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Un espiritu histórico no puede tener dudas de que ha llegado el momento de la resurrección del pasado, de la afirmación del presente y la esperanza del futuro. Esto es parte de ello.
El indígena en la literatura puertorriqueña

El indígena en la literatura puertorriqueña

Tina Casanova: Escritora, novelista y ensayista– El evento que da base a este simposio y que tendrá como meta llevarnos a la reflexión de nuestra esencia como sociedad encierra en sí un elemento necesario para poder manejar eficazmente las crisis a las que día a día nos tenemos que enfrentar. Una sociedad que conoce de dónde viene, tendrá claro a dónde dirigir sus pasos futuros. No obstante, los pueblos que ignoran su historia pierden la perspectiva de quiénes son y qué papel están llamados a jugar en la sociedad adonde les ha tocado vivir. Agradezco la oportunidad que se me brinda de participar de tan importante evento. El tema que trataré en este simposio es el indígena en nuestra literatura.

La literatura es una de las bellas artes y su instrumento expresivo es la palabra. Viéndolo desde la perspectiva de esta definición, sería imposible tratar de analizar en su totalidad la riqueza literaria que a través de los tiempos han aportado quienes utilizaron el tema del indígena en nuestras letras borinqueñas. Nos limitaremos pues a abundar un poco en las piezas literarias que verdaderamente marcaron un hito desde que comenzara nuestra historia escrita con la llegada a nuestro continente del invasor español. Todavía está en investigación si el indígena tuvo o no la forma de dejarnos su historia por medio de los signos inscritos en piedra. La creencia es que solamente contaban con el curso oral de manifestación. Por lo tanto, la historia que da pie para la partida estaría por fuerza basada en la que nos lega el invasor desde que tiene presencia por primera vez en nuestro panorama. De los registros de los cronistas se nutrirá desde entonces la literatura de los pueblos hispanoamericanos incluyendo la puertorriqueña.

Aventureros, religiosos, soldados,historiadores y una compleja gama de personalidades se encargarían de documentar las particularidades humanas, sociales, geográficas y culturales de ese mundo desconocido con el cual se confrontaron. Es en ese entorno que surgirán nuestras primeras letras. No podemos afirmar categóricamente que dicho legado haya recogido fielmente el sentir cultural, espiritual y social de nuestro pueblo primigenio. Los obstáculos de idioma y la enorme brecha entre una sociedad y otra trabajarían en detrimento para las interpretaciones y evaluaciones de lo que observaban a su alrededor los recién llegados. Al pasar de los años, con posteriores estudios arqueológicos, y mediante el estudio de historia comparada y la antropología, tenemos a la mano mejores herramientas para comprenderla personalidad de la sociedad que habitaba nuestra isla desde una perspectiva más privilegiada. A quinientos diez y nueve años de que nuestras playas fueran testigos de la llegada del colonizador, es a nosotros, a quienes nos toca reconciliar la historia.

Ese gran caudal de información que por medio de la utilización de voces autóctonas, la antroponimia, la toponimia, la flora, los objetos, los mitos, leyendas orales y el devenir de acontecimientos que nos legaron de primera mano estos escritores de indias, será la fuente primordial. De ahí fluirá posteriormente la literatura que alude al sentimiento americanista, antillano, caribeño y boricua que conformará nuestra esencia y entidad. De esa vena fluye la savia que nutre la raíz espiritual que conforma nuestros patrones culturales y que tres siglos después de la conquista plasmarían en nuestro ser una entidad social y cultural diferente y desprendida del sentimiento español que hasta entonces nos caracterizaba. El escritor, Mario Vargas Llosa al referirse a los cronistas nos dice:“Estos escritores que vieron elefantes en la isla de La Española, sirenas y extraños e inconcebibles animales en el Amazonas, importados de una mitología grecorromana, no lo hicieron por ignorancia, si no para poder acomodar una realidad desconocida que los deslumbraba o aterraba a modelos imaginarios que los ambientase en el mundo fabuloso que pisaban por primera vez’’.

