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Un espiritu histórico no puede tener dudas de que ha llegado el momento de la resurrección del pasado, de la afirmación del presente y la esperanza del futuro. Esto es parte de ello.
La Hacienda San Patricio

La Hacienda San Patricio

En la segunda mitad del Siglo XVIII empezaba a escasear el azúcar en el mercado y subían sus precios debido a problemas políticos en los países que más producían. Algunos comerciantes extranjeros ofrecerían préstamos para establecer haciendas en Puerto Rico. Casi todos los que fundaron haciendas entonces fueron españoles y personas de otros países, tal vez debido a que en la Isla no se conocían las nuevas tecnologías y quedaba poca gente con experiencia en lSa fabricación del azúcar.

Algunos inmigrantes irlandeses establecieron haciendas azucareras en Puerto Rico en la década del 1770. Uno de ellos fue el ingeniero militar Tomás O’Daly, responsable por la reconstrucción de las defensas de San Juan. Este fundó a orillas del río Puerto Nuevo una de las unidades más importantes de la época, la Hacienda San Patricio. Para que le aconsejara, ayudara con las tecnologías avanzadas y entrenara a su personal, trajo desde la isla de Santa Cruz a su paisano Enrique O’Neill, quien manejaba allí una hacienda azucarera. Esa tarea se tomó ocho meses. –Expediente 1783-1806 en el que se concede permiso a don Tulio y don Enrique O’Neill para establecerse en Puerto Rico…

Acerca de la San Patricio, Miyares apuntó en 1775 que estaba establecida en el paraje llamado Puerto Nuevo, comunicable a la bahía con lanchas por el río del mismo nombre. “Sus buenos edificios y ventajoso método en el cultivo de la caña servían de pauta a las demás haciendas, y en él se trabajaban con precisión el azúcar y aguardiente romo”. Pedro de la Torre, quien se había quedado con La Candelaria, solicitaba para 1778 al Ministro de Indias un préstamo para fomento de ingenio de 20,000 pesos, ofreciendo pagarlo al 5% de interés. El peticionario destacaba el ejemplo del ingenio de O’Daly, que con menos esclavos rendía entre 16,000 a 20,000 pesos anuales. La descripción de la San Patricio que da Andrés Pierre Ledrú es la siguiente:

Compuesta de una casa principal, construida de madera y cubierta de hojas de caña; de un vasto tinglado que cubre los molinos puestos en movimiento por bueyes y que sirven para exprimir el jugo de las cañas recientemente cortadas; de otra en que se depositan esas mismas cañas después de haber sido exprimidas entre los cilindros de cobre, bajo el nombre de bagazos, para alimentar el juego de calderas; de un cuarto edificio construido de mampostería y que contiene la azucarería, los alambiques y el almacén. Las chozas en que se alojan los negros están reunidas en tres líneas rectas y paralelas.

Lo primero que menciona la cita debe haber sido la Casa del Mayordomo, pues estando la hacienda tan cerca de San Juan y con acceso por agua no es probable que O’Daly viviera aquí; luego la Casa del Molino, desprovista de paredes, dentro de la cual volteaban los bueyes impulsando un molino vertical de tres mazas (que serían de metal o revestidas con tambores de metal); sigue la Bagacera, lo que indica que la San Patricio tendría un tren de pailas (calderas) con chimenea —llamado tren jamaiquino en Puerto Rico– para poder quemar bagazo en la Casa de Pailas (Fig. 8); y finalmente una Casa de Purga y Alambique. Esta parece ser la mención más antigua del uso de bueyes en vez de caballos para mover un molino. Los bueyes poseen más fuerza y menos velocidad que los caballos, lo cual es ventajoso para acoplar directamente a un molino de ejes verticales.

