La amplia derrota de los federales en 1902 provoca un fuerte debate en las filas de la colectividad, la que evidencia languidecer. Muchos abogan por la disolución del partido. Matienzo Cintrón, que desde hace algunos meses sostiene una fuerte discrepancia con Barbosa, abandona el Partido Republicano para insistir, como lo venía planteando desde antes de la elección, en la unificación de la familia puertorriqueña a través de un único partido político, una de cuyas metas primarias sea la lucha contra la ley Foraker. A Matienzo Cintrón se une más tarde Manuel Zeno Gandía, elegido en 1900 delegado por el Partido Republicano Puertorriqueño. Otras importantes figuras, de los dos partidos, van uniéndose a la idea. Muñoz Rivera se opone, sin embargo, al sostener que la existencia de varios partidos es necesaria en toda sociedad democrática. Antes de la elección de 1902 Matienzo Cintrón pronuncia un vibrante discurso en el Teatro Municipal de la Capital, que abona grandemente a la idea de un partido único. Concluye con la siguiente exhortación:
«Los programas de los partidos Republicano y Federal son la misma cosa. Les separa el personalismo. Los puertorriqueños deben exigir responsabilidades a esos hombres políticos que siembran el odio y alimentan rencores y agravios entre sus paisanos aumentando los males de la patria. Tenemos necesidad de ayudar a los norteamericanos, tenemos necesidad de ser sus auxiliadores y cooperadores; pero para ello es necesario estar unidos, bien unidos. Ya lo he dicho antes: se puede vivir ahora sin la existencia de esos partidos políticos. Lo que es indispensable es que haya opinión pública constituida.
Apartemos de una vez de nosotros las miserables cuestiones de personalidad. Puertorriqueños, vosotros estáis plenamente autorizados para decir, cara a cara y alto el ademán, a esos partidos políticos: Vosotros no tenéis derecho a sembrar odios, a anular la personalidad puertorriqueña, a colocarnos débilmente frente a la ola avasalladora del Norte, sin fuerzas ni medios para resistirla; a detener, en fin, el carro de la civilización.
La unión, la santa unión de todos los puertorriqueños, se impone hoy más irresistiblemente que nunca. No tardará mucho sin que se nos pruebe que si no hacemos la unión política pereceremos sin remedio, seremos aniquilados fácilmente. Hoy no se necesitan partidos, ni opiniones diversas. Puertorriqueños oídlo bien. Si nosotros no hacemos la unión y permanecemos divididos, distanciados unos de otros, demostraremos plenamente, como yo lo consigné ante el Partido Liberal Reformista una vez, que nuestra impotencia es definitiva y absoluta».
El discurso de Matienzo Cintrón agita la idea de la unión. Importantes líderes republicanos y federales la acogen. Así transcurre todo el año 1903. El 24 de enero de 1904 el entonces presidente del Partido Federal Americano, Santiago R. Palmer, envía una comunicación al presidente del Partido Republicano Puertorriqueño en la que le anuncia que el comité ejecutivo federal, convencido de que «la unión es el único camino que conduce a la libertad y prosperidad de Puerto Rico, resolvió, tras maduras deliberaciones, proponer al Directorio, presidido por usted, que convoque una asamblea y aconseje a ésta la disolución del Partido Republicano. Simultáneamente el Comité Ejecutivo, presidido por mí, convocará también una asamblea y aconsejará la disolución del Partido Federal. Las dos asambleas juntas, y ya en carácter constituyente, estarían en condiciones de acordar la unión de Republicanos y Federales en una sola colectividad». La respuesta del presidente republicano Rossy a Palmer, siete días más tarde, no puede ser más tajante. Comienza afirmando que «llegará muy pronto el día en que Puerto Rico ocupe un lugar entre los Estados de la Unión; doctrina ratificada en la Asamblea del 17 de mayo de 1902, y confirmada en la reciente de 21 de este mes, que aprobó unánime los trabajos de la comisión enviada a Washington con el propósito de establecer relaciones con los leaders del Partido Republicano de los Estados Unidos, y pedir ingreso en él, cuya petición recomendará favorablemente el Comité Nacional a la Convención de Chicago de junio del presente año…»* Por lo tanto, expone entonces Rossy, no es posible que los republicanos olviden «sus compromisos con el país, con el pueblo de los Estados Unidos y con su propia conciencia, de luchar por el bien general y de hacer fácil y fructífera la evolución de nuestra vida orgánica, para disolverse y secundar los fines que usted persigue, después del fracaso que está sufriendo el Partido Federal Americano por su falta de sinceridad política, de segura orientación y de valor para afrontar el porvenir y olvidar el pasado».
