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Un espiritu histórico no puede tener dudas de que ha llegado el momento de la resurrección del pasado, de la afirmación del presente y la esperanza del futuro. Esto es parte de ello.
El Milagro de la Guadalupe

El Milagro de la Guadalupe

Cayetano Coll y Toste- Doña Estéfana Gándara, viudade Medina, vivía en su modesta casita, de madera techada de paja en la Caleta de San Juan. Después que los holandeses, en 1625, incendiaron la capital fué que se construyeron las casas, por orden do S. M., de tapiería y azotea, y de modo que no pudiera propagarse un incendio con facilidad.

Era el 24 do Agosto de 1568. La señora Estefana estaba en la barbacoa de su casa, en la parte posterior, recogiendo unas cuantas viandas y almudes de maiz, que tenía secando al sol. Estaba sentada en el suelo, a la moruna, y con su hijita Lupita en la falda, nena de año y medio de edad.

Apuraba a su criada Benita pora que activase el trabajo de retirar aquellas provisiones porque el cielo estaba encapotado, color de panza de burro, y amenazaba llover mucho.

En esta fagina sintió una fuerte ráfaga de viento, venida del norte, y dijo a su fámula:

—Apura, Benita, que esto huelo a tormenta; este viento inseguro y alocado no indica nada bueno.

—Niña, estamos en el mes de las tormentas.

Al poco rato empezaron ráfagas sucesivas que ya declaraban el mal tiempo. Era que comenzaba el célebre huracán de San Bartolomé del siglo XVI. Doña Estéfana trató de incorporarse y ponerse en pié, para retirarse al interior de la casa; poro la violenta tromba huracanada le arrancó la niña de los brazos y se la llevó en volanda, y a ella la arrojó contra el suelo a punto de estrellarla contra las tablas de la barbacoa. Benita acudió presurosa en su auxilio y pudo ayudarla a retirarse a lugar seguro, trancando puertas y ventana,s. El viento recio silvaba por entro las rendijas y la casita se sacudía como palmera que balancea un fuerte ventarrón.

Doña Estefana se arrojó en una cama gimoteando por la suerte que corría su Lupita, en poder de la tempestad. No era posible salir a la calle y la noche se había echado encima. Los rugidos1 del miar en la puerta de San Juan parecían fieras desencadenadas. Tuvo que resignarse la infeliz madre a esperar el día.

El huracán duró toda la noche: hacia la madrugada se oyeron algunos truenos, señal inequívoca de que la tempestad iba de paso.

Doña Estefana y Benita, su fiel criada, se echaron a la calle en busca de Lupita, temerosas de una terrible desgracia. No bien hubieron andado por la Caleta diez pasos les gritaron de la casa del padre Estarache, que estaba tres casas más abajo que la suya y era de dos pisos con mirador:

—Doña Estefana, doña Estefana, acá está Lupita, sana y salva. Doña Estafana, venga acá.

Corrió la madre desolada a casa del presbítero Estaraehe, donde encontró a su hijita que se la comió a besucones y caricias. Las lágrimas de alegría le corrían por las mejillas. La familia del padre Cura la rodeaba. ¿Qué había sucedido?

Parte del mirador de la casa del padre Estarache lo había deshecho el huracán, dejando al descubierto un gran portillo.

Por aquel hueco la tromba huracanada había metido la Lupita, que había arrancado de los brazos de su madre. La muchachita había caído sobre un montón de ropa sucia, acumulada en uno de los rincones de aquel desván. Empezó a llorar y gritar y una criada de la casa subió al mirador a ver que ocurría allí y recogió la infantica.

Al verla el padre Estarache exclamó:

—Los escapularios de la Virgen de la Guadalupe, que lleva al cuello, la han salvado!….

—Loada sea la Virgen de la Guadalupe gritaron todos.

Doña Estéfana dispuso; que se dijera una misa cantada, a toda orquesta, en honor de la Virgen de la Guadalupe, que le había salvado su hijita querida. Este milagro de la Virgen de. la Guadalupe está consignado en los cronicones de la Santa Iglesia Catedral.

Nuestros abuelos tenían una fe inatacable a macha martillo, en la intervención divina en los hechos humanos. Cualquier suceso inexplicable, que consi24 deraban no natural, era debido a la mano de la Divinidad.

La doctrina de la gracia de San Agustín y el culto de las imágenes estaba en todo su apogeo.

Yo alcancé a mi abuela de muy avanzada edad, tenía más de noventa años: doña Juana Torres de Tosté: matrona fuerte y devotísima de los Santos. Ah! la recuerdo perfectamente: yo tendría más de diez años; ella sentada en su hamaca caraqueña de cordoncillo con grandes flecos a los lados, prenda traida por su esposo D. José Francisco Tosté, marino, de la isla de Curazao; yo sentado en una sillita de paja, hecha en el país.

—Abuelita, ese santo que tienes en ese esquinero ¿quién es?

—Es San Blas, hijo! Nos protege contra las tormentas. Cuando viene el huracán se lleva muchas tejas de la población; nosotros nunca hemos perdido una; se lo debemos a San Blas.

¿Quién se acuerda hoy de San Blas? Y en la edad Media fué uno de los santos más populares. El que conservaba mi abuela era de madera, y de un pié de altura.

—Y este cuadrito con una cruz de dos brazos a cada lado, ¿qué significa, abuelita?

—Esa reliquia se la compré hace muchos años a unos monjes misionero, venidos de Jerusalem; que pasaron por aquí vendiendo objetos sagrados. Está hecha e impresa en los Santos Lugares: dentro de la cruz hay una oración, que rezándola todos los días impide que entren epidemias en la. casa; por ella, cuando vino el Cólera Morbo a Arecibo el año 56 no tuvimos en casa ningún atacado. En la casa del lado vivía el vicario Domínguez y tuvo enfer mos y en la otra casa el Alcalde D. Vicente Balseyro y también los tuvo.

Mi abuela hablaba con una tranquilidad de espíritu y un dominio absoluto en lo que decía, infiltrando en mi alma infantil sus divinas creencias.

La credulidad en los milagros ha perdido mucho terreno en los tiempos actuales por falta de religiosidad en los espíritus: todo es cuestión del cristal con que se mira el hecho más o menos inexplicable; el sentimiento religioso lo esplica de un modo: el racionalismo de otro. Para Espinoza y Kant, adoradores de la Razón Pura, el milagro es el reconocimiento de la humana ignorancia.

Pero los creyentes católicos están con Santo Tomás de Aquino: Para Dios no hay nada imposible supra naturam contra naturam y practer naturam ( obre la naturaleza contra la naturaleza y fuera, de la naturaleza.) San Agustín decía: Credo quia absurdum (lo creo porque es absurdo): indicando la necesidad de.lo sobrenatural para sostener la fe.

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