Jaime O`Daly, su hermano y fundador de la Real Factoría, estableció en esa misma época la Hacienda Los Mameyes en Loíza. Ambas haciendas no sólo constituyeron un renacer para la industria, sino que introdujeron a Puerto Rico el importantísimo tren jamaiquino, detallado en la Fig. 9. Puede decirse que en Puerto Rico los irlandeses contribuyeron al azúcar tanto o más que los franceses provenientes de Haití al café. –Fueron también irlandeses los hermanos que instalaron la primera máquina de vapor en Ponce [Scarano, 1984, pp.107-08].

Además de la enorme contribución forzada de los esclavos africanos en calidad de obreros diestros y no diestros, otros extranjeros contribuyeron a la industria azucarera de esa época como representantes o agentes de empresas capitalistas, de vapores y de seguros; compradores y exportadores azucareros o importadores de toda clase de insumos para las haciendas y sus dueños, y financiando operaciones e inversiones. Otros contribuyeron como ingenieros fabricando, reparando o instalando máquinas, aparatos y equipos. Esa fase tuvo gran importancia en la segunda mitad del siglo XIX, cuando se imponía la energía del vapor y su sofisticada maquinaria. Entre los comerciantes capitalistas se destacan catalanes, ingleses (mayormente en Ponce), alemanes (principalmente en Mayagüez y Aguadilla), franceses y estadounidenses. Algunos tenían sucursales en más de un puerto de la isla, en sus países de origen y/o en países importadores de azúcar. Muchos comerciantes puertorriqueños aprendieron el negocio como sus empleados o socios, y algunos les compraron cuando ellos se retiraron a sus países de origen.

Tras la revolución de los esclavos en Haití en el Siglo XVIII, las autoridades de Puerto Rico acrecentaron la represión temiendo que se diera algo parecido. En muchas haciendas grandes se construyeron cuarteles o barracones para reunir y encerrar a los esclavos de noche. Las condiciones de vida y trabajo de los esclavos causaron múltiples conspiraciones, fugas y rebeliones. En el Siglo XIX tuvieron el apoyo solidario de abolicionistas y separatistas como Ruiz Belvis, Betances y los demás revolucionarios de la época del Grito de Lares.

Los mayores adelantos tecnológicos azucareros de los siglos XVII y XVIII fueron el tren jamaiquino y el molino de tres mazas verticales. Este último fue mejorándose con la adición de tambores metálicos a los ejes en madera y luego su fabricación completa en metal, y por la adición de una pieza curva para dirigir el tallo que sale ablandado de la primera ranura directamente a la segunda. Estas versiones del molino extraían más jugo de la caña usando menos mano de obra: sin tener que trozar la caña más allá de como llegaba del campo y eliminando la necesidad de usar una prensa y al operador que viraba los tallos triturados en las primeras versiones. El tren jamaiquino permitió tener un sólo fuego para las cuatro o cinco pailas y quemar bagazo en vez de leña, con sendos ahorros en mano de obra, transportación y bosques.

En esa época los frutos más lucrativos para los hacendados entre los comerciantes de exportación eran la caña de azúcar, el tabaco y el café. Los plátanos, arroz, maíz, yuca y otras raíces iban al mercado local o regional. Aunque en ese momento la caña de azúcar estaba relegada por el café y el tabaco, esta era vista, probablemente por razones históricas y desde una perspectiva capitalina, como el cultivo del cual se podía esperar el mayor lucro. Cita de la época: “el principal fomento a que aspira el vecindario es el de los ingenios para la saca de aguardientes, romos y azúcares que viene a ser lo más lucrativo”. Sin embargo, la fabricación de azúcar no se extendió de la vecindad de la capital al resto de Puerto Rico hasta después de que en 1812 se comenzó a exportar desde Mayagüez, Ponce, Guayama y otros puntos de la costa. El costo de traer el azúcar por barco costero a San Juan desde esos otros puertos antes de exportarla no rendía rentabilidad. Eso no ocurría con el café, de mayor valor por unidad de peso o volumen.

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