Firmemente sostiene que «la unión como procedimiento es equivocada y dañosa para el bien de Puerto Rico. Si la unión es con el Gobierno, retrogradaríamos a los patriarcales tiempos en que el Capitán General era amo y el pueblo era el esclavo, cuyos lamentos se ahogaban con la gritería de las galleras, con el frenesí de las fiestas patronales y con el oro arrancado de la tierra mediante el trabajo esclavo para regalarlo luego en espléndidos festivales. Si la unión es contra el Gobierno, serían entonces incalculables los males derivados de esa conducta que implicaría una protesta injusta e ingrata contra el régimen americano. En ambos casos carecería la unión del primer requisito fundamental de todo partido aspirante a gobernar, cual es el de tener en cuenta el medio ambiente para realizar su programa; porque el primer caso suprimiría la voluntad del país, y en el segundo caso suprimiría la voluntad nacional, aunque algunos no quieran el gobierno y bienestar de Puerto Rico».
«Si el Partido Federal Americano pretende disolverse por carecer de fe en el porvenir, no adaptarse a la realidad y vivir como la mujer de Lot mirando hacia atrás, es cosa muy sensible, pero si tal hace, surgirá indudablemente otro partido mejor orientado que coadyuve luchando en la prensa, en los comicios y en el parlamento con el Partido Republicano, hasta conseguir la completa felicidad de Puerto Rico», puntualiza la respuesta de Rossy a Palmer.
A pesar del rechazo del plan unificador por parte de los republicanos, la idea no se detiene. Por el contrario, el regreso de Muñoz Rivera a la Isla desde su autoexilio de Nueva York, revive el plan. El 26 de enero de 1904 publica un manifiesto en el que cambia su oposición anterior al plan, afirmando ahora categóricamente que la unión «no es, no puede ser la obra de un cálculo egoísta. Es la eflorescencia de un sentimiento que brota del alma puertorriqueña. No ha de hacerse para ganar elecciones sin garantías, ni para distribuir puestos en unos Municipios anodinos y en unas Cámaras estériles, sino para protestar contra la constitución raquítica de esas Cámaras y de esos Municipios, reformando fundamentalmente el sistema, laborando para sustituir la Ley Foraker por una nueva ley en que se reconozca y se defina el derecho de la población criolla a manejarse por sí propia, sin tutelas que la humillen; sin obstáculos que la cohiban, sin extrañas imposiciones que la perturben; proclamando la autoridad de los Estados Unidos y afirmando la autonomía de la región, desembarazada y libre, dentro de la Federación inmutable y serena». Los días 18 y 19 de febrero de 1904 se celebra en San Juan una asamblea general del Partido Federal, en la cual se decide la disolución de la colectividad y la creación de la Unión de Puerto Rico, en votación de 92 a 11. Resulta interesante reproducir la propuesta aprobada, según sometida por los delegados Muñoz Rivera, Palmer y De Diego:
«Los que suscriben proponen a la asamblea la resolución siguiente:
1º. Se disuelve el partido Federal Americano.
2º. Se constituye una agrupación de patriotas con el nombre Unión de Puerto Rico.
