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Un espiritu histórico no puede tener dudas de que ha llegado el momento de la resurrección del pasado, de la afirmación del presente y la esperanza del futuro. Esto es parte de ello.
Los indígenas antillanos, primeras reseñas históricas

Los indígenas antillanos, primeras reseñas históricas

A la llegada de los europeos, a finales del siglo XV, las islas antillanas estaban pobladas por diversas culturas. La novedad de encontrar gentes de lenguas extrañas y «exóticas costumbres » en las tierras del que posteriormente fue llamado Nuevo Mundo sería el hallazgo más sorprendente, y el más reconocido, del periplo descubridor del almirante Cristóbal Colón.

El primer contacto entre europeos e indígenas se produjo el 12 de octubre de 1492 cuando los descubridores se encontraron con los llamados «lucayos» al arribar a la isla Guanahaní, localizada en el archipiélago de las Bahamas y bautizada con el nombre de San Salvador por los españoles, quienes también se refieren a estas últimas como Lucayas, denominación que deriva, precisamente, del nombre de sus primeros habitantes. Sobre este episodio nos dice el Almirante en el diario de navegación de su primer viaje:

[…] muy bien hechos, de muy fermosos cuerpos y muy buenas caras, de los cabellos gruessos cuasi como sedas de cola de cavallos e cortos. Los cabellos traen por ençima de las çejas, salvo unos pocos detrás que traen largos, que jamás cortan. D’ellos se pintan de prieto, y ellos son de la color de canarios, ni negros ni blancos, y d’ellos se pintan de blanco y d’ellos de colorado y d’ellos de lo que fallan; y d’ellos se pintan las caras, y d’ellos todo el cuerpo, y d’ellos solo los ojos, y d’ellos solo la nariz.
Al día siguiente agrega:
[…] todos de buena estatura, gente muy fermosa y […] todos de la frente y cabeça muy ancha, más que otra generación que fasta aquí aya visto; y los ojos muy fermosos y no pequeños; y ellos ninguno prieto, salvo de la color de los canarios.

Atento a las novedades que halla a su paso por las nuevas tierras, Colón se convierte en un agudo observador de la fisonomía y las costumbres de los habitantes de las islas antillanas, a quienes llamó indios por creer que había llegado a la India. Sus descripciones sobre los indígenas, hechas con sobriedad y alto nivel de detalle, constituyen un documento de gran valor etnográfico, en especial, las relativas a los rasgos físicos y culturales de estas poblaciones (color de piel, tipo de cabello, deformación de la frente, decoración corporal, etc.).

Al llegar a la isla de Cuba, a la que llamó Juana en honor a la hija de los Reyes Católicos, Colón refiere: «Esta gente […] es de la misma calidad y costumbre de los otros hallados. […] Toda la lengua también es una y todos amigos […] Y así andan también desnudos como los otros». En referencia a la desnudez de los aborígenes, agrega:

Son gente […] muy sin mal ni de guerra, desnudos todos, hombres y mugeres, como sus madres los parió. Verdad es que las mugeres traen una cosa de algodón solamente, tan grande que le cobija su natura y no más. Y son ellas de muy buen acatamiento, ni muy negro[s] salvo menos que Canarias.

En cuanto a sus viviendas, observa: «Eran hecha(s) a manera de alfaneques muy grandes, y pareçían tiendas en real, sin concierto de calles, sino una acá y otra acullá y de dentro muy barridas y limpias y sus adereços muy compuestos. Todas son de ramos de palma muy hermosas». Al descubridor de América le sorprende la habilidad que tenían los indios para navegar en sus ágiles embarcaciones:

Ellos vinieron a la nao con almadías [canoas], que son hechas del pie de un árbol como un barco luengo y todo de un pedaço, y labrado muy a maravilla según la tierra, y grandes, en que en algunas venían 40 y 45 hombres, y otras más pequeñas, fasta aver d’ellas en que venía un solo hombre. Remavan con una pala como de fornero, y anda a maravilla, y si se le trastorna, luego se echan todos a nadar y la endereçan y vazían con calabaças que traen ellos. Colón alude a los sencillos adornos de oro usados por los indios, que refuerzan sus expectativas de encontrar este precioso metal con el objeto de alcanzar el éxito financiero de su empresa descubridora. Sobre el intercambio o trueque establecido, el propio Almirante refiere que los españoles empleaban cuentas de vidrio, cascabeles, sortijas de latón, fragmentos de cerámica y otros abalorios que los indígenas aceptaban de buena gana, «como algo venido del cielo».

En la costa norte de la isla de Bohío, a la que luego bautizó Colón como Española, naufragó la nave Santa María, que recibió el auxilio de los indígenas del cacicazgo de Marién, encabezado por Guacanagarix. El solidario gesto del cacique motivó al Almirante a escribir en su Diario:

Son gentes de amor y sin cudiçia y convenibles para toda la cosa, que certifico a Vuestras Altezas que en el mundo creo no ay mejor gente ni mejor tierra. Ellos aman a sus próximos como sí mismos, y tienen una habla la más dulçe del mundo, y mansa y siempre con risa. Ellos andan desnudos, hombres y mugeres, como sus madres los parieron, mas crean Vuestras Altezas que entre sí tienen costumbres muy buenas, y el rey muy maravilloso estado, de una cierta manera tan continente qu’es plazer de verlo todo, y la memoria que tienen, y todo quieren ver, y preguntan qué es y para qué.

