Lionel Valentín
Publicación autorizada por Lionel Valentín Calderón, artista, escritor y Siervo del Señor.
Cayetano Coll y Toste- Portón era un mozo robusto y ágil con toda la fortaleza de sus veinte y cuatro años, corridos en los campos y bosques del barrio de Orocovis. Su padre, soldado del batallón de Granada, tan pronto concluyó su servicio no quiso retornar a la Península, ni reengancharse, y con sus ahorros, por cierto bien cortos, se internó en la sierra, buscando acomodo en una estancia, donde se colocó de capataz. Con la buena disciplina del cuartel, aplicada a la labor agrícola, prosperó, y casóse con una criolla de la altura. Como agregado de la finca, fundó su hogar, y de su matrimonio tuvo un solo hijo, Portón. Un día, derribando en el bosque un corpulento cedro no soltó oportunamente el hacha a pesar de haber oído el crujido de las fibras que se desgarraban, y al caer en tierra el tronco del gigantesco! árbol lo pilló debajo y lo dejó muerto.
Huérfano Fortún, creció a su antojo con los mimos de su bondadosa y complaciente madre. Era un mocetón de tez pálida, algo coloreada en los carrillos por la temperatura fría de la montaña, bigote negro, ojos vidriosos, vivos, la mirada penetrante, nariz recta y labios finos. Tenía unos puños de acero y una voluntad del hierro. Su primer disgusto lo tuvo con el hijo del dueño de la finca, donde era agregado, por cuestión baladí. Abofeteó al señorito, que se las echaba de forzudo, y en poco mata al padre que intervino, y quería pegarle con un varal que llevaba en la mano. Por lo que su madre determinó levantar el hogar del barrio de Orocovis y pasarse al de Bermejales, donde compró unos seborucos, Fortún construyó el bohío en un momento, sin que nadie le ayudara. El mismo trajo del monte la madera y la yagüilla de palma de sierra, para la techumbre y setos. Púsole estanticos de tortugo amarillo y los varales de la cumbrera de capá prieto. Y cuando llorosa su madre se trasladó a la nueva choza, el hijo la consoló diciéndole:
—No tema, madre, que tengo brazos para todo.
Aquí somos dueños. Allá como agregados’ de .una finca, éramos casi esclavos.
El conuco prosperó bajo el brazo potente de Fortún. El platanal y el batatal estaban florecientes y limpios. El mocetón trabajaba en las fincas de café y con la moneda de sus jornales traía a la casa cuanto faltaba. Pronto tuvo su caballo, su buena ropa de dril blanco para los días de fiesta, sus botas de buen becerro con suelas dobles, y su sombrero de Panamá. En los bailes empezó a distinguirse por su buen porte y aspecto, y con dos puñetazos dados en diversas ocasiones había obtenido el dictado de guapo. Cuando entraba en un baile y pedía una punta para bailar un merengue nadie se atrevía a negarle la pareja.
Así iba pasando el tiempo. La finquita de Fortún llamó la atención del perceptor de contribuciones, y por primera vez apuntaron el conuco de Fortún Sánchez y le fijaron tributo para el Estado y el Municipio.
A un tiempo, le citaron para que pagara el primer cuatrimestre de la contribución, y al año, lo apremiaron, echándole recargos y formáronle un expediente de apremio por deuda al Fisco. A los dos años le vendieron el conuco en pública subasta en la Receptoría de Contribuciones y se lo adjudicaron a un corso que deseaba sembrar café en las alturas de Puerto Rico. El corso, acompañado del alguacil del Juzgado, fué a incautarse de la finca. Fortún estaba sentado en el dintel de la puerta de su bohío, cuando llegaron estos sujetos.
—¿Qué se ofrece? les dijo.
—¿Es usted Fortún Sánchez?
—Para servir a ustedes.
—Pues yo soy el alguacil del Juzgado y vengo a darle posesión al señor Giacomo Piccoli, que ha rematado estas tierras por el pago de las contribuciones y las costas originadas’ en el expediente de apremio que se le formó a usted. Por tanto, entregue usted la casa y las diez cuerdas de tierra a su nuevo amo.
Fortún se quedó mirando de hito en hito al alguacil; sintió que una oleada de oprobio le azotaba el rostro; y que lo que acababa de oir era una tremenda injusticia y un despojo inicuo, pues él había cultivado aquellos breñales, que antes no valían nada; y personamente había fabricado el bohío. Y ahora, de repente, pretendían arrojarle de allí, lo qué no podía tolerar. El alguacil, al ver la cachaza del campesino, le dijo con malos modos:
—¿Me ha comprendido usted bien? Vengo en nombre de la Justicia.
