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Un espiritu histórico no puede tener dudas de que ha llegado el momento de la resurrección del pasado, de la afirmación del presente y la esperanza del futuro. Esto es parte de ello.
Puente Caño Martin Peña -El Grillete

El Grillete

Cayetano Coll y Toste– En la montaña de San José de Luquillo, barrio Mata de Plátano, se moría el anciano D. Pablo de Luna, conocido en la comarca con el nombre de El generoso. D. Pablo no tenía familia porque no se había casado, aunque podemos llamar su familia un gran número de acogidos a su casa de todas edades, tamaños y colores, que los tenía como hijos’ adoptivos, donde quiera que había un huérfano o un desamparado D. Pablo lo recogía.

Sintiéndose el buen señor Luna desfallecer y morir, en su avanzada edad de ochenta años, ordenó le trajeran al padre coadjutor de la parroquia de San José de Luquillo.

—Padre, le ruego que se acomode a mi cabecera. Y dirigiéndose al público, que rodaaba su cama, les dijo:

—Dejadnos solos!

—Quiero, padre, hacer una confesión general, pues creo que Dios me llama ante su severo tribunal.

—Hijo mío, estoy dispuesto a oiros y ayudaros a bien morir.

—Pues bien,, padre, yo soy un gran criminal y aquí todos me llaman El generoso.

—Tal vez halla motivo para ello

—No me interrumpa, padre; óigame, que me quedan pocos momentos de vida. Yo soy hijo de Alanís, en Sevilla. Vine a Puerto Rico de soldado en el Batallón de Granada. Mi verdadero nombre es Juan Hidalgo. Cuando el capitán D. Pedro Loizaga en la noche del 9 de Octubre de 1835 dió el grito en la Capital de ¡Viva la Constitución! yo, en compañía de granaderos, cabos y sargentos, les seguí. Fuimos arrestados. Se pretendió de mí que declarase que el capitán Loizaga quería la independencia de la Isla, y yo, ahogado de coraje, a quien me lo propuse que fué un Oficial del mismo Batallón, lo abofeteó en mi calabozo. Me metieron en un cepo. Y fui condenado a diez años de presidio en Ceuta. Otros compañeros también fueron condenados a aquel presidio. Interin se nos embarcaba se nos obligó en la Puntilla a hacer trabajos forzados. Un día el capataz, porque no quise fregar los pisos, me cruzó al rostro de un latigazo, yo le agarré por el cuello y ebrio de ira lo estrangulé. Se me condenó entonces a grillete y cadena y diez años más en Ceuta. En el puente de Martín Peña hubo necesidad de hacer reparaciones urgentes y los ingenieros militares de Casa Blanca pidieron al presidio de la Puntilla que les enviaran hombres de fuerza para cargar piedras. Yo fui enviado con otros compañeros’ a tales fatigas. Me quitaron la cadena y me dejaron el grillete del pié derecho El segundo día de trabajo el capataz me arrimó un terrible varazo en la espalda porque no andaba listo. Mi angustia fué atroz. La piedra que yo llevaba pesaría más de cien libras. Me volví iracundo y se la lancé a la cabeza. Cayó aplastado. Huí y me escondí en el cercano manglar. No pudieron cogerme.

Durante la noche avancé con cautela tierra adentro. Llegué a un bohío donde obtuve del buen campesino la lima con que amolaba su azada y con ella limé el grillete.

—¿Es ese que está enganchado a vuestra cabezera?

—¡El mismo! Lo tenía guardado y lo he sacado de mi baúl para hacer memoria. El campesino me facilitó también ropa y sombrero para seguir huyendo. Gané las alturas de la Isla y en esta finca, que hoy es mía, se me dió trabajo.

—Y ¿cómo no os conoció el dueño?

—Diré a usted. Llegué aquí de tarde y pedí trabajo y un poco de agua, pues estaba muerto de sed. Me la sirvió un joven, que me dijo:

—Tenéis que esperar, pues mi padre ha ido a enterrar a un pobre hermano mío que mató ayer un árbol en el Corte de Madera.

Esperé. Llegó el dueño de la finca. Me miró de arriba abajo. Me llevó a un gran cuarto donde aposentaba sus trabajadores, y me dijo:

—Ahí tenéis una cama, ¡descansad! Vuestro rostro revela gran cansancio. Sois sin duda un prófugo.

No quiero saber nada. Hoy he perdido un hijo. Y Dios me envía un desconocido. Trabajad y sed bueno y yo os protegeré. Adiós!

Quedé solo con mi conciencia. Me arrodillé y propuse a Dios ser bueno y trabajador. Pasaron los años. Cumplí mi promesa. Hoy soy dueño de la finca misma donde me acogieron. Hice, y hago, el bien, y me llaman El generoso… y soy un criminal…

—Cuando matasteis a aquellos hombres, tuvisteis la intención de matarlos?

—Mi madre me enseñó a no mentir y mi padre a no dejarme pegar. Al sentirme castigado injustamente me cegó la ira y les ataqué con intención de destruirlos. Hoy me pesa.,…

—Pues bien; en nombre de Dios, cuyo ministerio represento en la tierra, yo os perdono. Y en nombre del Capataz del Puente de Martín Peña, también os perdono, porque aquel jefe era mi padre!

El coadjutor calló y lágrimas dolorosas rodaron por sus mejillas. La belleza del alma del noble cura de aldea fué superior a cuanto le rodeaba. El aposento se iluminó de pronto de una luz misterioso!

Por mucho tiempo en la sacristía de la parroquia de San José de Luquillo existió el grillete de Juan Hidalgo. Nadie sabía .su origen. Le llamaban el grillete del padre coadjutor, porque todos los meses el bueno y piadoso sacerdote decía una misa por el eterno descanso del que lo había llevado en vida.

¡El sacristán nunca se había atrevido a preguntar al padre coadjutor la historia de aquel instrumento de castigo, que el cura guardaba en la sacristía con rara veneración..

Y cuando el presbítero se marchó de aquella parroquia con rumbo a la eternidad, al ser interrogado el sacristán sobre este extraño asunto y aquel grillete, contestaba:

—¡Ese grillete era de un padre coadjutor, que se llamaba… Y no sé nada más; nada más!

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