Con la madera de la Santa María, Colón construyó el fuerte de la Navidad, a cuyo cuidado dejó 39 hombres. Allí hizo una demostración del poderío de las armas españolas tronando las bombardas, y estableció una alianza con el cacique Guacanagarix, a quien le ofreció protección frente a los canibas o caribes, «que debe ser gente arriscada, pues andan por todas estas islas y comen la gente que puede haver». El acuerdo establecido entre Colón y Guacanagarix, un pacto de amistad que en lengua indígena se denominaba guatiao, se realizó ante la presencia de otros caciques de la zona y de los hermanos y familiares del cacique de Marién. La ceremonia, que incluía intercambio de regalos y otros artículos de uso personal, también conllevaba el intercambio recíproco de los nombres entre los dos contrayentes, como gesto de alianza y paz. Los apuntes de Colón constituyen textos precursores de la etnografía en América al describir muchas de las características de los pueblos que encontró a su paso por las Antillas. Algunas de esas descripciones han sido objeto de estudio por parte de las actuales investigaciones arqueológicas, que han confirmado importantes correlaciones culturales entre los indígenas que ocupaban gran parte de la Española, Puerto Rico y el extremo oriental de Cuba, además de extensas interacciones socioculturales entre los grupos que habitaban las diferentes islas antillanas.

Al referirse a la naturaleza tropical de la Española, Colón exalta con entusiasmo la feracidad del suelo, el verdor y la hermosura de su flora, la exuberancia de sus sierras y montañas, los abundantes ríos y la suave brisa, lo que lo lleva a exclamar: «es la más hermosa cosa del mundo», y a asegurar a sus altezas: «[…] qu’estas tierras son en tanta cantidad buenas y fértiles, y en especial estas d’esta isla Española, que no ay persona que lo sepa dezir y nadie lo puede creer si no lo viese». Igualmente, destaca el carácter de sus gentes, haciendo hincapié en su ingenuidad, mansedumbre y desprendimiento:

La gente d’esta isla y de todas las otras que he fallado y havido ni aya havido noticia, andan todos desnudos, hombres y mugeres, así como sus madres los paren, haunque algunas mugeres se cobijan un solo lugar con una foia de yerva o una cosa de algodón que para ello fazen. Ellos no tienen fierro ni azero ni armas, ni son para ello; no porque no sea gente bien dispuesta y de fermosa estatura, salvo que son muy temerosos a maravilla. No tienen otras armas salvo las armas de las cañas cuando están con la simiente, a la cual ponen al cabo un palillo agudo, e no osan usar de aquellas, que muchas vezes me ha acaecido embiar a tierra dos o tres hombres a alguna villa para haver fabla, i salir a ellos d’ellos sin número, y después que los veían llegar fuían […] El asombro que traslucen las idealizadas anotaciones hechas por Colón contribuyó a crear entre los humanistas europeos una visión idílica sobre el estado natural en que vivían los indígenas antillanos, a quienes el mito del «buen salvaje» les atribuyó una inocencia propia de la edad de oro o del paraíso terrenal, idea reiterada a través de los siglos que dio lugar al pensamiento utópico.

Al arribar a la península de Samaná, el Almirante entra en contacto con los ciguayos, que, según sus descripciones, diferían de los indígenas que hasta entonces había conocido por su apariencia y actitud belicosa:

[…] El cual diz que era muy disforme en el acatadura más que otros que oviese visto: tenía el rostro todo tiznado de carbón, puesto que en todas partes acostumbran de se teñir de diversas colores; traía todos los cabellos muy largos y encogidos y atados atrás, y después puestos en una redezilla de plumas de papagayos, y él así desnudo como los otros.

Además, tenían arcos que «eran tan grandes como los de Francia e Inglaterra», diferenciándose en esto de los taínos, que habitaban otras áreas de la Española. Colón los asocia con los caribes: «[…] creía que eran los de Carib y que comiesen los hombres, […] y que si no son de los caribes, al menos deven de ser fronteros y de las mismas costumbres y gente sin miedo […]». Sin embargo, refiere que, al preguntarle a uno de estos ciguayos por los caribes, este indicó que se encontraban más al este, en una isla de nombre Carib.

Además de la diferencia en el aspecto físico, se considera que los ciguayos tenían una lengua distinta, ya que, tras interpelar a uno de ellos sobre el oro, Colón narra: «llamava al oro “tuob” y no entendía por “canoa”, como le llaman en la primera parte de la isla, ni por “noçay” como lo nombravan en San Salvador y en las otras islas».18 Por su parte, fray Bartolomé de las Casas, al comentar el Diario de Colón en su Historia de las Indias, añade: Es aquí de saber que un gran pedazo desta costa […] hasta las sierras que hacen desta parte del Norte la gran vega inclusive, era poblada de una gente que se llamaban mazoriges, y otras cyguayos, y tenían diversas lenguas de la universal de toda la isla.