—¿Está bien! contestó Fortún. Apéense1 ustedes
Mi madre les hará café y yo voy a recoger mis trastos para irme al monte.
Y se entró para dentro de la casa. El corso y el alguacil se apearon de sus cabalgaduras. Y la madre de Fortún marchó a la cocina a preparar el café, que su hijo había ofrecido a los recién venidos, No bien había llegado la pobre mujer al fogón, tuvo que desandar lo andado precipitadamente, porque oyó un terrible grito proferido por una voz desconocida y una horrible blasfemia lanzada por su hijo. Al llegar a la puerta del bohío quedó aterrada ante el sangriento cuadro que tenía a la vista. Fortún, de un machetazo, le había cercenado la cabeza al alguacil, y con otro formidable tajo le había partido el cráneo al corso. Los dos cadáveres estaban cerca el uno del otro. La infeliz mujer se desmayó..
Fortún, repuesto de su rapto de ira, tomó una pala de corte, entróse en el cafetal e hizo una gran fosa, donde sepultó los dos cadáveres. Cogió los caballos, cruzó la sierra y en la parte opuesta los realizó a un bajo precio. Bien entrada la noche retornó a su casa. Llamó a su madre y nadie le respondió. Pernoctó sentado en el batey y esperó a que amaneciera. Con los claros del día entró en el bohío. Su madre estaba aún tendida en el suelo; la tocó y estaba fría, glacial;’ las manos y brazos rígidos; en vano trató de reanimarla porque estaba muerta. El crimen de su hijo Id había producido un ataque apoplético fulminante.
Fortún volvió a coger la pala, se internó de nuevo en el cafetal y cavó una profunda fosa para su madre. Volvió al bohío, besó a la que le había dado el ser, eh la frente, y repuesto de su emoción diólé sepultura.
Después retornó a la casa, hizo un lío de la ropa más necesaria, enjaezó su caballo, amoló su espadín desde la punta al cabo, enterró junto a un árbol la piedra de amolar, y le pegó fuego al bohío. Contempló estático y con mirada siniestra en su trágica desilusión, como ardía su hogar. Arrasada su choza por el fuego, metióse el sombrero hasta las cejas, montó su potro volador y se perdió de vista por el tendero de la opuesta Sierra, sin volver el rostro una sola vez. Como fugitivo buscó amparo en las selvas y malezas de la montaña.,
En aquellos tiempos tenía la Isla aún mucho bosque por explorar. Se había sembrado mucho café en las abras y laderas, pero quedaba, todavía mucho terreno útil para el cultivo del aromático grano.
Fortún as enteró por el dueño de un ventorro del barrio de Orocovis, que el Juez lo había declarado, por sospechas, presunto asesino del alguacil y del corso, citándolo y emplazándolo en la Gaceta Oficial; que pasada la fecha del emplazamiento, lo habían declarado reo y prófugo. Estaba, pues, fuera de la ley. Su finca la habían adjudicado a un hermano del corso, que la reclamó, y que, bien armado tomó posesión de ella y había levantado casa.
Fortún dejó prosperar un año al corso – y la víspera del día de Reyes se presentó en su antigua finca y solicitó al dueño.
—¿Qué desea usted?—contestóle el corso, que estaba en el balcón, desgranando una mazorca de maíz.
—¡Vengo a arreglar unas cuentas con el dueño de este conuco, que era mío antes.
—¿Cómo se llama usted?
—Fortún Sánchez.
—-Tú fuiste el matador de mi hermano y del alguacil. Ira de Dios. Espera!…
Y penetró rápidamente en la casa, y apareció después en el balcón con una carabina en actitud de hacer fuego. Con igual rapidez que el corso había hecho esto, Fortún se había apeado de su caballo, subido la escalera y situado al lado de la puerta. Al salir bruscamente el corso al balcón sin tomar precauciones y creyendo que el matador de su hermano estaba aún a caballo, recibió una tremenda puñalada en el costado que lo hizo rodar por tierra; a la segunda quedó muerto.
La familia de la víctima dió parte a la justicia y el nombre dé Fortún Sánchez, el matón del barrio de Bermejales, volvió a sonar en la Gaceta Oficial.
Pasó el tiempo y todo volvió a caer en el olvido.
Fortún, temido por todos, cobraba el barato en los barrios de Orocovis y Bermejales. Desbarataba bailes a su antojo y se robaba las muchachas al capricho, para abandonarlas al poco tiempo.
