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Un espiritu histórico no puede tener dudas de que ha llegado el momento de la resurrección del pasado, de la afirmación del presente y la esperanza del futuro. Esto es parte de ello.
Martín Travieso Quixano

Martín Travieso Quixano

Gerardo Ayala Rivera -Los hombres que hacen de civilidad naturalmente unen su nombre a la historia del medio en que viven, por ser éste su campo inmediato de acción. En tiempos, este esfuerzo aparece como aislado; un sólo individuo surge y prepondera sobre los demás, pero hay periodos en que se manifiesta un grupo más o menos numeroso; digamos una pléyade, y el brillo de esas inteligencias se refleja en la ciudad o en la comarca, elevándola culturalmente a un más alto nivel. Lo que así ocurre con los grandes pueblos se da también en órbitas más pequeñas y en ciclos de menor duración, de lo más encumbrado a los más modesto en una prolongación incesante de alturas relativas. Hubo un tiempo en que tres ciudades puertorriqueñas se alzaban intelectualmente en el mismo plano: San Juan, Ponce, Mayagüez; nuestros centros más populosos de población. Ahora San Juan priva, absorbiendo la mayor parte de la savia insular, no ya en medios materiales sino en la expresión vital de las ideas.

Sirvan las antecedentes líneas tal vez un tanto entonadas o presuntuosas como introducción a este perfil biográfico del doctor Martín Travieso. Aunque este destacado compatriota no nació en Mayagüez, allí pasó la mayor parte de su vida. Agitóse en años que podríamos denominar gloriosos para aquella hermosa comarca de nuestro Oeste, cuando una segunda pléyade allí florecía tras la que encabezaron políticamente Ruiz Belvis y Betances, uniendo altamente su nombre a los de Monge, Sama, Dominguez, Gaudier, Ruiz Quiñones y otros benefactores de Mayagüez. Pero esa multiple labor de escritores, educadores y hombres de ciencia, no fue exclusivamente local; influyó todo el país, porque era labor puertorriqueña, realizada por hombres puertorriqueños. Con ella demostrábase, en conjunto la capacidad de nuestra gente para regirse por si misma, y todo así convergía en líneas directas a robustecer los derechos de nuestro pueblo, todavía no dividido, ni fragmentado, ni desgarrado, en sus luchas contra en régimen.

Nació nuestro compatriota en San Juan, el 20 de diciembre de 1851, siendo sus padres don Martín J. Travieso y doña Isidora Quixano y Font de la Vall, nacida en Cataluña. Su padre ocupó en esta isla durante el gobierno de España los cargos de Tesorero General de Hacienda, Secretario de la Academia Real de Buenas Letras, Corregidor de la capital y jefe de Administración. Abuelos del doctor Travieso por la línea paterna, don Félix Travieso. Oficial Mayor y doña Jacinta Micaela del Rivero; maternos, don Juan Lucas de Quixano, Brigadier de Infantería, y doña Luisa Font de la Vall. Como se ve, ascendencia netamente española y de distinguido relieve social.

Martín Travieso se graduó de Bachiller el 11 de julio de 1868. Continuando sus estudios en España, obtuvo el titulo de Licenciado en Medicina en la Universidad de Sevilla en julio 5 de 1872, y fué doctorado por el mismo centro docente el 23 de septiembre de dicho año.

Terminada su preparación universitaria fijó su residencia en Mayagüez, ejerciendo la Medicina por el largo periodo de 45 años. Allí contrajo matrimonio con una señorita puertorriqueña, Ana María de Nieva, quien le sobrevivió, falleciendo el 16 de noviembre de 1924, y tuvo cinco hijos, uno de ellos el juez Martín Travieso de nuestra Corte Suprema.

Su mente abarcó varias disciplinas. Atraíante especialmente de las cuestiones de educación, como prueba de trabajo suyo. Memoria sobre el estado actual de la instrucción, su pasado y medios para su mejoramiento futuro, premiado por el Ateneo Puertorriqueño, Sección de Ciencias Morales, en un certamen público verificado en el año 1884. Este trabajo fué publicado por su autor el año siguiente, formando un opúsculo de 55 páginas.

