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Un espiritu histórico no puede tener dudas de que ha llegado el momento de la resurrección del pasado, de la afirmación del presente y la esperanza del futuro. Esto es parte de ello.
Muñoz Marín en la presidencia del Senado

Muñoz Marín en la presidencia del Senado

Constituida la nueva Asamblea Legislativa en febrero de 1941, Muñoz es elevado a la presidencia del Senado. Francisco Susoni padre es elegido vicepresidente. Aunque el cargo electivo de más importancia jerárquica es el de comisionado residente, la presidencia senatorial representa el mayor poder político de la Isla por su participación constitucional en la confirmación o rechazo de los nombramientos del gobernador. Además, al ocupar esa presidencia un líder del demostrado arraigo popular de Muñoz, presidente de un partido que no sólo obtiene más votos que cada uno de los otros cinco sino que además impide que, por primera vez en la historia política puertorriqueña, un partido obtenga mayoría absoluta, la importancia y el prestigio del cargo se eleva más. A lo anterior se suma el dato cierto de que la Coalición, triunfante gracias a la unión de dos partidos, tampoco logra elegir mayoría en la Cámara de Representantes. Y ha de agregarse también la enorme influencia que el presidente del Senado ha de tener sobre el nuevo gobernador norteamericano Rexford G. Tugwell.

Pero no nos adelantemos. Como apuntamos anteriormente, con Muñoz en la presidencia senatorial comienza una nueva era política en Puerto Rico. Vale anotar aquí, sin que se entienda como intento de desmerecer la importancia del mensaje de justicia social del incipiente popularismo para su sorpresiva demostración electoral, dos ingredientes que también tienen que ver con el resultado de la votación de 1940: primero, las divisiones ocurridas en los partidos que integran la Coalición – de donde salen los elementos que dan vida a la Unificación – y segundo, la muerte de Barceló, que prácticamente lanza al limbo a numerosos liberales que finalmente se unen al naciente Partido Popular Democrático. Amparándose en las estadísticas electorales de entonces, es fácil sostener que de no haber ocurrido las divisiones en los partidos de la Coalición, ésta pudo haber copado siete distritos senatoriales, además de haber logrado media docena más de escaños representativos.

Sube-y-baja en la presidencia cameral

Si bien la mayoría de 10 a 9 de los populares en el Senado hace fácil la elección de su presidente y el resto del liderato oficial del Cuerpo, incluyendo las presidencias de las comisiones permanentes, no es ese el caso en la Cámara de Representantes, en la que, como apuntamos antes, se registra un empate a 18 legisladores entre populares y coalicionistas, completando el cupo del Cuerpo los tres representantes elegidos por la Unificación. Así, es difícil la organización de este Cuerpo, sin lo cual obviamente no puede funcionar en su todo la nueva Asamblea Legislativa. El primer paso para romper la situación de impasse lo da irónicamente Lastra Chárriez, uno de los líderes liberales que hasta ahora más encono evidencia hacia Muñoz. A mediados de enero de 1941, sin autorización de su partido y tampoco con la venia de la Unificación, convoca una asamblea de liberales, que se efectúa en Caguas y en la que invita a todos sus partidarios a ingresar masivamente en el Partido Popular Democrático y a los tres representantes unificacionistas a unir sus votos a los de los populares para la organización de la Cámara y la aprobación del programa popular. Ramírez Santibáñez desautoriza la asamblea y las gestiones de Lastra Chárriez y cita a los tres partidos de la Unificación a asamblea extraordinaria en Humacao con el propósito de determinar la posición oficial que han de tomar los tres representantes del partido para la organización cameral. En una clara manifestación de su astucia política, Muñoz envía el siguiente mensaje a la asamblea unificacionista, que es leído por su amigo miembro de la Unificación, Manuel Pavía Fernández:

