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Un espiritu histórico no puede tener dudas de que ha llegado el momento de la resurrección del pasado, de la afirmación del presente y la esperanza del futuro. Esto es parte de ello.
Las taínas en la resistencia

Las taínas en la resistencia

Dr. Jalil Sued Badillo -Catedrático de la Facultad de Ciencias Sociales; Director, Departamento de Estudios Interdisciplinarios Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras —Los que hemos escogido la investigación del milenario periodo indígena, hemos sufrido de los azares muy propios del tema y sus particularidades metodológicas que han sido muchas y también cambiantes. Dependencia en las investigaciones arqueológicas, siempre insuficientes y parciales, de sus interpretaciones, siempre múltiples y variables, y de sus nuevos hallazgos que por supuesto, nos llevan a repensar los temas; dependencia de la documentación etnohistórica, que ha estado en archivos extranjeros y no siempre de fácil acceso, de su nueva información, de su redacción paleográfica o letra medieval muchas veces imprecisa – no dominada por muchos investigadores de su asunto, de sus serios problemas de transcripción –, donde los referentes indígenas han tendido a sufrir un particular maltrato; de la ausencia de orientación teórica adecuada para comprender, -dentro de la discusión en la antropología comparativa- las dimensiones, los procesos y las particularidades de los estadios históricos que nos interesan. La investigación de lo indígena, no puede pues, desligarse de la interdisciplinaridad que la comprende y de la revisión constante de sus componentes teóricos y metodológicos.

Con el tiempo se han acumulado importantísimas aportaciones arqueológicas doctorales sobre el periodo indo antillano, tanto de recientes estudiosos puertorriqueños como de colegas del exterior, cuyos hallazgos y conceptualizaciones están aún por asimilarse y congeniarse con nuestras anteriores apreciaciones. El mesoamericanismo difusionista que enmarañó y confundió las apreciaciones regionales décadas atrás, hoy colapsa ante el peso y la calidad de los nuevos datos y sus orientaciones alternas –andinas y centroamericanas, que se están vislumbrando en la mutua relación del Caribe con el mundo que le rodeaba-, sin mencionar los aportes de nuevas especialidades etnobotánicas, bioculturales, etnolingüísticas que no estaban presentes antes y hoy enriquecen y modifican los temas de estudio. El interés por la investigación feminista y de género, por ejemplo, ha crecido desde los años 90 en todo el mundo con críticas y correcciones metodológicas y de interpretación muy acertadas e importantes.

A finales de los 70 y principios de los 80, la investigación del tema indígena se enriqueció con los aportes teóricos de colegas cubanos, dominicanos, venezolanos y, por supuesto, de colegas puertorriqueños, que buscaban urgentemente cómo combatir el positivismo y su falta de perspectiva histórica, y al desbocado difusionismo, que todo lo explicaba en términos de lo que vino de afuera y no de los procesos de vida internos a la región. Importantes ejercicios y discusiones teóricas -marxistas principalmente- se publicaron y divulgaron ampliamente. Pero hoy, a la luz de los nuevos aportes arqueológicos, de la extensa documentación etnohistórica de que disponemos, y del crecimiento y divulgación de la discusión antropológica, claman por una revisión urgente de aquellos tempranos ejercicios teóricos y sus hipótesis sobre las formaciones indo-antillanas, especialmente la taina.

Uno de los temas más afectados, -a manera de haber sufrido daños colaterales- de los esquemas teóricos que se aplicaron entonces, un tanto mecánicamente, a mi juicio, lo ha sido el de la naturaleza de los cacicazgos y el rol de la mujer en su interior -rol por demás prominente-, y de su supuesto desplazamiento y subordinación por razón de género, en la etapa taina, en amplia contradicción con la evidencia etnográfica. El cacicazgo, o la formación social como la que existió en Haití y Boriken a la llegada de los españoles, es uno de los temas que más atención ha recibido en la antropología de las últimas décadas. Y si antes había que recurrir a ejemplos cultural y espacialmente distantes geográficamente (en Melanesia, Samoa, Japón o Birmania, e incluso en la Europa temprana para establecer comparaciones antropológicas), y hoy se nos accesibilizan estudios de todos los confines de América, para comparaciones firmes y más aplicables y comprensibles sobre su estructuración y su distancia del estado hacia donde se dirigía, si es que se dirigía hacia etapas más complejas, como han postulado algunos y cuestionado otros (Lumbreras,1994).