Travieso no fue solamente un laborante en las especulaciones de la enseñanza, sino que, más práctico, robaba tiempo a la práctica de su profesión para las investiduras de la cátedra. Con Font y Guillot, con Dominguez y cien otros, laboró con denuedo por derrotar el obscurantismo, que era la tragedia principal de la vida de la colonia.

En política, nuestro buen compatriota fué de ideas liberales moderadas y se ajustó siempre al ritmo de su país, siendo sucesivamente, liberal, federal y unionista. Cumplía sus deberes cívicos sin aspirar a la popularidad. Tampoco quiso nunca aceptar puestos públicos, actitud que no es común en los tiempos que corremos y es por lo mismo de un valor ejemplar.

Un poco antes de la guerra hispano-americana bajo el corto periodo autonómico que precedió en Puerto Rico al cambio de soberanía, los representantes de los partidos principales existentes entonces, liberal y ortodoxo, pusiénronse de acuerdo para afrecerle el cargo de Alcalde de Mayagüez y el doctor declinó la oferta diciendo a sus amigos.

«Esa oferta que me hacéis me honra y enaltece. El hecho de que se hayan ustedes puesto de acuerdo para brindarme el puesto me llena de orgullo y alegría. Por eso mismo no puedo aceptarlo.

Deseo conservar intacta esa buena opinión que tenéis de mi. Si al aceptar el cargo de Alcalde, tan pronto como en el cumplimiento de mi deber me viese obligado a negaros algo, cambiarias de opinión respecto a mi y me acusarías de innumerables faltas. Prefiero conservar vuestra apreciada amistad y mi tranquilidad».

Palabras son ‘estas propias de un avisado psicólogo, experto en conocer los resortes a que de ordinario obedecen las reacciones humanas. Más tarde el gobernador Regis H. Post ofreció también al doctor Travieso el puesto de Alcalde de Mayagüez, y como en la vez anterior, la proposición no fue aceptada.

Durante la guerra de España con los Estados Unidos el doctor Travieso organizó en Mayagüez el servicio de la Cruz Roja, sin hacer distinción al practicarlo, entre unos combatientes y otros. Con la cooperación de su esposa, de sus hijos y amigos, instaló en el edificio del Teatro Municipal un hospital de cuarenta y cinco camas. Del combate librado en Hormigueros resultaron exactamente cuarenta y cinco heridos, uno por cada cama, y todos sanaron.

Sencillo, afable, alentador en su trato con enfermos, de gran perspicacia en su profesión, el doctor era un médico solicitado por todos y muy querido de los pobres por su desinterés y su bondad. Y aquí viene como anillo al dedo la siguiente anécdota:

Vivía en Mayagüez un anciano mendigo privado de la visión por cataratas en ambos ojos. Teniendo puesta toda su fe en el doctor Travieso, no consentía que ningún otro médico le operase sino él, y en tal sentido le hacía frecuentes súplicas, sin que el doctor se decidiese a la operación, por haberse dedicado a la Medicina más bien que a la Cirugía, hasta que respondiendo a la fe depositada en él por el anciano, Travieso que nunca había atendido a nadie por enfermedades de la vista, ni mucho menos conocía esa práctica quirúrgica se dedicó a estudiar con ahínco la técnica de la operación, realizada en los ojos de cerdos que diariamente se hacía traer del mercado. Operó por fin al viejo mendigo, del ojo derecho, con el éxito más satisfactorio. Encantado el paciente, rogó al operador que le hiciese lo mismo con el ojo izquierdo, y el doctor negóse a la solicitud diciéndole. «Amigo, ya yo te encendí un farol, por casualidad, siga su viaje con él hasta encontrar quien le encienda el otro».

Falleció este noble puertorriqueño en el día 6 de abril de 1920, y su entierro fué una verdadera manifestación de duelo público.

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