
El PPD la revolución democrática
Mario Cancel- El documento se inicia con la invención de una genealogía o un pasado para el Partido Popular Democrático. La idea dominante es que el PPD sintetiza lo mejor de las aspiraciones del pasado hispánico y el presente americano y, a través del segundo, de la herencia liberal y democrática occidental. Lo valioso del desarrollo de la organización es, de acuerdo con el autor, que hizo posible el rechazo natural del pueblo a la praxis política ilegítima y vacía que dominaba el país. El PPD fue, entonces el medio para facultar la participación legítima y llena de contenido de su tiempo. La intención de Luis Muñoz Marín es convencer a los lectores de que el Partido Popular Democrático tradujo la voz del pueblo y, en ese sentido, puede ser considerado como el pueblo organizado. EL PPD es, en síntesis, obra del pueblo y no de un líder o líderes iluminados.
Los alegatos son los mismos que hizo en 1930 el Lcdo. Pedro Albizu Campos con respecto a la política y el nacionalismo antes de su afirmación como líder público. La organización de vanguardia aspira a que se le considere como un vehículo impuesto por la historia.
El método expositivo de Muñoz Marín recurre a un lenguaje poético propio de las vanguardias literarias comprometidas y a las parábolas dualistas con el fin de llamar la atención y facilitar el acceso a la información. Con esos recursos a la mano, cuenta someramente la historia de la ruptura con el Partido Liberal Puertorriqueño, la campaña hacia las elecciones de 1940 y el mito del triunfo en aquellos comicios. La metáfora organicista del crecimiento produce la impresión de que el “triunfo” del PPD era inevitable o natural.
El documento insiste en la idea de la revolución democrática con el fin de tomar distancia de la subversión nacionalista. La primera representa al pueblo y la segunda no.
- De mayor importancia que esta historia externa, menos tangible, pero más real, es la historia de cómo se formó la actitud espiritual del Partido Popular Democrático, su personalidad moral, el retrato del Partido Popular Democrático en la imaginación del pueblo puertorriqueño.
- En este sentido la historia del Partido Popular Democrático remonta hacia el pasado. Tiene que ver, como ya se indicó en otro punto de este libro, con la tradición democrática española y el progreso en comprensión de la tradición democrática de Estados Unidos —la que a su vez remonta centenares de años en la historia de Inglaterra anteriores a la fundación de Estados Unidos. Tiene que ver con el desuso, o la falta de uso, de estas tradiciones en nuestra historia política. Tal desuso parece haber determinado en Puerto Rico, en vez de la anulación total de la potencia de esas tradiciones, la acumulación de un impulso emocional a darles curso.
- Parece que el espíritu de nuestro pueblo, en recovecos subconscientes, iba anotando un contraste entre lo que, vagamente, recordaba o añoraba, entre lo que confusamente presentía que podía ser y lo que cansadamente observaba que era; entre lo que podía ocurrir y lo que ocurría. El pueblo participaba como comparsa en campañas y luchas comiciales; pero al mismo tiempo sentía cada día más su desconexión con todo aquello, su no tener que ver con esas cosas de las maquinarias políticas —con el andamiaje de la politiquería esqueléticamente estructurado sobre el cuerpo de su miseria; con la flor, de dulzura nauseabunda, del lirismo politiquero surgiendo, cada día más ofensiva, del estiércol de la poca vergüenza política.
- El pueblo iba queriendo integrar su vida a su política, relacionar su dolor con algo que fuera a hacerse sobre su dolor.
- Ese fue el Partido Popular Democrático que vio la gran masa del pueblo. Miró hacia adentro y vio su dolor. Miró hacia afuera y vio la imagen, hecha línea, color, luz de su propia esperanza.
- Pero ¿por qué vio el pueblo en el Partido Popular Democrático la imagen de su esperanza? En la contestación a esa pregunta está una de las lecciones más hondas del movimiento Popular Democrático. El Partido fue la imagen del deseo del pueblo no primordialmente porque yo me lo propusiera o porque un número de compañeros nos lo propusiéramos. El Partido Popular Democrático da la impresión —lo sé— de ser la obra de un hombre. En cierto sentido lo es —o por lo menos es la obra de unos cuantos hombres. Pero en un sentido más hondo y más real es el Partido que ha sido obra de más gente en Puerto Rico, porque ha sido, muy realmente, creación del espíritu anónimo y genial del pueblo mismo.