Los eruditos en el tema ubican el comienzo del desarrollo de nuestras letras criollas durante la primera mitad del Siglo 19. Lentamente y plagado de calamidades, esos primeros comienzos de una literatura con carácter esencialmente boricua se va cristalizando en un pobre ambiente cultural, donde el comercio de libros fue tardío y limitado. Donde solamente podían terminar estudios fuera de la isla los jóvenes privilegiados y en un ambiente europeo. En el 1806 se inicia en el país la prensa escrita con la llegada de la imprenta. La Gaceta de Puerto Rico fue nuestro primer periódico. Fue en esa etapa de nuestra historia que comenzamos también a manifestarnos políticamente con la representación en las cortes peninsulares de Ramón Power y Giralt en el 1812. El útero se iba preparando lenta pero inexorablemente para el parto supremo: un boricua genuino que daría voz a la patria. Una voz que clamaba desde la persecución y la censura pero que no cejaría ni ha cejado desde entonces para dejar escuchar sus ecos por encima de las voces estridentes que emitían y emiten las gargantas colonizadoras.

Fue Manuel Alonso quien con su obra “El jíbaro’’ (1849) logró manifestar la madurez de nuestra personalidad colectiva por primera vez. La representación de una entidad física y espiritualmente diferente que se alejaba del criollo españolizado. Es de suponer que mucho de su contenido hubo de ser acomodado a los tropiezos de la censura y la represión. Hemos visto que a través de los siglos, cuando nuestra identidad e idiosincrasia se ve amenazada, el elemento primigenio, la raíz más fuerte del boricua que es su identidad indígena, a pesar de la debatida teoría de la extinción, sale en nuestro rescate para reafirmar la esencia espiritual de nuestra nacionalidad. La literatura de tema indigenista está estrechamente ligada a la vida y procesos históricos de cada uno de los pueblos caribeños. Buscando afirmación en la tierra, en lo autóctono vamos amasando una personalidad colectiva que a la vez reafirma el sentir individual. Personalidad fragmentada por los diferentes procesos políticos y sociales a que nuestra condición colonial nos ha sometido siempre.

En la época moderna mencionaremos la década de los años sesenta donde se retoma por completo el tema del indio. Fue una época que marcó pautas en el ámbito mundial. Los hippies, la liberación femenina, los derechos de los negros en E.U., la Guerra de Viet-Nam, el movimiento armamentista como consecuencia de la guerra fría, fueron manifestaciones que acapararon la atención del mundo. En muchos aspectos de la vida social aflora el tema del indio, aunque el arranque en la literatura sigue un paso retardado y lento. Aparecen los movimientos neo-taínos o neo-indígenas, se reagrupan los conceptos indigenistas y se utilizan de forma más contundentes, especialmente en la música, la plástica y la artesanía. Aunque los medios de comunicación electrónicos ofrecen mayor oferta en el tema indigenista en su formato de ensayos, existe un gran vacío de esta literatura en la forma impresa y con motivos comerciales.

En el pasado, Alejandro Tapia y Rivera, Manuel Alonso Pacheco, Daniel de Rivera, José Gautier Benítez, José Gualberto padilla, Cayetano Coll y Toste, Lola Rodríguez de Tió y más tarde Manuel Méndez Ballester serían los mayores expositores del tema indígena en Puerto Rico. De los antes mencionados será el Dr. Cayetano Coll y Toste el autor que posiblemente ha tratado con más efectividad el tema indígena en el género de cuento y la narrativa corta. A partir de los relatos de Gonzalo Fernández de Oviedo, el cronista que con mayor viveza describió el carácter de nuestra raza, nos hace su valiosa aportación a las letras y la historia en El Boletín Histórico de Puerto Rico – San Juan, 1924. Con Tradiciones y Leyendas Puertorriqueñas, el ilustre historiador, médico y literato, recoge la esencia del espíritu popular a través de siglos de tradición oral. Se hace eco de la exaltada imaginación del cronista insuflando vida literaria a ese mundo nuestro desde el momento mismo de la conquista. En la leyenda Becerrillo, el perro con características casi humanas, Cayetano Coll y Toste repite fielmente la descripción de Oviedo: “…se quedaba extático contemplando a una india joven y les ladraba a las feas. Apresaba un fugitivo por un brazo como un gendarme y lo llevaba al campamento de los cristianos y si no se dejaba conducir lo despanzurraba ferozmente’’. No podemos obviar el hecho de que Oviedo veía al elemento indígena desde un prisma muy desfavorable. Lo tilda de mentiroso, vicioso e idólatra, aunque sin menospreciar sus cualidades de valiente guerrero. Debido al estado de represión política que se vivía, o tal vez a que todavía tendríamos muy arraigado en nuestro ser el espíritu españolista, nos cuesta encontrar en estos relatos una inclinación a emular lo nuestro, lo autóctono. Sobreponen el elemento extranjero por encima del indígena. Se escribe desde el punto de vista del español, alabando siempre las bondades extranjeras.

