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Un espiritu histórico no puede tener dudas de que ha llegado el momento de la resurrección del pasado, de la afirmación del presente y la esperanza del futuro. Esto es parte de ello.
Nacionalismo revolucionario puertorriqueño: reflexiones

Nacionalismo revolucionario puertorriqueño: reflexiones

Mario R. Cancel Sepúlveda– El libro Nacionalismo revolucionario puertorriqueño (2006) de Michael González-Cruz, representa una excelente aportación a la historiografía de las izquierdas. El tema del papel táctico y estratégico de la lucha armada en las luchas políticas y sociales no es común. La discusión de estos asuntos está siempre mediada por la postura del emisor pero, a fin de cuentas, esa es una característica de todo discurso. El lector corriente y el profesional tienen que ser muy críticos a la hora de enjuiciar los mismos.
La premisa de González-Cruz es que el nacionalismo revolucionario ha sido el elemento unificador de las resistencias políticas más emblemáticas de los siglos 19 y 20. La codificación nacionalismo revolucionario implica que hay otro nacionalismo que no lo es y que a veces se identifica con lo que Pedro Albizu Campos llamó nacionalismo ateneísta en 1930, y Luis Muñoz Marín nacionalismo malo en la Conferencias Godkin de 1959. Albizu Campos se refería a la tradición de José de Diego y su definición incluiría al nacionalismo cultural de la tradición populista actual. Muñoz aludía de manera directa al albizuismo.
González-Cruz establece una propuesta interpretativa en tres etapas. Una primera fase decimonónica que voy a llamar separatismo revolucionario la cual gira alrededor de la revolución de 1868 pero incluye violencia de 1897 y 1898 durante la invasión de Estados Unidos. Prosigue una segunda fase que llamaré nacionalista revolucionaria que gira alrededor de las actividades del Partido Nacionalista entre 1933 y 1954. Se trata de la experiencia que Muñoz Marín pretendió relacionar con el franquismo y el fascismo italiano y alemán.
Y una tercera fase a la que me referiré como de izquierda revolucionaria que se inicia en los años 1960 y está asociada a los grupos armados y al movimiento de liberación nacional. Ese proyecto creció alrededor del anticolonialismo tercermundista y la ideología jurídica de la autodeterminación. En aquella fase convergió una variedad de artefactos ideológicos de la ilustración por la vía del nacionalismo liberal; y socialistas en la tradición del “Socialismo en un Solo País” de José Stalin. La izquierda revolucionaria del 1960 creció influida por el retroceso de la tradición liberal y democrática ante el nacionalismo de derecha de la Segunda Guerra Mundial. Gonzalez-Cruz es uno de los pocos autores que no denomina como socialistas o marxistas las prácticas discursivas de aquella época y que solo lo fueron de manera parcial.
Visto a la distancia aquella izquierda revolucionaria y la experiencia del 1968, fueron la mejor expresión del anticolonialismo y la autodeterminación. Pero, como se sabe, ambas eran doctrinas del fin de la Primera Guerra vinculadas al pensamiento leninista y wilsoniano que la Segunda Posguerra afirmó. Despojar a los europeos de sus posesiones en el mundo era un medio de colocar aquellos mercados a expensas del poder soviético o americano. Esas dos potencias aprendieron a convivir de manera pacífica en la época de la Guerra Fría. Las virtudes de la descolonización no niegan que ella fue la embocadura del neocolonialismo.
La utilidad de una revisión por etapas es que el procedimiento faculta la apropiación comparativa de momentos distantes en el tiempo. La metodología facilita la determinación de las correspondencias o elementos comunes y de diferendos o contradicciones entre los mismos. Pero la revisión por etapas también plantea problemas. En muchas ocasiones el método fuerza al investigador a homogeneizar lo que de otro modo sería heterogéneo. A menudo se evaden los matices y contrastes entre etapas e incluso dentro de una etapa. El procedimiento puede convertirse en un “Lecho de Procusto” al cual hay que acomodar la información podando elementos contrapuestos.
Los libros me gustan cuando me ponen a pensar. Cuando puedo establecer un diálogo con ellos. Nacionalismo revolucionario puertorriqueño consigue esa meta y sé que la conseguirá con otros lectores. La tesis de González-Cruz establece el nacionalismo revolucionario como el rasgo común a las tres etapas. En los tres casos la misión fue crearle una crisis al poder dominante como paso inicial a la ejecución de sus fines estratégicos. Mi lectura me condujo a tratar de establecer los parámetros de la heterogeneidad entre fases porque reconozco que el nacionalismo revolucionario no es un discurso uniforme. El reconocimiento de esa heterogeneidad puede ofrecer unas pistas respecto a hacia dónde se dirige después de 2005.
El separatismo revolucionario del siglo 19 que modela González-Cruz fue un movimiento anti-clerical y en ocasiones anticatólico, de fuertes raíces ilustradas y racionalistas con componentes irracionalistas románticos. Se caracterizó porque se expresó primero en las luchas públicas y terminó combinándolas con las clandestinas. Aquella presencia pública estaba garantizada por el hecho de que sus cuadros principales provenían de los sectores potentados, educados y privilegiados. Su meta era una guerra nacional estimulada por pequeños núcleos o elites, gestión que necesitaba del apoyo de una invasión militar con respaldo internacional. El proyecto anticolonial era un proyecto antiespañol que conducía a la independencia en algunos casos. En otros pensó en la integración de Puerto Rico a México o Gran Colombia o a Estados Unidos. Su discurso nacionalista fue afrancesado, recogía influencias de la democracia radical y el jacobinismo, y coincidía con la discursividad de de Renan. En ese marco González – Cruz incluye las luchas sociales de las “Partidas Sediciosas” 1898.