Los que postulan que los cacicazgos tainos eran “estados incipientes” – con sus supuestos aditamentos de surgimiento de lucha de clases, pesados tributos, acumulación de riquezas caciquiles, despotismo, marcada enajenación de los medios de producción y disolución de las relaciones de parentesco, y su concomitante, el desplazamiento de la mujer de posiciones de mando y demás indumentaria estatal adherida, hoy chocan con las numerosas formaciones históricas complejas que se han descubierto en América y que no son estatales ni comparten los mismos rasgos sociales, políticos y económicos. Una de las sorprendentes conclusiones a las que llegó un importante estudio de los cacicazgos del área intermedia (desde Ecuador hasta el sur de Honduras, fue que: “Posiblemente el factor mas importante es que el estado no era un resultado ni necesario ni inevitable en la evolución cultural en la mayor parte del área intermedia. Poblados igualitarios, sociedades de rangos simples o cacicazgos pequeños eran la regla. Y el nivel estatal de desarrollo fue evitado mayormente.” (Lange, 1992) La situación en el Caribe no fue tan distinta. (Tabio, 1978)

Urge repensar las hipótesis teóricas de los setenta y ochenta que ya se han dogmatizado, para liberar el estudio de lo indígena de interpretaciones mecanicistas que tuvieron pretensiones de ser de aplicación universal. O como ya venía apuntalando Bridget O’ Laughlin en su ensayo sobre acercamientos marxistas a la antropología desde el 1975:

“Thus, some structural Marxists search for a general theory of transition, applicable to the analysis of all social formations…Such general theories, however, are either tautological or misplaced efforts to make concepts do one’s analytical work. Historical processes do not arise from the machinations of a model; rather, we use models to understand historical processes. There can be no general theory of transition precisely because “each historical transition is different materially and therefore conceptually. We do not have to explain historical development, for that is constant, what we do have to explain are its structural regularities. These can be understood only by consistently relating the mode of production to the social formation in the process of analysis.”

Lamentablemente, la arqueología no nos ofrece los suficientes elementos de juicio para tal empresa.

Para efecto de nuestra presentación de hoy, a la llegada los españoles existían dos tipos de formaciones sociales en el Caribe indígena: tribus independientes y cacicazgos medianos, estables, de larga duración, cuyos rasgos podían variar en atributos y en grados, pero que eran más similares que distintos entre si. El primer cacicazgo como formación histórica la hemos identificado en el sur de Puerto Rico con los llanos de Ponce como su eje geográfico.

Dentro de estas jefaturas regionales reconocidas por sus relaciones sociales internas de parentesco: tradicionales, fuertes y dinámicas todavía, prevalecía la filiación matrilineal y la residencia matrilocal. El matrimonio era exógamo. La familia era de tipo patriarcal, pero donde la sangre materna era el vínculo que unía y no el género. Ascendían al poder, en ausencia de varones, mujeres por su cercanía genealógica, y así se mantenía el linaje ancestral. El matrilinaje era también el dueño de las tierras familiares. Las sociedades donde predominó son abundantes y variables en toda América, y de las investigaciones sobre género de las últimas décadas, las antillanas parecen ser depositarias y continuadoras de la antigua tradición andina, donde la mujer se insertó en la vida política en sociedades tan complejas como la moche, la inca, la chibcha y muchas otras.

Tom Patterson, arqueólogo marxista, escribió sobre el sistema de parentesco inca: “El parentesco era el idioma de su membresía en la comunidad, la matriz en términos de cómo su trabajo se organizaba. Además, les proveía acceso a los medios de producción, parentesco definido como un cuerpo circunscrito de expectativas y obligaciones mutuas (en el cual) las mujeres jugaron importantes funciones centrales en esferas como combates y rituales que frecuentemente se habían asumido que eran del dominio exclusivo de los varones. Ellas también afirmaban el centralismo de las mujeres en asuntos de sucesión y por ende con la reproducción de las relaciones sociales existentes”. (Patterson, 1991: 51) En regiones de ese Perú incaico imperial, a las mujeres con roles de mando en sus comunidades, se les llamaba en las crónicas españolas “capullanas’’ y Las Casas las describían así: “En algunas provincias certas naciones tenían costumbre que no heredaban varones, sino mujeres; y la Señora se llamaba capullana”.

En otra de las crónicas peruanas se repetía “que por ser hembra no deja de suceder en el dicho cacicazgo pues es notorio que las capullanas usan en todas aquellas provincias desde su antigüedad los cacicazgos y corre la sucesión por ellas de la mesma manera que por los varones” (Estela Cristina Salles,1999 )

Esa tradición andina entra en el Caribe con las migraciones Huecoides siglos antes de Cristo y se refleja en la iconografía de su cerámica temprana, en su lapidaria, en la deformación cefálica y en aspectos de la estructura y simbología mítica. Es importante señalar igualmente que, en estudios de las regiones amazónicas y orinoquenses, también informan de sus sociedades matrilineales y matrilocales donde el estatus socio económico de las mujeres fue relativamente alto. (Roosevelt, 1987:161 En Drenan y Uribe) De esas regiones vinieron los saladoides.