En La Palma del Cacique de Alejandro Tapia y Rivera entramos en el gran conflicto amoroso. El Cacique Guarionex se enamora de Loarina, hermana del supremo Cacique Ageybaná, el Bravo. La indígena a su vez ama al conquistador Cristóbal de Sotomayor. Cayetano Coll y Toste en su leyenda Guanina, hace uso de este mismo personaje de las crónicas. En el caso de La Palma del Cacique, muere Guarionex y Loarina es enterrada con él. En cambio, en Guanina, muere Sotomayor muriendo ella también. Cayetano Coll y Toste retoma de nuevo el conflicto amoroso indígena/español en su leyenda El Capitán Salazar. En este caso la hermosa indígena Caonaturey, hija del Cacique Aymamón, deserta de su raza y traiciona a su pueblo para unirse en amores al español. Alejandro Tapia y Rivera, a su vez, relata, al estilo de la leyenda clásica otra historia de amores y traiciones. Esta vez en “Las lágrimas del Loisa’’, recrea los amores entre la Cacica Yuisa y Pedro Mexía, un joven mulato liberto que llegó en calidad de colonizador.El cruce de razas de nuevo se representa, pero esta vez entre indio y negro. En la leyenda los dos se casan, él muere a manos del Cacique Yabureibo y ella se suicida tirándose alrío. Son sus lágrimas las que dan caudal al cauce de agua, que en el presente se conoce como Río Grande de Loiza, motivo de inspiración de nuestra Julia de Burgos.

Es Ramón Emeterio Betances quien muestra en su obra Los dos indios por primera vez como héroe al indígena, Toba. Por boca de este personaje nos deja saber su sentir con relación al proceso colonizador y sus implicaciones en el pueblo, para quien cualquier indígena que fuera capaz de amar a los invasores, se convertiría en un sacrílego y un traidor. Pero consciente de las complejidades y contradicciones coloniales, aborda como otros, el ineludible tema del cruzamiento de razas. Este se recrea a través de la relación entre Otoke, hermano de su héroe Toba, quien se enamora de la española Carmen. En su obra el indígena logra burlar y vencer al invasor. Pero perdona al hermano e intenta comprenderlo.

Manuel Méndez Ballester en su obra Isla Cerrera nos presenta una isla a raíz de la conquista. Esta obra nos ofrece un panorama amplio de lo que debió haber sido la actividad colonizadora en esos primeros años. Todos los elementos crudos del choque de las dos culturas están presentes. Aunque Méndez Ballester no atempera con certeza ni domina en su obra el espacio temporal, al hacer sus planes de futuro, dota a sus personajes de carácter profético pues a escasos doce años de la llegada de Juan Ponce de León a Borikén ya hablan de una raza mestiza. En ella vuelve a surgir el conflicto amoroso; Ricardo de Boadilla, el español, Guimazoa, la india y el rebelde Guaxicán, el indio que no solamente pierde a su amada a manos del invasor, sino que también ve desaparecer todo lo que conformaba su universo. Trabajada desde el punto de vista del español, los sentimientos, los afanes y la fervorosa lucha del indio se ve pospuesto en aras de una nueva civilización que se implantará como la nueva semilla en el caduco surco de lo viejo. Manuel Méndez Ballester glorifica al español y excusa sus excesos, al referirse a Juan Ponce de León diciendo por boca de uno de sus personajes: ‘’Don Juan quería esta tierra como si fuera hija suya’’. En su obra el indígena no tiene voz, se conforma con ser una mera sombra moviéndose en un escenario total y completamente dominado por el elemento invasor.