- Mi campaña de dos años a través de Puerto Rico no fue una repetición de ideas simples desde el principio hasta el fin. Fue más bien un desarrollo de una manera de ver. La campaña Popular creció en su contenido tanto como en su extensión. El que hubiera ¡do a uno de los primero mítines del Partido Popular Democrático y se hubiese retirado después de la Isla, y hubiese regresado ocho o diez meses más tarde y hubiese entonces ¡do a otro mitin, podría muy bien haber pensado que había visto dos mítines de dos partidos políticos enteramente distintos, similares en cuanto a ¡deas programáticas, pero distintos en su personalidad. Sin embargo, lo visto por tal persona hubiera sido, desde luego, el mismo partido en dos momentos distintos de su desarrollo —pero tan distintos en el corto intervalo como lo es un hombre de lo que fue un niño, aunque los dos sean la misma persona. El crecimiento en personalidad del Partido Popular Democrático en pocos meses era tremendo. Los que le seguían los pasos no podían darse cuenta, como no se da uno cuenta de cómo un niño se va convirtiendo en un hombre si lo ve todos los días. Pero el crecimiento —y sobre todo el ahondamiento— era tremendo.
- Al empezar a inscribirse, el Partido Popular Democrático daba en su campaña la sensación de la política tal y como había sido en Puerto Rico. Daba la sensación de un grupo de liberales, gente de buena fe y de buenos propósitos, que habían sido víctimas de una injusticia por parte de un grupo de su propio partido y que se habían visto, muy a pesar suyo, obligados a constituir una nueva agrupación. Sobre esos factores giraba la propaganda en las tribunas y los periódicos: que qué se yo cuantos comités habían pedido la asamblea y se la habían negado; que en Ponce hubo dos mítines, uno de diez mil personas y otro tan sólo de quinientas; que esos mítines probaron dónde estaba la verdadera fuerza liberal; que el grupo que había cometido la injusticia sin duda vería su error y abandonaría su propósito divisionista —en fin, cosas todas ellas razonables, pero que en nada indicaban una variación profunda en lo que había sido la vida pública en Puerto Rico.
- Meses después, la campaña ya reflejaba los indicios de la revolución democrática, del gran cambio de la política en Puerto Rico, que resultó ser el Partido Popular Democrático. Al triunfar el Partido en noviembre de 1940, la sensación era ya avasalladora de una revolución —revolución democrática, dentro de la ley y el orden; pero revolución efectiva en el sentido de descuaje de puntos de vista, variación dramática en la manera de ver las cosas, transferencia del poder no de unos partidos a otros, sino de ciertos intereses económicos y sus maquinarias políticas al pueblo mismo— revolución tan efectiva como la que representó el triunfo de Franklin Roosevelt en las elecciones de 1932 en Estados Unidos.
- Este crecimiento, decididamente, no resultó de una técnica mía ni de ningún grupo de líderes. Yo también iba creciendo. El liderato del movimiento también iba creciendo. Éramos todos partes de un organismo espiritual en rápido desarrollo.
- Según yo iba por los campos, según hablaba con la gente y la gente hablaba conmigo, según el instinto del pueblo olfateaba la potencialidad de lo que yo llevaba, según la vieja esperanza del pueblo se iba haciendo parte familiar de mi propio espíritu, la transformación iba ocurriendo. La doctrina del Partido Popular Democrático, la tonalidad de su alma, la hicieron los jíbaros de Puerto Rico, los trabajadores, la clase media de Puerto Rico. Cuando yo iba por los campos la gente creía que yo estaba haciendo campaña entre ellos. La realidad más honda era que ellos estaban haciendo campaña en mí. Yo le daba palabra a su dolor acorralado. Le daba objeto a su largo esperar. En la bifurcación en que la larga espera o se precipita por el risco de la desesperación o se echa a cuestas el fardo de la esperanza y emprende camino hacia el horizonte donde ha de abrirlo —y allí se encontraba el pueblo de Puerto Rico al finalizar la cuarta década de nuestro siglo—, el horizonte borrado que había en sus propios corazones trazaba su línea en mi palabra, y en ella veían el horizonte que el dolor había hecho en ellos mismos y borrado en ellos mismos. Sus ojos emprendían la marcha. Sus pies se hacían compañeros de sus ojos.

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