Sin embargo, esa definición excluye otros espacios de la violencia política del siglo 19 tales como las sociedades incendiarias y las sociedades abolicionistas, el abolicionismo afropuertorriqueño monarquista y republicano, las conspiraciones militares de 1838 y 1866, y las luchas económicas del boicott de1887. El hecho de que el estado español identificara aquellos movimientos como separatistas revolucionarios, abre las puertas para indagar las formas en que el separatismo aprovechó espacios diversos de resistencia de manera original.
La fase nacionalista revolucionaria que el autor ubica entre 1933 y 1954, fue pro-clerical y pro-católica en la cúpula, y flexible con otros cristianos y no cristianos. Pero la ideología dominante percibía el cristianismo como un valor intrínseco de la nación en el modelo irlandés. Aquel nacionalismo revolucionario mostró un fuerte componente alemán en la medida en que afirmó, a la manera de Herder y los ideólogos de la generación del 1930 en Puerto Rico, el papel protagónico del medioambiente y la geografía como factor crucial del volkgeist o el espíritu nacional. Su discurso público estuvo dominado por el irracionalismo de raíces románticas, combinado con un pensamiento jurídico legalista bien estructurado que se expresó en luchas públicas, diplomáticas e internacionales.
Por último, sus milicias se organizaron sobre la base del deber, el honor y el sexismo. Los “Cadetes de la República” y el “Cuerpo de Enfermeras,” un dístico equivalente a lo “Maestros Masones” y las “Estrellas de Oriente,” eran entidades que se exhibían desarmados ante el pueblo. Las Enfermeras se configuraron en la tradición de la Cruz Roja Internacional como un cuerpo humanitario, no militar. El entrenamiento militar que recibían era defensivo, no ofensivo y constituían un ejército de infantería que en 1950 todavía no tenía capacidad militar para enfrentar un tanque. Las bombas tipo niple no eran comunes en el arsenal de los insurrectos del 1950 de acuerdo con los informes policíacos. Para aquellos soldados sacrificar la vida por la causa era más importante que preservarla para hacer la revolución. El clandestinaje no era compatible con un ejército que desfilaba ante la policía armada como se hizo en Marzo de 1937 en Ponce. Sus objetivos fueron signos del poder público extranjero (correos, dignatarios), objetivos para buscar abastos militares (cuarteles de la policía, arsenales) o nervios del sistema (telegrafía y telefonía). En términos de ideas, los nacionalistas revolucionarios tomaron distancia de la tradición del 1868. Las alusiones son pocas y, en general, prefirieron la tradición militar de la generación bolivariana que los civiles armados de 1868, 1897 o 1898.
En la izquierda revolucionaria posterior al 1960 la cuestión del clericalismo ha perdido importancia. La presencia pública se articuló acorde con la evolución de los media y la información. La finalidad de aquellos grupos fue ejercer una presión militar selectiva y esporádica desde el clandestinaje y proteger la integridad de los grupos de la penetración y la represión policial y federal. Los espacios de expresión evolucionaron de la guerrilla rural filiada a Guevara, Mao y Ho Chi Minh, como es el caso del MAPA (1960); hacia la experiencia de la guerrilla urbana elaborada sobre la O.L.P. (1964). Sus objetivos originales fueron signos de poder económico (centros de consumo esclavizante, comercios, hoteles y empresas) como es el caso de los CAL (1963). Se trata de una de las fases más interesantes que prefigura los objetivos de la lucha armada en la era de la globalización y macdonalización de la economía. Pero de inmediato derivó hacia los signos de poder militar y financiero (bases, edificios federales, la banca) como ocurre con el PRTP-EPB (1978), y la lucha comunal según la experiencia de la FALN (1974). El análisis de la evolución de los patrones tácticos a la luz de la crisis económica internacional de 1971 y 1973 es crucial. Con ello se puede demostrar que no se trató de una rebeldía vacía de contenido sino de la repuesta a un momento de crisis.
El elemento en común o hilo conductor entre las tres etapas es el recurso a la violencia, la clandestinización de los rebeldes y el establecimiento de relaciones con la sociedad civil por medio de un discurso que afirma que los grupos armados traducen las aspiraciones del pueblo. Como se sabe entre 1975 y 1985 una razzia barrió buena parte de los grupos armados internacionales nacidos de la crisis de estagflación iniciada en 1971. Ese fue el caso de la “Fracción del Ejército Rojo Alemán-Baader-Meinhof” y de las “Brigadas Rojas” de Italia. Los arrestos de 1985 y 1986 que lastimaron al EPB-M y a la FALN fueron parte de aquel ciclo.
Para la discusión de la situación de independentismo hoy, Nacionalismo revolucionario puertorriqueño de Michael González-Cruz puede ser crucial. No se trata de la institución de un monumento sobre el cual pernocten las palomas. Se trata de un debate serio en el momento en que se necesita.

Comentario sobre libro: Michael González-Cruz. Nacionalismo revolucionario puertorriqueño. La lucha armada, intelectuales y prisioneros políticos y de guerra. San Juan / Santo Domingo: Isla Negra editores, 2006. 168 págs.

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