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Un espiritu histórico no puede tener dudas de que ha llegado el momento de la resurrección del pasado, de la afirmación del presente y la esperanza del futuro. Esto es parte de ello.
La Hacienda cafetalera renace em la altura

La Hacienda cafetalera renace em la altura

Hasta mediados del siglo 19, aquellos hacendados que no tenían esclavos habían podido conseguir trabajadores mediante el agrego, cediendo el uso de una casa o bohío y hasta cinco cuerdas de terreno pertenecientes a la hacienda para usufructo del obrero y su familia a cambio de que el agregado realizara a jornal los trabajos que se le pidieran y que participara con su familia en la cosecha [Bergad, 1981, pp.169-70]. Así los hacendados cedían parte de su recurso abundante, barato y en parcial desuso, la tierra, a cambio del recurso escaso, la mano de obra. También utilizaban, aunque por períodos cortos, el trabajo a jornal de pequeños agricultores vecinos, propietarios algunos y ocupantes de tierras realengas otros, que buscaban empleo empujados por alguna necesidad momentánea.

El Reglamento General de Jornaleros de 1849, el cual clasificaba como jornalero a todo hombre sin propiedad, arriendo legal ni profesión, y le exigía que se mantuviera empleado, propició el fin de la ocupación de predios en desuso o sin propietario para vivir allí principalmente a base de cultivos de subsistencia. El historial de trabajo, conducta y movimientos por la isla del jornalero eran anotados en libretas que éstos debían de portar en todo momento, según el Reglamento [Bergad, 1981, p.160].

La «libreta» obligó a todo el que no fuera propietario a emplearse con algún patrono, a establecer un contrato de arrendamiento o a comprar tierra. Esto creó un creciente mercado de trabajo, fomentó la legalización de la tenencia de tierras, hizo aumentar el precio de la tierra, hizo crecer el número de fincas pequeñas [Bergad, 1981, p.160] y estimuló el desplazamiento de familias trabajadoras a regiones donde por ser más escasa la mano de obra podían pedirse mejores condiciones de trabajo [Picó, 1981, pp.187-204].

En la década de 1850 la producción y el mercadeo de café se hicieron atractivos al capital de las casas comerciales gracias a un el precio mundial más alto y estable y a la crisis del azúcar iniciada en la década anterior. Estas firmas comenzaron a brindar crédito a pequeños comerciantes y a productores establecidos en regiones cafetaleras para que se ampliaran las siembras y se mejorara la elaboración. Inmigrantes con recursos entraron al comercio cafetalero, financiando el establecimiento y la expansión de haciendas en los terrenos vírgenes del interior.

Entre 1850 y 1870, favorecida por precios cada vez más rentables y la disponibilidad de mano de obra, la producción de café se fue expandiendo hacia la altura. La repartición de tierras baldías y los precios bajos que debido a esto tuvo la tierra durante esos años favorecieron la concentración de las tierras de esa región en manos de unos pocos hacendados con capital o con acceso a crédito.

Casi 30 años después de su desplazamiento del litoral a la medianía, se dió en la altura la culminación de la hacienda cafetalera. Hubo algunos barrios de la altura occidental, tales como Jayuya Arriba, Río Prieto, Toro Negro, Bartolo, Guayo, Indiera Alta, Indiera Baja e Indiera Fría, en los cuales las haciendas grandes llegaron a abarcar la mayor parte de las tierras.

La expansión de las siembras a costa de los cultivos de subsistencia, el régimen de trabajo semi-forzado, los desahucios de los sin-título de los terrenos baldíos, la expansión de haciendas por medio de las ejecuciones de hipotecas y la presión puesta por un comercio ávido de lucro sobre unos hacendados grandemente endeudados en su afán de aumentar su producción crearon unas condiciones que fomentaron un movimiento revolucionario. Este culminó en el Grito de Lares de 1868 [Bergad, 1983, pp.134-44].

Para los 1880, tras la virtual desaparición de las tierras realengas y la consecuente disminución en los cultivos de subsistencia, junto con la migración de trabajadores de la caña propiciada por la crisis que atravesaba la industria azucarera, la producción para la exportación comenzó a concentrarse en la altura. Sin embargo, estos procesos no fueron uniformes a través de la isla. En la mayor parte de las regiones occidentales de medianía y en la mitad oriental de la isla, lugares donde el grano no era de tanta calidad, la producción cafetalera quedó mayormente en manos de pequeños y medianos agricultores, los cuales aprovechaban la ventaja del café de poderse sembrar junto con frutos de subsistencia y de poderse vender con un mínimo de elaboración.

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