Lionel Valentín
Publicación autorizada por Lionel Valentín Calderón, artista, escritor y Siervo del Señor.
Un ultimo rayo en oro apuñala la tarde y muere con ella… crimen y castigo en la romántica bajura de la meseta y la piedra ahoga. “Jacinto, entrega la vacaaaa”… reza un grito calumniador en el espacio. “Jacinto, la vacaaaa”… y un mar delincuente embiste estruendosamente las rocas que separan la Playa de Jobos de la Playa de Montones con vanas pretensiones de maremoto.
Se retira un poco y carga contra el objetivo sin misericordia. Allí en aquellas rocas esta el famoso Pozo de la Playa de Jobos, el Pozo de Jacinto, quien lo adquirió a cambio de su vida. Jacinto era de allí, de Jobos, de la bajura en Isabela. Allí vivió un día cualquiera de cualquier año y allí se dedico a “pastorear” ganado ajeno. Uno de esos días que la mala estrella tiene reservados para las tragedias, lanza el mar un profundo quejido que estremeció la mañana de la bajura
Un ganadero de la región de Isabela, había encomendado a Jacinto la tarea de cuidar sus vacas. Jacinto era un sencillo campesino que disfrutaba de la apacible compañía del ganado. Todas las tardes éste se aseguraba que las vacas regresaran al cercado de su amo, pues era común encontrar alguna de las lentas vacas cruzar los límites de la finca hasta llegar a cualquiera de las veredas cercanas. Había entre todas aquellas, una vaca muy inquieta, que muchas veces había provocado que Jacinto llegara a altas horas de la noche a su humilde casucha, luego de haber invertido largas horas en encontrarla en cualquiera de las fincas cercanas. A pesar, de ser la vaca más complicada de la hacienda, era la preferida de Jacinto.
Día tras día, salían muy de mañana “rumiante” y “acompañante”, la una por el buen pasto, el otro por “el pan nuestro de cada día”. Un día, el cielo grisáceo anunció la proximidad de una tormenta. Las nubes se aglomeraban formando una infinita colcha de algodón sobre el firmamento. Para Jacinto, era hora de poner a sus vacas en un lugar seguro. Amarró de su mano como de costumbre a la vaca inquieta para llevarla de regreso antes de que llegara la lluvia. De repente, el cielo centelló y se iluminó con intensidad. El trueno no se hizo esperar y el animal se asustó por un fuerte estruendo que escuchó. La vaca asustada comenzó a correr sin control, arrastrando a Jacinto por la soga. Este intentaba detenerla infructuosamente pero la vaca continuó corriendo hasta el acantilado de la playa de Jobos. La res cayó por una abertura natural formada por el mar, arrastrando con ella a Jacinto que nunca dejó de aguantar a la vaca. De esta manera ambos perdieron la vida.
Al otro día el dueño de la vaca buscaba por aquellos lugares a Jacinto, gritando «¡Jacinto traeme la vaca!”. Buscó por largas horas a Jacinto, molesto por su retraso en devolver la vaca. Aquel animal era demasiado costoso como para que Jacinto no le cuidara adecuadamente. Luego de un rato, notó que el pozo lanzaba con furia agua produciendo un estruendoso sonido de ira. Al asomarse a la abertura, vio los cuerpos de Jacinto y la vaca, golpeándose violentamente sobre las piedras. Lejos de sentirse conmovido por la aterradora escena, el dueño gritó y maldijo su mala suerte de haber perdido la vaca. Poco le importó el destino de Jacinto, pues este había sido responsable de la muerte de su animal.
Desde entonces se cuenta que cualquiera que se acerque al pozo y grite tres veces “Jacinto dame la vaca” hará enfurecer al mar para dar voz al reclamo de Jacinto por su vida . Todavía se escuchan los gritos de Jacinto en medio de la furia del mar embravecido que lanza la espuma que nace de sus adentros.
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