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Un espiritu histórico no puede tener dudas de que ha llegado el momento de la resurrección del pasado, de la afirmación del presente y la esperanza del futuro. Esto es parte de ello.
Trapiche de dos plantas

Las haciendas azucareras proliferan, se mecanizan y se expanden

Las estancias y haciendas cafetaleras de las cercanías de Ponce, Mayagüez y Guayama (muchas de las cuales se habían formado a base de la demolición de hatos a fines del siglo XVIII) fueron convirtiéndose en azucareras mientras el café se mudaba a la montaña. Las mejor administradas y más capitalizadas comenzaron a crecer absorbiendo a propiedades vecinas medianas y pequeñas, así como a parcelas de subsistencia que existían sin títulos de propiedad en sus periferias.

Variación en las unidades productoras

AñoUnidadesHierroMaderaAlambiques
181742799
18201,4663771089
18231,4302281202293
18331,4723831089380
18411,588603985343

Para 1823 el uso del trapiche o molino de madera iba quedando mayormente en fincas de escala familiar para obtener melao. Mientras, las haciendas azucareras usaban molinos “de hierro”. En 1833 el número de alambiques casi coincide con el número de ingenios con mazas de hierro, corroborando que ambos aparatos se habían tornado ya casi enteramente característicos de la hacienda azucarera. Según se desprende de la Tabla, para 1841 las unidades cañeras se dividían en diminutos trapiches melaeros en madera y haciendas azucareras con molinos de hierro, algunas con alambiques y otras no.

Óleo de Francisco Oller que muestra un trapiche de dos plantas, seguramente de ocho yuntas de bueyes. Estos tenían el molino en la planta baja mientras los bueyes circulaban arriba, evitando que quienes traían la caña al molino y retiraban el bagazo tuvieran que cruzarse con las yuntas y sus manejadores. La Hacienda Santa Elena de Toa Baja era así, pero en mampostería en vez de madera.

La hacienda azucarera tendía a ser de mayor tamaño que su contra parte cafetalera, pues tanto la agricultura cañera como la fabricación del azúcar son favorecidas mucho más que el café por las economías de escala. Las azucareras utilizaban principalmente mano de obra esclava complementada por algunos jornaleros o trabajadores libres. Variaban de tamaño desde las decenas de cuerdas con su trapiche movido por una o dos yuntas y tal vez una dotación pequeña de esclavos hasta grandes ingenios con maquinaria movida por fuerza hidráulica, vapor o por hasta 8 yuntas de bueyes, con centenares o aún miles de cuerdas de terreno y decenas de esclavos.

A partir de la apertura de los puertos de Mayagüez, Aguadilla, Arecibo, Ponce y Guayama al comercio internacional ca. 1812, el azúcar de las comarcas cercanas pudo ser embarcada directamente a Santomás, Estados Unidos, Francia o Inglaterra, entre otros. Dado el precio alto del azúcar en el mercado mundial en aquel momento, se presentaron allí comerciantes azucareros, principalmente de Santomás, a ofrecer préstamos a hacendados y comerciantes locales que les garantizaran futuros abastos de azúcar. Esto propició la proliferación, el desarrollo técnico y la expansión de las haciendas.

Las haciendas ponceñas fueron las primeras en mecanizarse y en desarrollar sistemas de riego. Los más renombrados maestros en mecánica e importadores de maquinaria de fuerza de sangre y de vapor se encontraban en Ponce, al igual que casas comerciales que ofrecían préstamos de refacción azucareros. Mientras Mayagüez se mantuvo al frente de la producción y exportación de café, Ponce se puso a la cabeza de la industria azucarera.

En muchos lugares del sur de la isla se empezaron a fundar haciendas azucareras a partir del 1812. Al principio los cañaverales se limitaban a las regiones húmedas bajas: las orillas de los ríos y cerca del mar. Los cañaverales de terrenos un poco más altos dependían exclusivamente de la lluvia y sufrían ocasionalmente de períodos de sequía largos. Para remediar eso, se le pidieron concesiones al gobierno de España para usar agua de los ríos para riego agrícola. Las primeras concesiones se obtuvieron de 1840 a 1850. De entonces datan los canales, charcas, embalses y acueductos en arcadas más antiguos de la región.

Veamos una descripción hipotética de una hacienda progresista de ca. 1820, hecha por el Intendente Ramírez para propósitos de estimar impuestos:

  • 145 cuerdas de terreno
  • 50 esclavos varones
  • 15 esclavos mujeres
  • 8 esclavos muchachos
  • 35 yuntas de bueyes
  • 4 tiros de caballo
  • 35 pipotes de guarapo
  • Casa de Trapiche techada en tejas con molino de tambores
  • Casa de Pailas con tren jamaiquino
  • Casa de Batición para cuajar el azúcar
  • Casa de Purga para 50 pipotes de teja
  • Casa de Alambique con un alambique y otro pequeño

La misma fuente menciona el equipo de un típico trapiche melaero: un molino de madera y hornario de dos pailas. Este equipo aparece evaluado en aproximadamente la tercera parte del valor del equipo equivalente de la hacienda azucarera.