«Le ruego me haga el honor de transmitir mi saludo cordial a esa asamblea. Transmítale este saludo, no como el de un líder de un partido a los líderes de otro, sino como el saludo de un compañero en el propósito común logrado de ponerle término al gobierno de los partidos que formaron la Coalición que fue vigorosamente, contundentemente, y dentro de las normas de la democracia, definitivamente repudiada por nuestro pueblo en las pasadas elecciones. Por más de 115,000 votos nuestros – de todos nosotros – el pueblo de Puerto Rico ordenó en noviembre que se librara para siempre del gobierno constituido por las maquinarias políticas de los partidos de coalición. Durante sus años de gobierno, las maquinarias políticas de estos partidos, pero no el pueblo que llevó sus nombres, no solamente fueron creando la reacción que estalló en voluntad democrática el cinco de noviembre en el volumen de opinión representado por el que esto escribe y por los que me hacen el honor de oírlo hoy en esa asamblea, sino que fueron también sembrando semillas de desconfianza en la administración liberal del Presidente Roosevelt. Por acción de nuestro pueblo y por la reafirmación de las doctrinas del Presidente Roosevelt por el pueblo de Estados Unidos, la desconfianza se ha convertido en confianza, la paralización de las buenas relaciones entre Puerto Rico y la administración liberal de Washington se ha convertido en estímulo, en mutua comprensión, en filosofía de acción pública que le es común a la voluntad del pueblo de Estados Unidos y a la voluntad del pueblo de Puerto Rico. Por primera vez en la historia de nuestras relaciones con el pueblo de Estados Unidos, el poder de las ideas democráticas y de justicia social se estructura desde los escaños mayoritarios de nuestra Asamblea Legislativa hasta los dirigentes de esas ideas en Estados Unidos, a cuya cabeza está el ilustre ocupante de Casa Blanca. Y cuando me refiero a los escaños mayoritarios de nuestra Legislatura estoy hablando no sólo de miembros de mi Partido en el Senado o en la Cámara. Estoy hablando de todos los que, por sus ideas, sus propósitos, su espíritu de responsabilidad ante el porvenir, sienten en su corazón que son parte de esa realidad de poder democrático que hoy cruza los mares de Puerto Rico a Washington y de Washington a Puerto Rico.

La oportunidad que esto ofrece para los puertorriqueños de buena voluntad es gloriosa y fructífera – fructífera para la justicia por la que clama nuestro pueblo y gloriosa por la oportunidad de cooperar como compañeros, con nuestros compañeros del Norte, en la medida de nuestras fuerzas y de nuestro espíritu, en la gran cruzada de la democracia.
En esta ruta del bien de Puerto Rico nos encontramos hoy porque en ella nos han colocado la voluntad común y la esperanza común de cambio y mejora de nuestro pueblo. Y en ella nos iluminan la luz de Dios y el dolor de Puerto Rico».

Escuchado el mensaje de Muñoz, la asamblea abre un largo período de deliberaciones, al final del cual aprueba por unanimidad una resolución para instruir a sus tres representantes que faciliten la organización de la Cámara eligiendo con sus votos los candidatos que para los diversos puestos directivos postule el Partido Popular Democrático. En uno de los por cuantos, la resolución advierte que de continuar el impasse cameral se crearía «un caos legislativo en perjuicio del Gobierno de la Isla, de su seriedad y buen nombre», y en otro reconoce la crisis que atraviesa Estados Unidos con motivo de la inminencia de la Segunda Guerra Mundial, lo que «hace imperativa la solidaridad puertorriqueña, el orden y la sensatez, para facilitar la defensa nacional y el desarrollo de la política novotratista en Puerto Rico». Hace claro la resolución que la instrucción a sus representantes no significa entendido político alguno con los populares e instruye a éstos a tratar de plasmar en realidad el programa de la Unificación. Con los 18 votos populares y los tres de los unificacionistas, el Partido Popular elige a Samuel R. Quiñones como speaker de la Cámara de Representantes. Luis Sánchez Frasqueri, también popular, es elegido vicepresidente. Quiñones, sin embargo, no concluye el cuatrienio en la presidencia cameral. Lo vemos más adelante.

