
La Universidad y la Generación del 30 -I
Puerto Rico y la Universidad
Mario R. Cancel Sepúlveda -Puerto Rico no tuvo Universidad en el siglo 19. Esa fue una de las quejas más persistentes de la clase criolla en aquel momento. Las implicaciones de aquella situación fueron enormes. El producto de la Universidades Modernas –los intelectuales y los profesionales- se formó en el extranjero. Los que no fueron capaces de financiar una educación superior, tuvieron que educarse por su cuenta. Los autodidactos del siglo 19 fueron tan capaces y tan competitivos como los universitarios. La situación, me parece, no debería interpretarse en el sentido de que el Imperio Español se oponía a la educación universitaria. En la práctica, la Corona sólo fue selectiva: reservó la Universidad para las ciudades de los grandes Virreinatos y de las Antillas. Dos de las fundaciones más antiguas y productivas disfrutaron de la educación superior: Santo Domingo y La Habana. San Juan de Puerto Rico fue marginado de aquella experiencia: la idea de que la educación popular y superior podía resultar lesiva a la Integridad Nacional fue muy poderosa en el país que, como se sabe, siempre fue una clave para la defensa de los intereses geoestratégicos hispanos.
Las consecuencias de aquella actitud eran visibles a la altura de la invasión de 1898. El Informe Henry K. Carroll de 1899, ofrece un cuadro de retraso cultural difícil de atribuir solo a los prejuicios anti españoles del reverendo y sus investigadores. La contradicción más interesante de aquel siglo fue que la Colonia, aunque no contó con una Universidad, tuvo educación universitaria y universitarios que marcaron su historia cultural y política hasta el presente.
Escuela Normal
Puerto Rico tuvo una Universidad en el siglo 20. En 1900 se abrió en Fajardo una Escuela Normal Industrial. La misma fue trasladada en 1901 al pueblo de Río Piedras. En 1903, bajo la dirección del Dr. Paul G. Miller y el cuidado del Comisionado de Educación, nació la Universidad de Puerto Rico. La Universidad tenía el encargo de producir maestros y se desarrolló vinculada al ideal de la educación popular masiva por oposición a la tradición hispánica. Por eso resultó ser uno de los signos más distintivos y apreciados del nuevo régimen colonial.
Tal vez no satisfizo a todos. Se trataba de una Universidad Territorial, un instituto que debería servir a la Nación que la autorizó y, en consecuencia, facilitar el proceso colonial re-iniciado en el 1898. Su papel fue servir de caja de herramientas para el proyecto modernizador impuesto por Estados Unidos y, valga decirlo, tan celebrado por los puertorriqueños. Pero, dado que la Modernización apelaba en aquel entonces a la Americanización, la Universidad se convirtió de inmediato en un nido de contradicciones. La Modernización propuesta en aquellos términos, exigía un giro radical en la cultura colectiva. El anhelado sueño tocaba espacios sensitivos como el idioma, la religión, las costumbres, la praxis social y política. Hoy se sabe que asimilar y aceptar el dólar y las prácticas democráticas, fue más fácil que aprender inglés y convertirse a los Evangelismos.
La naturaleza de la Universidad antes del 1930
Entonces la Universidad era otra cosa. La institución dependía de un sistema de Instrucción Pública recién inaugurado. Las condiciones de la educación eran únicas. La frontera material y simbólica entre la High School americana, y la Universidad, era prácticamente nula. Hasta el 1917, momento crucial para la revisión de la relación entre los invasores y los invadidos, el requisito de ingreso para las facultades universitarias era un diploma de octavo grado. La universidad cumplía la función de una escuela preparatoria inexistente: el camino hacia la educación subgraduada, lo garantizaba las destrezas adquiridas en la escuela intermedia. La Universidad era otra forma de la High School y la situación no era sencilla. Dado que la edad de registro en el sistema escolar no estaba perfectamente controlada, aquellos chicos de intermedia que ingresaban a la Normal, tampoco se parecían a chicos del presente. Se trata de otro mundo que ha sido echado al olvido.
Las expresiones concretas del fenómeno eran muchas. Las Justas Atléticas y las Competencias de Talento entre ambas formas de la High School eran la orden del día. En las décadas del 1910 y el1920, la Justas Interescolares reunían atletas lo mismo de la Universidad pública o privada, que de las Escuelas Superiores. En 1924, la pasión de la competencia generó actos de violencia callejera que dieron un giro nuevo a la situación. Todo parece indicar que desde entonces la distancia entre la Universidad y la Escuela Superior se profundizó y se institucionalizó. Hacia el año 1930, la Universidad estaba separada del sistema de Instrucción Pública. La escisión en el seno de la juventud puertorriqueña se dio en el momento en que se afianzaba la peor crisis económica de toda la historia colectiva del capitalismo: la Gran Depresión.
Huelga de 1981
Cuando la Universidad tomó distancia de un segmento de la juventud adolescente, se ganó la imagen de ambiente apropiado para los jóvenes maduros, los que estaban en camino a la adultez y al mercado laboral. La juventud fue segmentada y encajonada, y la discontinuidad entre los estudios pre-universitarios y universitarios se legitimó. Valga apuntar que en aquel entonces ni los jóvenes adolescentes ni los maduros, poseían mecanismos que facultaran su participación en la vida política nacional en tiempo de crisis, ni siquiera el débil instrumento del sufragio. En 1930, las mujeres todavía no participaban de los procesos electorales y el debate sobre esa posibilidad era sumamente agrio.
Esa misma crisis transformó a la Universidad en un espacio apropiado para la construcción de una Identidad Nacional alternativa que equipara mejor al país con el fin de enfrentar los malos momentos que se vivían. Ello representaba otra interesante contradicción. La Universidad había sido diseñada como uno de los artefactos idóneos para promover el Proyecto de Modernización Americano desde 1900. Treinta años después, la situación la había convertido en un espacio que atentaba contra aquel propósito a la vez que inventaba un discurso identitario agresivo: el Nacionalismo Cultural y Político florecieron en la Universidad Territorial.
La relación entre el Nacionalismo de todo tipo y la Universidad siempre fue complicada. Los ejemplos son numerosos. El jurista y escritor Emilio. S. Belaval, documentó bien esa complejidad en sus Cuentos de la Universidad, escritos entre 1923 y 1929, cuando era estudiante de Derecho en Río Piedras. Sus textos narrativos delataron la doble vida de los estudiantes, las visibles desigualdades sociales que surgían como aristas entre ellos y la ramplonería y artificialidad de muchos de los universitarios. Tras la lectura de aquellos textos, la idealización del pasado institucional resulta ridícula.

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