En la única novela de Eugenio María de Hostos de que tenemos conocimiento, La peregrinacion de Bayoan, que sale a la luz por primera vez en Madrid en el 1863, el autor canaliza la decepción sufrida al destruirse la teoría que lo llevara a luchar por la liberación de una España tiranizada por sus déspotas caudillos. Llegó a pensar que trabajando por la libertad de España estaría a su vez trabajando por la libertad de su patria. España,60 | Ponencia | 5to Centenario de la Rebelión Taína tiranizadora de sus colonias, Cuba y Puerto Rico, estaba siendo a su vez tiranizada por su sistema absolutista de gobierno. Pero al caer la monarquía, España persistió tan celosa de sus intereses colonialistas como antes.

Es una literatura de protesta. Surge en el momento en que De Hostos desilusionado con España busca refugio en Nueva York con la esperanza de unirse a alguna expedición revolucionaria que desembarcaría en las costas de Cuba y Puerto Rico. Al no encontrar la coyuntura que buscaba se dirige entonces en un recorrido por América del Sur recabando ayuda para los insurrectos cubanos y boricuas enfrascados en la lucha descolonizadora en Cuba que se llamó luego La Guerra de los 10 años. Es esta obra el intento por recuperarla visión de un mundo original, propio y nuestro, como lo era antes de la conquista. Sería pues la idea central y centrante para su propuesta de La Confederación de las Antillas. Es un caminar en meditación retrospectiva e interna, un peregrinar desde dentro de la conciencia, un trillo preparatorio para el verdadero camino, una proyección de sus anhelos e identificación de su propio destino. Los nombres de sus personajes aluden a nuestros caciques borincanos aunque la trama se desarrolla varios siglos después de la conquista. Él, como tantos otros poetas y escritores, recurren a esa fuerza natural que emana de nuestra raíz indígena para encontrar esa identidad que da entronque y fortalece el carácter nacional. Es por eso que su relato alude constantemente al momento mismo de la conquista. Y aunque deplora la manera en que se llevaron a cabo los procesos de colonización, trata de analizarlo en su contexto histórico. Acepta y agradece ser el producto de ese mismo proceso, echa una mirada hacia adelante y prosigue su peregrinar. Bayoán será pues el crisol donde se fraguará la esperanza de la patria.

Es en la poesía donde mayor aportación se hace sobre el tema indígena. Las alusiones a Agueybaná, el toponímico Borikén, Borinquén, el gentilicio boricua, borinqueño,borincano, estará presente en la poesía desde sus comienzos. Carmen Corchado de Juarbe ha hecho un estudio minucioso sobre el indígena en la poesía nuestra. Fue a esta fuente que acudí en busca de información. La poesía, al igual que el resto de la expresión lingüística y literaria sobre el tema indianista, también se nutre del legado de los escritores de indias o cronistas quienes observaron, interpretaron y escribieron. Será pues la misma fuente de inspiración las historias legadas por ellos. Son estos poetas quizás los llamados a tejer una nueva tela con hilos viejos. Es a las generaciones actuales y a la luz de nuestras experiencias de pueblo a quienes corresponderá enmendar errores interpretativos que con intención o sin ella, quedaron plasmadas para la historia. Según Carmen Corchado de Juarbe, el tema del indio en nuestra poesía comienza cuando ya en la América este tema había pasado por varios periodos de su desarrollo poético.

Manuel Alonso, Alejandro Tapia y Rivera y Daniel de Rivera fueron esos primeros poetas que tuvieron que enfrentar y sufrir las actitudes represivas de los gobernantes de turno por manifestar en sus obras las quejas y protestas del indio frente a su historia. Nos dice Carmen Corchado: “Con los años, la visión de lo indígena pasaría a ser símbolo de puertorriqueñidad, y el indio figura ineludible de la historia isleña, eslabón de la formación racial y espiritual de nuestro pueblo, ejemplo de armonía con la tierra pródiga, héroe ejemplar o antecesor de las vivencias de un pueblo sojuzgado’’.

El primer poema sobre Puerto Rico lo escribió Juan de Castellanos en el 1579 y fue Elegia de Varones ilustres de Indias. Este español llegó a Puerto Rico en el 1520. La poesía trata sobre la construcción de ciudades, una expedición contra los Caribes y otros eventos de la colonia. Junto con la Araucana (1569) de Alonso de Ercilla y Zúñiga, representa la poesía épica inspirada en los primeros años de la conquista. Da voz a la angustia del pueblo indígena: “…y todos ellos andan repartiendo/nuestros campos, sabanas y riberas/aquello que aquí siempre poseímos/y donde nos criamos y nacimos. ’’ Narra, además, los acontecimientos en Borikén desde el 1508 hasta el 1512. Describe el areyto que celebra Agueybaná en la boca del Río Aymaco en las tierras de Guaynía y donde se decidiría declarar la ’’guasábara’’ al invasor.