La paz popular-unificacionista no dura mucho. El voraz apetito por el patronazgo político la hace sucumbir. Finalizando la primera sesión legislativa de 1941 en el mes de abril, los representantes unificacionistas Reguero y Rivera unen sus votos a los de los 18 coalicionistas y derrotan el proyecto de presupuesto del gobierno para el año fiscal 1940-41. Los proyectos prometidos por el Partido Popular son aprobados pero no así el presupuesto para su financiación. Reguero y Rivera son alentados a realizar esta acción por los tres líderes máximos de la Unificación como parte de una estrategia dirigida a presionar a los populares para conseguir una buena parte de los puestos públicos disponibles. Los tres líderes unificacionistas se encargan de anunciar personalmente a Muñoz el tranque en el presupuesto. Como respuesta, surge lo que por muchos años es recordado como «el grito desesperado de Muñoz clamando por un hombre». Así lo explica Muñoz:

«Cuando aquel triunvirato hizo su planteamiento en mi oficina, en vez de contestarles directamente, llamé a mi Secretario Jesús Benítez y le encargué que me reservara media hora por las estaciones de radio (que entonces eran solamente dos en Puerto Rico) desde el día siguiente alrededor de las seis de la tarde y por tiempo indefinido. Los tres líderes entendieron. Yo apelaría directamente al pueblo. Pero no habían entendido que al pueblo había que hacerle mucho caso entre elección y elección. Estaba muy arraigado el hábito de pensamiento de que los partidos, su organización de funcionamiento, lo que se llamaba maquinaria, tenían autoridad para beneficiarse a sí mismos. La amenaza implícita era negar los votos del Tripartismo en la Cámara para la aprobación del presupuesto del siguiente año fiscal, hacerle difícil y en cuanto a nuevos programas, fútil, el funcionamiento del Gobierno para lograr alguna posición de confianza más y ¡qué se yo! cuántas plazas, puestos y empleos. ¡Patronazgo versus política pública!

Por tres días corridos le presenté el cuadro a cientos de miles de puertorriqueños desde mi oficina del Senado por radio. Se había aprobado un programa de gobierno que era mandato del pueblo; se trataba de paralizar al Gobierno que tenía que administrar ese programa. Concluía mi apelación al pueblo por encima de sus representantes:

‘Todos aquellos que en su conciencia repudien lo que acabo de anunciar, sean del partido que sean, deben dirigirse a sus líderes y darles la orden de que cesen su entorpecimiento de lo que lo que el pueblo necesita. Si Luis Muñoz Marín les pide órdenes a ustedes, no hay ninguna razón por la cual otros líderes no deban recibir, aunque no las pidan, órdenes de ustedes. ¡Denles órdenes! ¡Ustedes mandan!

‘Para abrirle camino a la justicia del pueblo en la Cámara de Representantes, solamente hace falta un hombre – un voto más –. Un hombre que sea conciencia, un hombre que le dé paso a la posibilidad de que se derogue el impuesto del dos por ciento, que le dé paso a la legislación necesaria para que haya dispensarios médicos en los barrios del campo de Puerto Rico. ¡Me parece sentir el grito en todas esas montañas de Puerto Rico, el grito que sale de los corazones adoloridos de ustedes y que me llega a través de la oscuridad en esta noche, y que suena en mi conciencia y tiene que sonar en la de otros! Me parece oír ese grito de todos ustedes que en este momento están diciendo:

‘¡Dios mío, dadnos un hombre en la Cámara de Representantes; un hombre más que merezca el título de ‘hombre’ y que tenga la valentía de respetar más a su pueblo que a la acción y la amenaza de los enemigos de su pueblo’».

