelia Velázquez, Andrea Pérez, Antonia Pérez, Graciana López, Aurora Pérez, Eliezer Cardona, Teresa de Jesús Portal, (Domingo Pérez y Honorio Valentín ya no viven en Robles) y jóvenes como Moserrate, William y Joel Pérez.
Cuarenta años atrás -nos decía don Alfredo- casi todo el mundo en el barrio hacía hamacas. «Las casas estaban estibadas de hamacas tejidas por las mujeres y los niños que los hombres salían a vender por toda la Isla». Ya nuestros hamaqueros no salen por quince días, de puerta en puerta, durmiendo en fondas o donde dieran posada a vender sus productos. Ni son tantos como en el pasado, ni sus hijos se dedican a este arte-medio de vida. Tampoco trabajan el maguey como fuente de materia prima para la elaboración de sus hamacas. El cordoncillo importado lo sustituye.
El progreso trae cambios, nuevas necesidades y nuevas alternativas para satisfacerlas. La industrialización, la emigración, la educación, la cada vez mayor dependencia en fondos federales. los cambios operados en la familia puertorriqueña, son factores a considerar al momento de evaluar la declinación de este arte.
Sin duda alguna, el hamaquero tiene derecho a aspirar a un mejor nivel de vida más allá del que le pueda brindar el tejido de la hamaca. Y tiene el derecho a aspirar que sus hijos tengan una mejor educación que le provea los medios para su progreso material. Por eso, muchas de estas familias emigraron en busca de mejores oportunidades; muchos de los hijos de los hamaqueros estudiaron y se hicieron de profesiones u oficios que le alejaron del arte del tejido.
Sabias son las palabras de don Alfredo: «Yo no sé cómo se va a conservar esta tradición porque lajuventud no quiere trabajarla. El sistema de vida es otro, son otras las necesidades y otros los intereses de los jóvenes. El trabajo del hamaquero no se paga con el producto de la venta, los que trabajamos lo hacemos por amor porque tenemos un propósito y un compromiso con nuestra cultura».
Mas el sentido práctico de la vida, nos lleva a entender que un quehacer cultural enajenado de la productividad material está encaminado a su desaparición. Así, cuando analizamos la falta de incentivos y la dejadez oficial carente de una política cultural que aliente y cree unas condiciones favorables para hacer del tejido de la hamaca -y la creación artesanal en general- una
actividad económicamente productiva, nos ayuda a comprender la triste realidad que cada día, cada año tiene que vivir el hamaquero y artesano isleño.
Ante este hecho, estamos llamados a evaluar la situación y buscar alternativas para mejorar la misma. Ciframos nuestras esperanzas en el espíritu de colaboración al momento de buscar alternativas para incentivar, fomentar y dar continuidad a un arte que nos distingue como pueblo.
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