Hubo cacicas

Mujeres que ascendían al mando de sus comunidades, no por viudez o ausencia o permiso de sus maridos, lo cual conflige con las pautas matrilineales, sino por derecho sucesivo propio. Anacaona, la mujer de más alto rango en el Caribe, fue cacica de Jaragua por muerte de su hermano, no cacica de Maguana por la muerte de su esposo. Señora sobre un centenar de aldeas, fue ahorcada y 80 de sus caciques asesinados en lo que en la época se denominó como la Matanza de Jaragua, eventos que no fueron motivados por su debilidad política y militar, sino por todo lo contrario.

Si hubo desplazamientos políticos y subordinaciones sociales de mujeres estos comenzaron con la implantación del colonialismo europeo y no antes.

La referencia más temprana a cacicas aparece en los nuevos escritos descubiertos del mismo Cristóbal Colón, antes de la conquista misma, en carta al rey del 14 de octubre del 1495 confirmaba el almirante:

“Ansimesmo las mujeres trabajan qu’es maravilla: ellas mesmas plantan la yuca de que hacen el pan y los ajes y los cogen y todo otro mantenimiento. La caza y pesquería (es) de oficio d’llos y cavar la tierra para sementera. De todo lo otro proveen las mujeres, y no las cacicas, qu’estas están mas regaladas y con descanso que hijas de duques en christianos; no serán buenas esclavas para servir, mas saben labrar de mano cosas de algodón bien sotiles”.

Así fue en la paz y en la guerra. De hecho, la primera cacica en identificarse en el Caribe fue la cacica de Santa Cruz,- isla que hoy los arqueólogos insertan en la geografía política taina-, a raíz de la llegada de Colón en su segundo viaje y el subsiguiente saqueo a su aldea. En el escenario aparece la cacica armada, defendiendo sus fueros. El encuentro lo relata Pérez de Oliva: “y todos ellos se defendieron con saetas emponzoñadas de tal manera que una mujer mató a uno de los nuestros e hirió a otro”. (Herman Pérez de Oliva, pág. 58) a la cacica la capturaron, la violaron y la enviaron a España como ejemplar caníbal.

Fue Bartolomé de Las Casas, quien informó precisamente sobre el entrenamiento militar de las mujeres indígenas:

“Mayormente, los de estas islas todos peleaban cuando era menester, y las mujeres también, nadando en los ríos y en la mar, desde el agua tiraban buenas flechas, porque sabían bien menear e usar de sus arcos y armas.”(Apol:I:51)

Son varios los encuentros entre españoles e indo antillanos donde las mujeres participan militarmente. En 1498, cuando Colón entra por segunda vez a la isla de Guadalupe, se topa con mujeres flecheras que impiden su primer desembarco. Un tiempo más tarde, la crónica relata un encuentro violento cuerpo a cuerpo entre un español y la “Señora de la isla” que he informado en publicación reciente. (Sued, 2007)

Los sucesos no son de extrañar pues en sociedades matrilineales, la complementariedad de los géneros (paralelismo sexual le han llamado también) (Regina Harrison, 1985) en diversas actividades incluía la defensa de sus tierras y comunidades. Contrario a las sociedades patrilineales, en donde a las mujeres se les prohibía tener acceso a las armas (Godelier, 1986:12). Es posible, que en ausencia de los varones al ser conscriptos para la guerra por sus caciques mayores y tener que abandonar sus poblados, la responsabilidad por la defensa recayese en las mujeres. Desde el Perú hasta Venezuela, la geografía de los cacicazgos matrilineales esta puntualizada por los nombres de cacicas heroicas que defendieron sus tierras de la conquista española: Nombres tales como Yacoarayta, Orocomay, Magdalena Palenque, la Gaitana, se insertan en los peldaños de los símbolos nacionales modernos de sus respectivos países.

Para Cuba informamos en la Revista Casa las Américas, de Beatriz, india cubana cimarrona
exilada a España por incitar a los indios a rebelarse. (Sued)

¿Y en el Boriken: qué nos informan las fuentes históricas? De las 12 cacicas identificadas hasta ahora, nuestra historiografía solo ha resaltado la figura de Luisa del Aymanio en manipulación simbólica dual que la ha situado entre una Pocahontas y una Malinche. Murió trágicamente, castigada por delatar los indios rebeldes en su territorio durante el ataque a su aldea de uno de los caciques de Vieques; era el castigo por su supuesto apoyo a los invasores.