Sin embargo, el primer poeta puertorriqueño lo fue Francisco de Ayerra y Santa María,nacido en San Juan en el 1630. A pesar de que se trasladó a México e hizo su vida allí, siempre se sintió puertorriqueño.

Fue en el 1843 cuando sale la publicación, Aguinaldo Puertorriqueño, con la deliberada intención de que fuera puertorriqueña. Es el primer intento de un grupo de jóvenes boricuas estudiando en España, a saber: Manuel Alonso, Santiago Vidarte, Juan B. Vidarte, Pablo Sáez y Francisco Vasallo. La poesía “El Salvaje’’ de ese texto, hace referencia al indio. En ella canta a un indio que prefiere la vida dura del monte y la libertad a la otra regalada pero en esclavitud: En ella se expresa de esta manera: “Que es mi dicha vivir libre/sin cadenas que me opriman/con su peso solo giman, los esclavos y no yo’’. Es un indígena al cual le han quitado su tierra, pero que al lograr su libertad personal no lo lamenta. “Me han quitado mi llanura/no me importa/para probar mi bravura/los montes bastan y sobran/si los indios no recobran/lo que el blanco les robo’’. La poesía encierra ese conformismo que instalaron en la raza y que ha venido a conformar el carácter taciturno y resignado con que se ha idealizado siempre al jíbaro, seguro sobreviviente de la raza indígena.

Un año más tarde, en el 1844, otro grupo de jóvenes boricuas, Martín Travieso, Francisco Pastrana, Carlos Cabrera, Mateo Cavarlhon, Alejandrina Benítez, Benicia Aguayo, junto a un venezolano y varios españoles sacan a la luz pública su publicación “El Album”. El país entonces comienza a cobrar una identidad literaria que necesitará para tener presencia frente a las letras antillanas e hispanoamericanas.

El caso más dramático de represión y censura se perpetra contra el joven poeta, escritor y periodista ponceño, Daniel de Rivera por el Gobernador Fernando de Norzagaray. Daniel de Rivera, trató de dotar a Puerto Rico de un canto épico al estilo de Alonso de Ercilla con la Araucana y Juan de Castellanos con su Elegía de varones ilustres de las Indias, antes mencionadas. La obra de Daniel de Rivera, “Agueynaba y Ponce de León” y “El Jardín de Agueynaba” (nótese la alteración en la grafía del nombre), se comenzaron a publicar en el 1852, luego en la prensa en el 1854. Según menciona Fernando Picó en el prólogo esta obra editada y publicada por el Instituto de Literatura Puertorriqueña en el 2005, “Proyectar en los indígena del Siglo 16 una conciencia política y nacional, constituía una subversión del discurso paternalista y de progreso que esgrimían las autoridades’’. Al periódico El Ponceño le impusieron una multa y fue cerrado por las autoridades. Y a Daniel de Rivera junto al editor los encerraron en la cárcel. Con los 300 pesos de la multa se adquirieron cuatro estatuas que adornan hoy en día la Plaza de Armas y que representan las cuatro estaciones. En un principio estaban ubicadas en el Paseo de la Princesa. Versos como los que a continuación copio fueron el detonante para que se ejerciera contra el poeta tan cruel castigo: “Que parta a España el que nació en Espana/ y deje aquí, de susto y pena exento/ al que le cupo este jardín por cuna/ bañado en suave hamaca por la luna’’.Casi un siglo después, en el 1945, Antonio Mirabal dicta una conferencia en el Ateneo Puertorriqueño titulada “Daniel Rivera, Apología’’ donde reconoce al poeta como uno de los precursores del separatismo puertorriqueño de mediados del Siglo 18.