3º. Esta agrupación no acudirá a las urnas para renovar la actual Cámara de Representantes: 1º. porque hechos repetidos y comprobados demuestran que no existe garantía alguna para el ejercicio del sufragio; 2º. porque una abstención absoluta es el solo medio de que en la isla no sufra la dignidad de los ciudadanos, ni se altere la tranquilidad de las familias, evitando sangrientas colisiones y restableciendo la paz moral tan hondamente perturbada; 3º. porque la Cámara resulta, de modo evidentísimo, un organismo estéril e infecundo, a causa del régimen dentro del cual funciona.
4º. La Unión de Puerto Rico no tendrá el carácter de partido combatiente, sino el de organización patriótica que en todos los instantes condense y resuma el pensamiento y el sentimiento del país, sin ambiciones de poder, ni enconos que desvirtúen su actitud, ni intolerancias que impidan la difusión eficaz de su ideas y el triunfo de sus principios.
5º. Empleará, como elementos de acción, la propaganda en la prensa local y en la prensa nacional, en la tribuna; y, sobre todo, en los centros políticos y oficiales de Puerto Rico y en los Estados Unidos.
6º. Será un núcleo alrededor del cual se agrupen los hombres de buena voluntad, provenientes de cualquier origen, procedentes de cualquier partido, que quieran acudir con sus fuerzas a la defensa del país.
7º. Cuando la Unión de Puerto Rico realice por completo su programa, se disolverá, a fin de que, ya constituida la isla bajo un status definitivo, se formen las nuevas agrupaciones que exija la marcha de los tiempos».
De manera que el acuerdo votado es que la Unión no será un partido político y que, una vez resuelto el problema del status definitivo de la Isla la agrupación queda disuelta. Pero durante el segundo día de asamblea De Diego pronuncia un fogoso discurso en el que defiende la declaración de principios de la Unión y, de paso, postula que ésta se convierta en una colectividad política, lo que se aprueba abrumadoramente. Plantea la declaración de principios que «necesitamos y pedimos que el status político de esta isla sea de una vez definido y de manera estable consagrado en tal forma que los hombres de Puerto Rico sean almas libres e iguales y que, con respecto a las sabias doctrinas del pueblo de los Estados Unidos, quede fundado en esta isla un gobierno que derive sus poderes del consentimiento de los gobernados». Declara entonces su inconformidad «con toda solución de nuestro status en que faltándole a los preceptos de la Constitución de los Estados Unidos de América del Norte no conceda a los puertorriqueños una ciudadanía definida, y admitimos una forma política en que su esencia responda a la necesidad de establecer en Puerto Rico el self-government o autonomía en que el pueblo de Puerto Rico admita la plena capacidad civil y política, para gobernarse por sí mismo».
Señala como factible «que la isla de Puerto Rico sea confederada a los Estados Unidos de la América del Norte, acordando que ella sea un Estado de la Unión americana, medio por el cual puede sernos reconocido el self-government que necesitamos y pedimos; y declaramos también que puede la isla de Puerto Rico ser declarada nación independiente, bajo el protectorado de los Estados Unidos, medio por el cual también puede sernos reconocido el self-government que necesitamos y pedimos», y finalmente declara que «teniendo el convencimiento de que los problemas políticos y económicos de la isla de Puerto Rico pueden afectar los intereses económicos y políticos de los Estados Unidos y pareciéndonos digno y justo que así como no queremos que nuestra voluntad sea desconocida y forzada, tampoco queremos nosotros desconocer y forzar la voluntad ajena, puesta nuestra confianza en Dios y en la buena fe y amistad del pueblo de los Estados Unidos, proponemos, solicitamos y compelemos al Gobierno de los Estados Unidos para que en representación del pueblo de los Estados Unidos de América del Norte defina de una vez el status del pueblo de la isla de Puerto Rico, reconociéndonos, en la forma que a su discernimiento confiamos, el derecho que tenemos y defendemos al self-government que proponemos, solicitamos y pedimos».
Parece oportuno hacer y aquí y ahora las siguientes anotaciones:
Primera: el poderoso Partido Unión de Puerto Rico que ahora surge insiste – insistencia que todavía, casi un siglo más tarde, seguimos escuchando – en la solución del problema del status político de Puerto Rico. Es la misma insistencia del Partido Republicano Puertorriqueño, con la diferencia de que éste no vislumbra alternativas como solución, sino que busca la misma a través de la opción de la estadidad.