Pero conocemos otro caso, más revelador de las circunstancias que se le plantearon a las mujeres tainas principales con la conquista española. En este caso a una cacica casi desconocida por las muy deficientes transcripciones paleográficas. Me refiero a una cacica combativa, mencionada en el documento más importante de la época sobre los aspectos militares de la conquista de la isla. Me refiero a la Probanza de Juan Gonzalez de 1532.

Como expusimos en nuestro reciente trabajo sobre Agueybana el Bravo, en el año de 1513, un puñado de caciques insulares y rebeldes calificados como caribes lanzaron una nueva ofensiva militar, en esta ocasión contra el foco administrativo de la colonia: Caparra.

Ninguno de los Cronistas de Indias hizo alusión a tan significativo acontecimiento. Cerca de 1955, Don Aurelio Tió, se topó en Sevilla con la Probanza (o reclamos a la Corona en base a sus meritos y servicios) de quien resultaba ser primo de Juan Ponce, la envía a transcribir y la publica en 1961. Pero su publicación o fue ignorada o tuvo poca divulgación, por lo que no fue hasta los trabajos del sacerdote español Vicente Murga sobre Juan Ponce de León, publicados en 1971, que la quema de Caparra se difunde ampliamente pero solo para el autor adjudicar el asalto a caribes invasores y exculpar a su biografiado Juan Ponce, -quien era el jefe de la policía de entonces- de los acontecimientos.

En el rico documento nos enteramos de mucha de la trama militar de indios y españoles en la isla, de la sobrevivencia de Agueybana el bravo, cacique mayor y caudillo de la resistencia – a quien los cronistas daban por muerto y enterrado, y nos enteramos de los cruentos castigos que sufrieron los caciques rebeldes- por más que Coll y Toste lo negara-, y de 17 caciques nombrados y culpados por el virrey Diego Colón por la quema de Caparra.

Los Caciques fueron capturados y desterrados a la Española, donde no hay evidencian de que llegaron. Uno de estos caciques rebeldes inculpados fue una mujer, cuyo nombre había sido metódicamente eliminado de la transcripción publicada por Tió. Creemos que por azares de las accidentadas transcripciones a maquinilla de entonces, y no por motivos ulteriores. Pero ese error inicial y sus subsiguientes ocultaciones privaron a los investigadores del disfrute del personaje. Nos referimos a la cacica Guayervas del Otoao. Dice la entrada en copia paleográfica del documento:

“y desta manera prendió y tomo vivos a diez y seis caciques grandes señores y a una gran señor que se llamaba Guayervas; y los caciques se llamaban Mabo el grande y Abee y Cayey y Guaryana, y Guayaboa, y Guayama y Ayabrex y Baguanamey y Yauco y Hamay y Yogueras y Cabuas y Guamany y Mabodomoca y Canobana y Huama…” (AGI, México, 203)

Versión en Tió:

“..y desta manera prendió y tomo bibos a diez y once y los caciques los llamaban mabo
el grande y abee y cayey y guaryana y guayaboa y guayama y ayabrex y baguanamey y yava y huamay y yogueras y cabuas y guamanique y mabo domoca y canobana y huanicoy, …” (Tió, pág. 37-38)

Uno de los testigos en la Probanza confirmó su captura y el método: “y vido este testigo como el dicho Juan Gonzalez se desnudaba en cueros y se envixaba y tiznaba y entraba en las casas o ranchos de los caciques e indios y vido como prendió por sus manos, el dicho Juan Gonzalez a todos los caciques y una cacica y los llevamos al almirante y vido este testigo como el almirante envió a los dichos caciques desterrados a la isla Española”.

El nombre de esta cacica resurge en los documentos de la Real Hacienda a partir de diciembre de 1516, asociada a las encomiendas en el valle del Otoao. Claramente sus indios fueron encomendados hasta el 1519 cuando se vendió la hacienda a particulares. Una lectura cuidadosa de las entradas, -de los artículos entregados a los indios encomendados y de sus respectivos caciques- advertirá que la cacica no figura recibiendo artículo alguno. Son entradas alusivas a sus indios no a su persona. Solamente su asociación con el Otoao se resalta. Su ausencia de estos registros corrobora su destierro un año antes. Es interesante también que sus indios son más numerosos que los coligados a otros caciques en la hacienda. Sospechamos y tenemos indicios para sugerir que Guayervas pudo haber estado asociada al asiento de Caguana.

La cacica Guayervas del Otoao es la única cacica heroica que conocemos en el Boriken, hasta ahora. Asociada a la quema de Caparra y desterrada por su valor. Quinientos años después, recordamos su nombre y su gesta, su valor y su sacrificio. ¡Que entre a nuestro procerato!.

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