El hombre aparece en la persona del representante socialista Rafael Arrillaga Torréns, un eminente médico, escritor y filósofo añasqueño de comprobada probidad, decidido a votar a partir de entonces con arreglo a su conciencia y según cada proyecto sirva bien o no a Puerto Rico. Con su voto y el del unificacionista Rodríguez Pacheco se logra aprobar el presupuesto. Arrillaga Torréns ha de ser protagonista de otro escenario histórico en la Cámara. Durante la sesión de 1943 la Cámara produce un proyecto según el cual a las compañías gasolineras que reexporten el producto se les devolvería el impuesto de aduana que hubieran pagado al importarla y el cual ingresaba al erario local. Se trata de una medida de guerra avalada por la ley Jones en cuyo artículo 9 se establece que «todos los impuestos que se recauden con arreglo a las leyes de rentas internas de los Estados Unidos sobre artículos producidos en Puerto Rico y transportados a Estados Unidos o consumidos en la Isla ingresarán en el tesoro de Puerto Rico». Pero Muñoz lanza la fuerte acusación de que la legislación constituye una «monstruosa conspiración». La acusación, utilizada efectivamente por la oposición, se refleja en el speaker Quiñones, por haber sido éste, antes de incursionar en la política, abogado de la gasolinera Shell. La denuncia de Muñoz y las suspicacias que ésta produce dan rienda a una larga y agitada investigación. En medio de la misma Muñoz se percata de su ligereza al hacer la imputación y en consecuencia aprueba – como presidente de la comisión investigadora del asunto – un informe absolutorio. Más adelante, dice Muñoz: «Mi denuncia fue un error y una complicación más en la tormentosa brega… La devolución de aquellas contribuciones era justa… quedé convicto de ligereza de juicio que sólo mi pasión por restablecer una absoluta integridad en la vida pública podría explicar». Sin embargo, hay un informe de minoría de los coalicionistas en el cual se establece que Quiñones no debe continuar en la presidencia de la Cámara. Arrillaga Torréns, en el descargo de su honesta convicción, une su voto a los de los coalicionistas y ante la abstención de Quiñones el informe minoritario se convierte en mayoritario. Con los votos coalicionistas y dos de los tres unificacionistas se declaran vacantes la presidencia, la vicepresidencia y la secretaría de la Cámara. Simultáneamente se elige a Arrillaga Torréns como speaker, al unificacionista Reguero como vicepresidente y a Luis Archilla Laugier, como secretario. Al año siguiente, en el transcurso de la sesión legislativa, 17 coalicionistas y los tres unificacionistas se unen para volver a declarar vacante la presidencia cameral, al acusar a Arrillaga Torréns de estar colaborando excesivamente con el Partido Popular. Rodríguez Pacheco es elegido speaker. Concluye el cuatrienio y aún existe una seria desestabilización organizacional en la Cámara, lo que sin embargo no detiene la aprobación de la legislación impulsada por el Partido Popular Democrático.

Regresamos al año 1941. El 6 de julio, la Isla se conmueve con el fallecimiento de Rafael Martínez Nadal. El liderato político, la prensa y representantes de todas las esferas de la vida pública hacen elogio de las dotes del gran líder estadista siempre interesado en manifestar y evidenciar su profunda puertorriqueñidad. Sobre este particular, vale reproducir un fragmento de la entrevista que el periodista Teófilo Maldonado hace a Martínez Nadal en el año 1935, y reproduce en su libro Hombres de Primera Plana (p. 75):

«Yo soy tan puertorriqueño como el que más sienta el puertorriqueñismo en nuestra tierra. Me crié en una finca de café, en el corazón de la montaña de Maricao, y estuve junto al jíbaro cerca de doce años de mi infancia, me gustan todas las cosas puertorriqueñas: la música, el manjar blanco, los gallos – mi deporte favorito –, y mi idioma y nuestras tradiciones que amo con todas las fuerzas de mi espíritu. Estoy absolutamente convencido de que todas estas tradiciones, lenguajes y características espirituales de la raza pueden ser conservadas y perpetuadas en la vida de nuestro pueblo, si es que de corazón nos proponemos conservar este tesoro inapreciable de nuestra cultura social…

Me decidí por la fórmula de Estado para Puerto Rico, porque entendí que con ella aseguramos libertad para nuestro pueblo y estaremos en mejor condición para procurar la felicidad y el bienestar de nuestros hermanos, sin poner en riesgo por la misma adquisición de nuestra propia soberanía, nuestro idioma, nuestra religión, nuestras tradiciones y características, si es que verdaderamente en el corazón de este pueblo existe, como en el mío, un culto devoto a todo esto que es blasón y orgullo de nuestra raza».

Con la muerte de Martínez Nadal desaparece la cosecha de varios de los más importantes y abnegados hombres públicos del Puerto Rico de estos tiempos: Baldorioty, Muñoz Rivera, De Diego, Barbosa, Barceló, Iglesias y Martínez Nadal, con sus respectivas consecuencias sobre sus movimientos y partidos.

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