Las haciendas, dependiendo de su tamaño y vecindad, podían tener varias actividades accesorias a la fabricación de azúcar, que se listan a continuación. Muchas de estas se llevaban a cabo en sendas estructuras:

  • tiendas: vendían a jornaleros, agregados y vecinos.
  • casas: para el dueño, mayordomo y trabajadores.
  • cuarteles: para vivienda de esclavos.
  • talleres: para carpintería y herrería.
  • hornos: para fabricar cal, pipotes de teja y ladrillos.
  • siembras: productos para el consumo y para la tienda.
  • animales: para consumo, venta de carne y para tiro.
  • pastos: para alimento de caballos y bueyes.
  • capillas: para cubrir necesidades espirituales.

En Puerto Rico, la máquina de vapor se usó por primera vez en Ponce c.1823 por los hermanos irlandeses Archbald en su Hacienda Cintrona. En 1834 el viajero inglés Jorge Flinter informó de 6 ingenios de vapor, todos cerca de Ponce. Para 1841, se informan en Puerto Rico 31,779 cuerdas sembradas en caña de azúcar y 603 molinos “de hierro”, que incluirían 12 ingenios a vapor y 6 de viento.

Paralelo con el progreso tecnológico en la elaboración de azúcar, a nivel agrícola se generalizaba el uso del arado, tal vez impulsado por los inmigrantes invitados por la Cédula de 1815. La tendencia se inició en el sur, donde, contrario al norte y el oeste, no había una tradición fuerte de siembra en montones. Aunque se usaba mayormente su primitiva versión de madera, el arado atrasaba el cansancio del terreno y su surco facilitaba el riego.

Máquina a vapor tipo balancín de la Hacienda Esperanza de Manatí antes de ser restaurada.


Se degrada el producto

En medio de ese renacer azucarero se fue dejando de fabricar azúcar blanca en panes para producir el azúcar mascabado, el mismo grado inferior que tenía la masa de granos oscuros y húmedos de la punta del pan de azúcar. El azúcar mascabado se embarcaba en grandes barriles llamados bocoyes.

Esto se debió probablemente a que los principales mercados azucareros, Estados Unidos, Francia, Alemania e Inglaterra, preferían comprar el azúcar más barato como materia prima para sus refinerías en vez del azúcar blanco, que competiría con el suyo. Por otro lado, el proceso de purga en hormas para obtener azúcar blanco producía un menor rendimiento de azúcar por tonelada de caña que el mascabado debido a la disolución parcial de los cristales.
Entre los años 1840 y 1860 operaban una serie de factores adversos a la industria azucarera de Puerto Rico, entre ellos: la declinación de los precios a nivel mundial debido principalmente a la competencia del azúcar de remolacha europea, las plagas y enfermedades de la caña, el no variar los cultivos y la consecuente reducción en la productividad del terreno, el poco uso de fertilizantes, y sequías ocasionales. Se redujo el número de haciendas, pero éstas eran más grandes y con mayor productividad para arrojar costos unitarios menores.

La producción de azúcar aumentó. En 1830, había 1,552 haciendas con una producción de 17,000 toneladas, y en 1860 había 550 con una producción de 54,000 toneladas. Sin embargo, debido a la reducción en precio del azúcar, la producción del 1860 tendría un valor menor a las 17,000 toneladas del 1830. El precio mundial del azúcar había sido de 15 centavos por libra en 1815. Entre 1840 y 1848, coincidiendo con una larga sequía, su precio bajó de cinco a un centavo por libra. Eso redujo la rentabilidad de la industria azucarera de Puerto Rico en un momento en el que ya existían 48 haciendas con ingenios a vapor.
El hecho de que entre 1840 y 1860 se estuvieran fundando haciendas en Vieques desmiente la decadencia que la mayoría de los autores le atribuye a la industria de la época.

Vieques tuvo su primera hacienda azucarera en los 1830s gracias al esfuerzo y fortuna de Teófilo Le Gillou, un francés proveniente de Guadalupe que es considerado fundador de la comunidad viequense.26 La industria de la Isla Nena enfrentaba, excepto por sus terrenos vírgenes, casi los mismos problemas que la de la isla grande de Puerto Rico más algunos otros particulares, como su reducida escala y escasez de mano de obra. Sin embargo, para 1860 contaba con por lo menos ocho haciendas.

En su Memoria de 1847, Ormaechea opinaba que la fase agrícola de la industria en Puerto Rico se hallaba basada en débiles cimientos, atrasada en su parte científica. Por otro lado, él identificaba como el mayor obstáculo del progreso azucarero a la escasez de capital y de crédito ventajoso. En su importante obra describió la operación de los tres tipos de molinos más comunes que se usaban en la Isla a base de su fuerza motriz.

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