
El neoliberalismo criollo y el fin de una gran ilusión
Mario R. Cancel Sepúlveda– El tránsito hacia el neoliberalismo y la globalización del 1991 al presente no ha sido comprendido del todo ni por la gente ni por la clase política. La actitud dominante en ambos sectores se ha traducido en una sensación de “pérdida” proclive a la “nostalgia”. El fin del estado providencial, interventor o beneficencia, la terminación de los privilegios fiscales a la colonia y la desarticulación de la imagen de una “bonanza” siempre cuestionable, se ha hecho evidente. La metáfora de la “gran desilusión” con respecto a las esperanzas en el orden emanado de la Segunda Guerra Mundial se generalizó. La actitud dominante ha sido dejar que las cosas pasen a ver a dónde conduce un proceso sobre el cual no se tiene control.
Algo que saltó de inmediato a la vista fue que el fin de los incentivos contributivos federales dejaría al ELA sin opciones de crecimiento. El daño social producido por un siglo de sumisión política ya estaba hecho. La otrora poderosa y agresiva burguesía nacional puertorriqueña ahora se caracterizaba por su debilidad y subordinación al otro, por lo que en 1990 carecía de un proyecto nacional viable y se volcaba hacia el sueño del estado 51 o la continuación del orden de la posguerra.
De modo paralelo las clases medias, es decir, los profesionales, los intelectuales, la burguesía mediana y el comercio local, un sector diverso, desarticulado y contradictorio, no estaba en posición de llenar el vacío de aquella. La intelectualidad en particular se había transformado en un sector motejado de radical y atrabiliario que caminaba entre el optimismo romántico y el pesimismo cínico. Y la clase obrera, minada por la pobreza tendría que replantearse su situación en el entramado de la lucha de clase en medio del avance del neoliberalismo.
Ese vacío explica en parte el hecho de que, al menos desde el 1996 y en medio del “rosellato”, las esperanzas de crecimiento económico se fueron cifrando en el fortalecimiento de los pequeños y medianos negocios (PYMES), conglomerado que el mercado abocaría al sinuoso tercer sector o de los servicios en el escenario del virus del consumo conspicuo. Es como si se hubiese colocado toda la fe en la posibilidad de que se desarrollase una “nueva clase media” que, por la fragilidad de su situación, se mantendría en los márgenes de la moderación y el apoliticismo que, precisamente por ello, sería capaz de tolerar el giro hacia un orden considerado innovador e inevitable: el neoliberalismo. Lo cierto es que la realidad posible excede toda teoría y que las clases sociales no nacen como producto de la gestión o el cálculo del estado sino como resultado de complejos procesos que estaban y están fuera del alcance de la legislación. Hoy resulta innegable que la fragilidad del mercado en los últimos 25 años no ha permitido la evolución saludable de ese proyecto.
La necesidad de reformular la resistencia
La resistencia al cambio se ha materializado de diversas formas en las que las posturas presuntamente progresistas y reaccionarias se intersecan. Las organizaciones de la sociedad civil y no partidistas desempeñaron un papel relevante en aquel proceso por lo menos hasta el 2010. Pero, aparte del frente amplio que culminó en la manifestación “Todo Puerto Rico Con Vieques” (1999) y el movimiento LGBTT (2009), el éxito de la resistencia ha sido relativo. La incapacidad de reproducir la experiencia solidaria más allá de aquellos proyectos concretos habla de las limitaciones de la conciencia cívica en el país. De modo análogo, el movimiento “Playas P’al Pueblo” (2005) representó una experiencia única por su capacidad de vincular el ambientalismo y los reclamos civiles en el marco colonial. Pero resulta significativo que las izquierdas, ya fuesen socialdemócratas, socialistas o comunistas; y el movimiento independentista moderado o nacionalista, no han podido recuperar la influencia que tuvieron en las décadas de 1960 y 1970 en el giro hacia el neoliberalismo.
Su fragilidad no puede explicarse con teorías de la conspiración. La táctica de esas formas tradicionales de la resistencia ha sido tratar de penetrar las organizaciones de la sociedad civil pero la oposición no madura. Las alianzas de independentistas e izquierdistas con el centro político, entiéndase el PPD a la altura de 2012 y 2016, y el hecho de que un sector del independentismo y el izquierdismo apoyaran un candidato presidencial, Bernie Sanders en 2016, demuestran una inteligencia política que lo más tradicionales y los más críticos han cuestionado. Los efectos divisionistas de estos debates en un sector abatido por la relación colonial y la crisis pueden ser terribles para su causa. Es bien probable que la ofensiva colonial que representa la Junta de Control Fiscal reanime aquellas vertientes combativas en los próximos meses. Me parece que el país lo necesita.