Al bajar a tierra algunos de los tripulantes de las naves españolas en la bahía de Samaná con la intención de abastecerse de agua y alimentos, al tiempo de procurar algunos objetos indígenas que despertaban su curiosidad, fueron enfrentados por medio centenar de ciguayos armados con arcos, flechas y macanas de madera. Los españoles hirieron a dos de ellos, que infortunadamente conocieron el filo de las espadas de metal, derramándose allí la primera sangre americana vertida durante los enfrentamientos entre indígenas y conquistadores europeos. Debido a este hecho, Colón llamó golfo de las Flechas a esta bahía.

La identificación y estudio de los ciguayos es un tema que aún debe plantearse con mayor profundidad sobre la base de la investigación arqueológica. A pesar de esto, algunos investigadores e historiadores han esbozado diversas hipótesis sobre estas comunidades, entre las que resalta la de una posible ascendencia caribe y un reciente asentamiento en la península de Samaná, razón esta última por la que sus huellas arqueológicas han sido imperceptibles en las prospecciones realizadas en la zona. Otras teorías plantean una interacción entre taínos y caribes que culminó con la adquisición de algunas costumbres caribes por parte de los habitantes de esta área de la Española.

Uno de los investigadores que más se ha esforzado por aportar al llamado «enigma ciguayo», con base en las informaciones históricas y arqueológicas, ha sido Bernardo Vega. A partir del análisis de las descripciones de varios cronistas, en especial de fray Bartolomé de las Casas, Gonzalo Fernández de Oviedo y Pedro Mártir de Anglería, y del mapa de Andrés Morales sobre la división política de la isla Española, Vega ha intentado definir los espacios geográficos que correspondían a ciguayos y macoriges, y, en líneas generales, ha planteado que los indígenas que Colón encontró en su primer viaje en el golfo de las Flechas tenían características propias de los caribes. En general, hasta el presente no existe un consenso sobre los asentamientos considerados ciguayos ni una clara definición de estos, y tampoco ha sido posible establecer con evidencias arqueológicas sus diferencias culturales respecto a los demás grupos indígenas que habitaron la isla.

El interés de Colón por conocer las islas de los llamados «caribes » o «caníbales» lo llevó a intentar adentrarse más allá del extremo noroeste de la Española para comprobar su existencia. Sin embargo, el mal estado de las carabelas y la impaciencia de los tripulantes, deseosos de volver a España, le hicieron desistir de esta idea en su primer viaje y emprender el camino de retorno a Europa.

A su regreso, el Almirante proclamó la noticia de la existencia de nuevas tierras allende los mares y mostró a los reyes algunos indígenas, así como otras pruebas de sus hallazgos. Recibió los honores y títulos que le correspondían, pactados previamente con la corona española en las llamadas Capitulaciones de Santa Fe, entre ellos, los de «Almirante de la Mar Océana y Visorrey y Gobernador de las islas descubiertas en las Indias». Por su parte, los indios que lo acompañaban fueron bautizados en una ceremonia religiosa ante la presencia de los reyes y el príncipe Juan.

A raíz de la llegada de Colón a Europa, también aparecieron las primeras noticias impresas sobre los habitantes del Nuevo Mundo. Estas noticias fueron difundidas a través de la carta que el Almirante dirigió a Luis de Santángel, escribano de los monarcas españoles, y al tesorero aragonés Gabriel Sánchez, donde daba a conocer las novedades de las Indias. La misiva originalmente fue escrita en castellano y en ese idioma se realizó su primera impresión en Barcelona en 1493. Su difusión fue tan rápida que antes de culminar el siglo XV había alcanzado dieciséis ediciones en cinco idiomas: dos en castellano, una en catalán, nueve en latín, tres en italiano y una en alemán, además de algunas versiones en francés e inglés. En la traducción al latín aparece el nombre Hispaniola, vocablo que aún se utiliza para referirse a la isla Española, a la que los indígenas llamaban Bohío, Haití o Quisqueya.

En esa carta en la que anunciaba el hallazgo de un Nuevo Mundo, Colón también se refi ere a algunos de los primeros vocablos aborígenes recogidos durante su trayecto por las Antillas, palabras que pasaron a enriquecer la lengua española. Entre ellos sobresale el término canoa, incorporado por Antonio de Nebrija en su Gramática castellana en 1494, que representa uno de los primeros aportes lexicales de América a Europa.

En general, las descripciones de los indígenas no se desligan del aura de asombro, expectativa y encantamiento que intensificó de forma cuantitativa la mayor parte de los textos colombinos. Estas contribuyeron a la identificación de América como una tierra de abundancia y promisión, a lo que también aportó el obsesivo interés por el oro que se evidencia en buena parte de la narrativa de Colón y motivación omnipresente en casi todos sus enunciados. Desde esa perspectiva los relatos colombinos, a la vez que ofrecían las primeras impresiones sobre la realidad geográfica de las islas del Caribe, legaban, entre la descripción puntual y el rasgo imaginativo, la visión inicial del indio americano.

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