Por fin se tropezó con una criolla del barrio de Sabana que no pudo seducir. Era una muchacha esbelta, de diez y ocho primaveras, buena, sanota; de seductor encanto; alto seno virginal y suaves contornos tentadores; con pupilas negras, largas pestañas, cabellera como el ébano y rosado cutis. Se llamaba Margara adoraba a Fortún; pero se resistía a ser su mujer si no dejaba la mala vida que llevaba, pedía el indulto por conducto del padre cura, ofreciéndose a servir al Rey en los castillos de San Juan, y entonces se casaría con él ante los altares en debida forma. Fortún comprendía que Margara le amaba de veras y dejaba al tiempo, a sus halagos, y a la oportunidad el vender la tenaz resistencia de la gallarda doncella en entregársele incondicionalmente en dulce abrazo.
Le llevaba, cariñoso, flores, le hacía regalos de pañuelos de seda y la trataba con un profundo cariño de rendido pretendiente, sin dejarla de requerir de amores siempre que podía, aspirando la ola perfumada de su aliento.
Celebránbanse las fiestas de la Candelaria en el barrio de Orocobis con bulla y algazara; por la noche hubo baile, y pasada la media noche, Fortún se presentó con fruición amorosa a ver si estaba por allí el imán de sus pensamientos. Se bailaba, un vals y Fortún divisó a su idolatrada Margara bailando con un arrogante joven de melena, rizada y ojos brillantes. Nunca había conocido los celos y esta vez le mordieron el corazón de firme. Tan reciamente, que no esperó a que se terminara el vals para acercarse a la pareja y pedirle al bailador una punta. Lo hizo tan bruscamente, bajo el deslumbramiento de los celos, que el joven que bailaba con Margara, que desconocía la indómita fiereza de Fortún, por hacer poco tiempo que había llegado a aquel barrio, le dió un empellón, diciéndole inconforme:
—Hombre, sea usted más correcto en sus modales. Esos no son modos de pedir una pareja!
A Fortún le brillaron los ojos como dos ascuas candentes, porque el odio al servicio de los celos es implacable, y por única respuesta le dió una bofetada.
El joven sacó una pistola. Se armó la baraúnda de siempre. Las mujeres empezaron a gritar y loe’ hombres a intervenir y poner la paz. Fortún, en todos sus raptos de ira era rapidísimo, sacó un puñal y al descargarlo contra su adversario se interpuso Margara con tan mala suerte, que cayó suelo bañada en sangre. Al matón del barrio de Bermejas no le había sido posible detener su potente brazo, ya descargada la puñalada. El joven hizo fuego y la bala se clavó en el hombro izquierdo de Fortún, quien, rabioso y feroz, con el puñal tinto en sangre de su amada, apuñaló al desgraciado enemigo hasta dejarlo inmóvil en el suelo. Ningún hombre se atrevió a acercársele para sepáralo de su presa.
Fortún, al cerciorarse que Margara estaba muerta, dió un terrible alarido y salió corriendo en dirección al bosque. Nadie se atrevió a perseguirle, al verle amenazador: tal era el miedo que se le tenía, considerándole como un peligroso forajido.
¿El suceso tuvo gran resonancia y volvió la Gaceta Oficial a ocuparse de Fortún Sánchez, el matón del barrio de Bermejales Los vecinos de toda aquella comarca quedaron aterrados; pero con el tiempo, encubridor de heroísmos y crímenes, todo volvió a su curso natural.
Solamente en las fiestas de la Candelaria, todos los años, durante algún tiempo, se estuvo oyendo en las inmediaciones del espeso bosque de Orocovis unos sollozos profundos y unos terribles alaridos, y de vez en cuando una voz ronca, que gritaba tenazmente:
¡Margara, Margara, Margara!…
Y los vecinos del contorno afirmaban que era el desgraciado Fortún clamando locamente por so amada infeliz. Otros decían que eran las quebradas crecidas donde moraba el espíritu de la infortunada doncella sacrificada en un arrebato de celosa ira de Su amante. Y un montuno aseguraba haber visto a Fortún con un machete en la diestra, los cabellos al aire, corriendo como un loco, rugiendo ferozmente, destrozando cuanto encontraba a su paso y aullando con voz enronquecida: ¡Margara, Margara, Margara!…
Triste final de Fortún Sánchez; el matón del barrio de Bermejales. ¡Desgraciado el hombre que la fatalidad, cruel e injusta, se empeña en perseguirle!
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