Una poetisa, entre muchos otros poetas, que también fue perseguida por su identificación e inclinación con el tema patriótico en su obra lo fue Lola Rodríguez de Tió. Con la celebración del cuarto centenario de la llegada de los invasores en 1892-93, el tema indianista fue retomado por los poetas de la época. José Gautier Benítez, Julio José Soler, Lola Rodríguez de Tió, Cayetano Coll y Toste, Leopoldo Sandoval Rivas, Félix Matos Bernier entre otros. Luis Llorens Torres trabajó en su Revista de las Antillas el tema indianista, mostrando gran sensibilidad por lo autóctono americano; afincando el sentido de pertenencia en un periodo de grandes cambios sociales y culturales donde se ponía a gran riesgo ese carácter que se había ido perfilando a través de todo del siglo 19. Y ya entrando en época más reciente, fue nuestro Poeta Nacional, Juan Antonio Corretjer, quién más utilizó el indio como tema para su poesía. Recordemos su “Oubao Moín y Agueybaná. Y ya a finales del siglo 20, poetas como Magaly Quiñones, Etnairis Rivera, Olga Nolla, entre otros, han dejado sentir en sus composiciones el peso de la historia primigenia desde el momento de la realidad histórica que les ha tocado vivir. Obras de teatro hemos tenido que han adoptado el tema del indígena, para no hacer muy extenso este ensayo, mencionaremos a Cesáreo Rosa Nieves en su pieza teatral en verso “Flor de Areyto”, Walter Murray Chiesa y Alberto Zayas en su “Areyto de Maroho”, una reconstrucción moderna del areyto indígena.

Fuera de este ensayo, y para otra ocasión, quedarán las obras publicadas por historiadores, arqueólogos, investigadores, historiógrafos, sociólogos y otros estudiosos de nuestra historia y cultura, quienes han producido un gran caudal de literatura sobre el tema indianista. También quedarán en el tintero por falta de espacio las obras literarias que en menor escala se han escrito en tiempos actuales sobre el tema.

Y en este último segmento de mi ponencia me permito comentar sobre mis dos obras del tema indígena. Son estas El ultimo sonido del caracol y En busca del cemi dorado. Surgen estas dos obras como un medio de encontrar respuestas a interrogantes que nacieron y crecieron conmigo relacionados con el ambiente que me rodeaba. Nacida en un barrio del corazón de la montaña, rodeada de ese elemento primigenio que la historia oficial me negaba y fiel creyente de que mi madre provenía de una raza ya extinta, es de suponer que dos más dos nunca sumarían cuatro en la ecuación de mi historia personal. Siempre he tenido la sospecha que en la palabra jíbaro estaría entonces la clave para las respuestas que buscaba. Nosotros los escritores, tenemos y hacemos uso a nuestra discreción de las licencias que se nos otorgan como vehículo en el camino de la creación literaria. Transgredir entonces la historiografía oficial y aventurarme a tirar un puente que nos llevara directamente de nuestros indígenas hasta el puertorriqueño de hoy en día, pasando por el jíbaro, recodo confuso en la trayectoria, fue la meta propuesta. Propongo que le echemos una mirada más a fondo a la palabra jíbaro, porque considero que encierra en sí la clave para descifrar muchas de las interrogantes con respecto a nuestra historia. Vayamos a los diccionarios: Luis Hernández Aquino en su Diccionario de voces indígenas lo describe de esta manera: Jíbaro, nombre que se aplica al campesino puertorriqueño. Algunos historiadores sostienen el origen aruaco taíno del vocablo pero de probable origen americano. Cayetano Coll y Toste en Prehistoria de Puerto Rico nos dice: “De la raíz jibá procede nuestro vocablo provincial jíbaro… Vocablo derivado del indígena jíbara… En Cuba se usa como adjetivo para designar un animal montaraz o alzado como el perro jíbaro, también existe en Cuba la Loma de Jíbara. ’’

Juan A. y Salvador Perea en su Glosario etimologico nos dicen: “La voz es de uso cotidiano en Puerto Rico, pero su etimología ha sido rozada por algún que otro escritor. Creímos una vez que jíbaro es metátesis de guajiro, que se tornó primero en jiguaro y luego en jíbaro… Sin rechazar de plano esta etimología creemos según ya lo apuntamos bajo la voz que antecede, que jíbaro es la misma palabra naboría, y que está formada por la radical baru, que significa hacha y el prefijo nominal de segunda persona del plural, huhu. Los jíbaros eran, pues, como los naborías, los trabajadores del campo y la tierra,los hacheros.” Y Salvador Brau nos dice lo siguiente: “La voz jíbaro que por primera vez se aplica a los campesinos de Puerto Rico en documentos oficiales del S. XVIII, es de origen indio. Con ella se designaba uno de los numerosos grupos o naciones en que se hallaba dividido el pueblo Caribe. Y precisamente, la nación jíbara se distinguía por sus hábitos montaraces y cerriles, concepto en que aparece usada es palabra en distintas comarcas.”