Segunda: la Unión reconoce como un proceso de gobierno propio (self-government) la concesión de la estadidad para Puerto Rico.
Tercera: quien mayor énfasis coloca en esa opción es De Diego, incluyéndola como primera de las dos opciones al problema del status. Para entenderlo claramente, basta repasar la base 5ta. de la declaración de principios de la Unión por él defendida durante la asamblea.
Cuarta: por primera vez desde el surgimiento de los partidos políticos puertorriqueños en los años 1870, la independencia para la Isla aparece en el programa de uno de éstos, aun cuando sea como alternativa, o segunda opción.
Quinta: la Unión se presenta como un partido eminentemente de status, ya que es el énfasis casi exclusivo de su declaración de principios, a excepción de la protección que solicita para los productos de la Isla a que se refiere sin especificarlos, en la base 3ra.
Sexta: contrario a lo anterior, el Partido Republicano Puertorriqueño tiene planteados en su programa otros compromisos políticos, económicos y sociales como el establecimiento de una Legislatura bicameral elegida por el pueblo; la jornada de trabajo de ocho horas diarias; el establecimiento de bancos y escuelas de agricultura; la exención contributiva para la industria y las empresas agrícolas como medio de ayudar a la promoción de la economía insular; el establecimiento de oficinas de información sobre Puerto Rico en los Estados Unidos; la protección del café puertorriqueño en los Estados Unidos; la construcción de hogares para venderlos a plazos a los obreros, y que la limitación de tierras en manos de las corporaciones se aumente de 500 a 5,000 cuerdas.
Con relación a la inclusión de la independencia como opción al status definitivo de la Isla, dice Manuel Maldonado Denis en su ensayo Puerto Rico: una interpretación histórica: «La independencia como solución al problema colonial de Puerto Rico queda así planteada en el programa de la más poderosa colectividad política de principios de siglo. El hecho mismo reviste una gran importancia histórica. Vemos cómo los dos partidos creados al filo de la ocupación militar se pronuncian en favor de la anexión a Estados Unidos. La Ley Foraker es una bofetada en pleno rostro de los puertorriqueños. Se han venido abajo todas las ilusiones al respecto; la independencia se convierte entonces en reducto de la dignidad puertorriqueña. Pero no se descartan las otras dos opciones: la autonomía y la estadidad».
Vale citar la siguiente afirmación de De Diego en el discurso al que hacemos referencia, que acentúa la posición de varios líderes puertorriqueños, sustentada por un siglo, a los efectos de que la solución del problema colonial de Puerto Rico está en manos de los Estados Unidos, no de Puerto Rico. Dice De Diego: «¿Existe en el país una grande y noble aspiración al ideal del Estado de la Unión Americana? Inscribamos este pensamiento en nuestro programa. ¿Existe otra noble y grande aspiración al ideal de la Independencia de Puerto Rico bajo el protectorado de Estados Unidos? Santifiquemos, en nuestro programa, el ideal, en sueño purísimo de la nacionalidad puertorriqueña. ¿Existe en el país otro ideal hacia una fórmula intermedia encarnada en el self-government o amplia autonomía bajo el glorioso palio de la bandera americana? Escribamos también esto en nuestro programa… Los Estados Unidos resolverán; pero en tanto resuelvan, nosotros tenemos el derecho a declarar y de pedir que se constituya el status definitivo de nuestro pueblo, encarnado en una cualquiera de las tendencias, en una cualquiera de las aspiraciones…».
Creado el nuevo Partido Unión de Puerto Rico se elige su junta directiva, que queda integrada por De Diego, Matienzo Cintrón, Carlos M. Soler, Juan Vías Ochoteco, Manuel Ledesma y Jaime Annexy. Muñoz Rivera es proclamado líder del partido en Nueva York.