La gente y el estado ¿una relación contenciosa?
La cultura ciudadana ha dado un giro interesante. Desde 2000 al presente la desconfianza de la gente en la clase política, un rasgo propio de las minorías opositoras, ha penetrado incluso entre los simpatizantes de los partidos con acceso al poder. El largo ciclo de confianza en los procesos electorales y en los métodos de la democracia representativa que inició el PPD desde su fundación en 1938 parece haber terminado. La partidocracia y el bipartidismo están en el banquillo de los acusados pero el proceso de su enjuiciamiento apenas comienza. Los indicadores más confiables de ese fenómeno son varios.
Slack_punoEl primero es la multiplicación de las organizaciones no gubernamentales, los grupos políticos locales y los partidos políticos emergentes con aspiraciones nacionales. El segundo son las fisuras ideológicas dentro de las organizaciones principales en el ejemplo del soberanismo, el libre asociacionismo y la estadidad radical en el seno de los dos partidos principales. El hecho de que se pueda hablar de penepés no estadoístas, de populares estadoístas y de independentistas populares o melones, demuestra que las preferencias partisanas se apoyan menos en la emocionalidad o los principios y más en el pragmatismo y las necesidades de la táctica. La incomodidad que estas actitudes generan han sido muchas. Los agrios choques entre quienes todavía interpretan las posturas políticas como un rasgo determinado por el ADN y los que las apropian como un producto contingente de la sociabilidad se hacen cada vez más visibles en la medida en que la crisis actual avanza. Los sectores conscientes se mueven entre la transigencia y la intransigencia con incomodidad.
El tercero indicador tiene que ver con la aparición de candidatos independientes a los cargos públicos como ocurrió en el 2012 con el caso de Amado Martínez Lebrón quien se postuló para la alcaldía de San Juan. El hecho se repetirá en los comicios de 2016, cuando Manuel Cidre y Alexandra Lúgaro se presenten para la candidatura a la gobernación. La visibilidad de este tipo de candidato parece depender de su situación de clase, de su vinculación al capital y de los lazos que haya establecido a través de su vida pública y privada con las organizaciones que han dominado el panorama electoral desde 1940 al presente. El fenómeno merece un estudio cuidadoso y profundo que espera por un autor capaz de contextualizarlo en el escenario material y espiritual del presente.
El cuarto indicador y no menos relevante es la proliferación de la discusión política en las comunidades cibernéticas y redes sociales. Me parece que el ciberactivismo bien articulado ha sido y seguirá siendo un elemento determinante para garantizar la eficacia de las resistencias en los próximos años. El debate sobre este asunto ha girado en torno a que el slacktivismo o el activismo virtual o de sillón, le ha dado “voz” a mucha gente que antes no la tenía. La reacción ante la presencia de esas voces nuevas en el ruedo del debate ha sido diversa. Algunos observadores la percibieron como algo que democratizaría un escenario por lo regular aristocrático e intelectualizado. Otros, siguiendo a Umberto Eco, han afirmado que la internet le “ha dado el derecho a hablar a una legión de idiotas” o, completando a Javier Marías afirman que las redes sólo han servido para “organizar la imbecilidad”. Las redes sociales, sean la expresión de la democracia o de la imbecilidad, continuarán allí y no parece que desaparecerán.
Un quinto elemento que no debe pasarse por alto es la evidente apatía de los más jóvenes con la participación en procesos electorales, actitud que no puede traducirse en un desinterés en los asuntos que atañen al país. Mi experiencia universitaria me dice que esa apatía no es un sinónimo de enajenación voluntaria respecto al acontecer social. Muchos de estos jóvenes no se identifican con ninguno de los grupos o proyectos que se discuten en el ámbito público pero tampoco poseen el entrenamiento o la voluntad para articular grupos o proyectos alternos. El orden dominante tampoco los anima a inventarlos porque probablemente los interpretará como un peligro para la partidocracia y el orden bipartidista dominante. Esa enajenación defensiva también debería ser investigada a fondo a fin de comprender la apatía de los más jóvenes con los procesos electorales y la democracia liberal.

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