José Pablo Morales Miranda nos enreda más el asunto al tratar de definir la palabra jíbaro:

Español con india, sale mestizo
Mestizo con española, sale castizo.
Castizo con española, sale español.
Español con negra, sale mulato.
Mulato con española, sale morisco.
Morisco con española, sale salta-atrás.
Salta-atrás con india, sale chino.
Chino con mulata, sale lobo.
Lobo con mulata, sale jíbaro.
Jíbaro con india, sale albarrazado.
Albarrazado con negra, sale cambujo.
Cambujo con india, sale sambaigo.
Sambaigo con mulata, sale calpan mulato
Calpan mulato con sambaigo, sale tente en el aire.
Tente en el aire con mulata, sale no te entiendo.
No te entiendo con india, sale ahí estás.

En otras palabras, nos quedamos en las mismas. Por lo pronto, debemos pues sacaren conclusión que el vocablo jíbaro no proviene del castellano. Y que si ha sobrevivido hasta nuestros días para nominar a nuestra gente de la montaña su etimología se ha de remontar mucho más del tiempo atrás del que se le otorga para tratar de explicarla simbiosis tri-racial con que siempre y a la ligera hemos querido despacharla. Cabe hacernos una pregunta: ¿Cómo en realidad se llamaban a ellos mismos los habitantes de Borikén antes de la llegada del invasor? Lanzo al aire el reto.

Tomando como base de partida este concepto, y basado en mi experiencia personal como jíbara nacida en un pueblo de la montaña de madre esencialmente jíbara-indígena, mis novelas “El último sonido del caracol’’ y “En busca del cemí dorado’’ no son otra cosa que el intento de trazar esa ruta que venticinco generaciones, desde el 1511, fecha que hoy conmemoramos aquí, tuvieron que recorrer hasta llegar a Sara, la descendiente número veinticinco de Anacauí, princesa indígena. Desde la desgarradora experiencia de los primeros terribles años de la llegada del hombre blanco, esta novela describe paso por paso la transfiguración de una raza que no se extinguió. Es desde el corazón del indígena,desde la raíz de su conciencia misma, que nace el grito desgarrador, el hondo sonido del guamo que marcó la gran guasábara. Y un día como el que celebramos hoy, en las regiones del Abacoa, el Cacique Arasibo convocó al areyto y lanzó a su gente un reto:“–Esta raza ha sido azotada por malvados Caribes. Juracán ha descargado con furia su ira sobre ella. Y todo ha pasado. Yucahú Bagua Maorocoti ha permitido que todo pase cuando tuvo que pasar. Nunca nos ha faltado alimento. Nunca nuestros suelos ni nuestras guariches dejaron de parir. Nunca las sequías disminuyeron las calichis y los rios arrancaron siempre la caona de las entrañas de la tierra para nuestro uso y el deleite de nuestros ojos. También nos ofreció generosa el guaguarei para fabricar utensilios, cemíes, ofrendas y muchas cosas mas para nuestro beneficio. Los arboles,abundantes y generosos, nos han ofrecido sus frutas, sus hojas, sus raíces y sus troncos para que nuestras vidas sean posibles y para llenar nuestros estómagos, y guarecer nuestros cuerpos y nuestras cabezas de las lluvias y el sol. Nuestras lanzas jamas entraron en las aguas sin que trajeran consigo peces ni cruzaron los aires sin que proveyeran jutías y aves para nuestra comida. Y nuestras canoas no han sido detenidas por las grandes aguas para perseguir y repeler a los crueles Caribes que saquean nuestros conucos, roban nuestras guariches y matan nuestros guacokios.

