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Un espiritu histórico no puede tener dudas de que ha llegado el momento de la resurrección del pasado, de la afirmación del presente y la esperanza del futuro. Esto es parte de ello.
Hacienda La Eugenia de Carlos Dechoudens

José Antonio Álvarez Peralta Martínez de Matos

Añasco 1836-1900 – Nació el 16 de abril y le dieron el nombre de Antonio. Hijo legítimo del Alférez de Caballería José Reyes Álvarez y Candelaria Martínez. Llegó muy joven a Madrid. En 1854 fue en misión diplomática al nuevo mundo y permaneció hasta el 1968. En todo ese tiempo se dedicó a los estudios naturales y de filosofía, obteniendo el título de doctor en medicina. A los 33 años se activa como político del partido Liberal en la colonia española. Después, el gobernador Sanz (1868-1870), lo acusó varias veces de separatista.Debido al Grito de Lares, España en 1870, dio paso a los partidos, menos al independentismo por estar proscrito.

José era autonomista, no separatista. Fue electo para los comicios de 1871, 1872 y 1873 representando al distrito de Vega Baja. El 23 de junio de 1873, los liberales volvieron a ganar. Llegó al parlamento español, con Baldorioty de Castro, Francisco Mariano Quiñones, José Julián Acosta, y otros. Avivaron el debate para abolir la esclavitud en Puerto Rico y lograr: el voto para todos, derechos democráticos, y separar lo militar de lo civil.

Con el voto de José Antonio, aprobaron la libertad de: imprenta, asociación, reunión, la inviolabilidad de la residencia, y el voto masculino limitado. Además, el proyecto de abolición de la esclavitud negra y el de la Libreta de Jornaleros. Aunque pusieron fin al dominio católico y dieron paso a la libertad de culto, en realidad, lo que se aprobaba en la legislatura española para Puerto Rico, no habría de tener larga duración. Pero en aquella democracia enfermiza, las cenizas del volcán español cayeron sobre Puerto Rico para restaurar la dictadura.

José Antonio se retiro a la temprana edad de 38 años. Durante ocho años, 1874-1883, no se supo de él. En 1884, a los 48 de años de edad, estaba en Ad- juntas. Allí conoció a María Polonia Medina Maldonado, de 25 años, con quien se casó en aquella fecha. En Adjuntas ejerció la profesión de comerciante y agricultor, avecindado del barrio Pellejas, donde nacieron sus 5 hijos.

A los 6 meses del nacimiento de su hija Lucila, en julio de 1893, regresó a Añasco. Con la invasión yanqui en julio de 1898, las hordas anarquistas anties- pañolas, de corte asimilista, llevaron a cabo: incendios, saqueos, robos, agresiones, abusos, y asesina- tos en Añasco y en todo el país.

José Antonio, el 4 de enero de 1900, fue víctima de unos fanáticos del partido republicano. Su esposa le narraba a sus hijos, y nietos, la muerte de su esposo: lo mataron líderes de las turbas repúblicanas por motivos políticos. Usaron la excusa de cambiarle el caballo. Lo llevaron al sector Pozo Hondo y de allí hasta la playa. Lo golpearon hasta dejarlo inconsciente. En el caño La Puente, lo tiraron al agua. Sé de los asesinos pero no hay pruebas y ellos están en el poder. Sin testigos el asunto quedó ahí.

Así concluyó la vida de un hombre de bien, que fue más boricua que español y estadounidense. El apellido Martínez de Matos lo evidencia el nacimi- ento de un hermano de Antonio.

Extracto de un discurso en el Parlamento español

Soy abolicionista por sentimiento y convicción. Los fueros de la justicia son los fueros de la humanidad, huéllalos la esclavitud, hundiendo al hombre en el lodo de todos los embrutecimientos. La religión y la ciencia lo proclaman; y ambas con incansable afán porfían en el santo propósito de devolver al hombre su prístina grandeza de hombre libre.

Cierto, ¿por qué no confesarlo? Cierto que ha habido y hay Obispos y sacerdotes católicos… y pastores protestantes que en nuestros días han invocado palabras de los Evangelios y textos de los Santos Padres, para legitimar la institución de la esclavitud, y lo que es más bochornoso para justificar el tráfico inícuo de esclavos: cierto también que hay políticos que quieren legitimar el mantenimiento de la esclavitud, invocando para ello, los intereses de la sociedad. Cuando ruines intereses mueven el ánimo, pierde la religión su inefable santidad y se convierte la ciencia en vanidad y aflicción de espítitu

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