Ni aun los malvados tuyrás y maboyas que habitan en la oscuridad y se alimentan de guayabas han perturbado nuestras vidas mas de lo que Yucahú Bagua Maorocotiha permitido. Borikén ha sido nuestra por muchas lunas, tantas como aguas han pasado por los cauces de sus rios y aun muchas mas. Hasta que llegaron ellos ensus extranas canoas rompiendo las aguas y trayendo consigo las fuerzas vengativas de la maldad. Los arijunas, los gaicokios blancos. Los hicimos nuestros guaitiaos. Intercambiamos nombres con ellos, les dimos de comer de nuestros conucos. Les mostramos nuestros cemíes y por un tiempo creímos que eran enviados de Yucahú. Pero se hicieron de nuestras tierras, nos reparten entre ellos y nos hacen trabajar para llenar sus blancas y grandes barrigas. Y no conformes con eso nos matan en las bravas corrientes para sacar el caona que hace brillar sus ojos de envidia y latir su corazón de codicia. Hay odio en sus miradas, lujuria en sus cabezas y egoísmo en sus corazones. Y no conforme con ello quieren lo mas preciado que tenemos—señaló con una mano la piedra dorada que reposaba incandescente sobre el taburete de madera. Un día vinieron, vieron al hermoso Yucahú reposar altivo y excelso en su sitial de honor y no pudieron disimular su codicia y el deseo de tenerlo. Pero no lo hemos de permitir. Los hombres y las mujeres habrán de luchar contra el hombre blanco. Defenderemos con nuestras propias vidas lo que es nuestro. Nadie tiene derecho de robarnos nuestros dioses, nuestra madre la tierra y nuestras vidas. Muchos moriremos. Tienen poderosos truenos que escupen fuego y muerte. Tienen al animal espantoso que corre veloz como el viento para perseguirnos. Pero nosotros tenemos el poder y la protección de Yucahú Bagua Maorocoti mientras podamos defenderlo. Tambien tenemos la protección de todos los demás dioses tutelares. Nuestros dioses son numerosos, ellos cuentan con solo uno. Tenemos el coraje de proteger lo que es nuestro y somos numerosos. Ellos son solo un puñado. Usaremos el odio que ellos nos han metido en el corazón contra ellos mismos. Dentro de cinco lunas, cuando escuchen el sonido del caracol, caeremos sobre ellos. Nuestras macanas y nuestras flechas traspasaran su carne blanca y les harán morder la tierra que han maldecido y han regado con nuestras lagrimas y nuestra sangre. Andan tras el, saben que lo tenemos y lo quieren para ellos. No tardaran en llegar. Y para cuando eso ocurra ya Yucahú Bagua Maorocoti deberá estar lejos, en la montaña sagrada de la cual salió, donde le pertenece estar. Desde allí seguirá velando por nosotros. En esta roca se habrá de colocar. Por eso los he convocado. Nadie que no sea de nuestra raza deberá saberlo, pero todo aquel que pertenezca a ella tiene el deber sagrado de protegerlo. De ustedes mismos, de hoy en adelante dependerán sus propias vidas. El que traicione su raza habrá sellado su propia sentencia de muerte. Si Yucahú continua entre nosotros estamos salvados. Si pasa a manos del enemigo hemos perdido la batalla final.

Mañana, cuando Camuy deje caer sobre nosotros sus primeros rayos, cuando él nos anuncie los designios finales, escucharan el sonido del caracol. Yucahu Bagua Maorocoti saldrá de aquí. Regresará al Chimborazo. Entonces comenzara la gran guasabara. Todos los valientes vendrán a la lucha. Venceremos. Los que queden atrás protegerán con sus vidas a Yucahu. Y cuando el hombre blanco ya no sea más, regresará. El sonido del caracol así lo habrá de anunciar. Y todos ustedes, y muchos más, regresarán aquí. Y celebraremos con un gran areyto. Mañana mismo, ocho hombres lo han de llevar consigo. El los guiará. Así lo ha determinado. La gran guasábara comenzará pronto. El sonido del caracol, el guamo potente repitiéndose de cerro en cerro ha de ser la señal. Es el aviso que deben esperar. !Ya no más! !El hombre blanco ha de morir! Nuestra tierra será redimida. !Borikén sera nuestra siempre! !Borikén será libre de nuevo!

Y yo añado: !Hay muchas maneras de vencer!

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