Lionel Valentín
Publicación autorizada por Lionel Valentín Calderón, artista, escritor y Siervo del Señor.
Hace ciento veintiocho años, un nutrido grupo de patriotas, perdida la esperanza de lograr por vías pacíficas un cambio en la situación política que sufría el país y actuando bajo la inspiración ideológica del prócer Don Ramón Emeterio Betánces, se levantó en armas contra el gobiemo español para rescatar nuestra soberanía nacional y proclamar la independencia de Puerto Rico. En las montañas de Lares y San Sebastián resonó el grito de “Patria y Libertad” ideales porque ofrendaron heróicamente sus vidas varios de los patriotas.
Existen muchos mitos populares con relación a la participación pepiniana en el Grito de Lares que, indiscutiblemente, hay que comenzar a eliminar. En primera instancia se hace imperativo establecer que los pepinianos fueron parte valiosísima dentro de todo el plan de sublevación para que se lograra la independencia de Puerto Rico bajo el régimen colonial español en el Siglo XIX. Además, los pepinianos demostraron gran gallardía revolucionaria durante y después de la lucha desatada en el pueblo del Pepino, ese recordado 24 de septiembre de 1868.
Cuando los revolucionarios recibieron la orden de retirada, luego de aceptar que les sería imposible por el momento tomar el pueblo, el pepiniano Venancio Román quedó atrapado ante el fuego de las milicias españolas. En vez de rendirse y dejarse apresar decidió batirse con el enemigo y dejar la siguiente frase para la historia: “yo he venido a pelear, no he venido a huir…! Viva la libertad de Puerto Rico!”
Otro pepiniano, Casto Santiago, también murió en la batalla desarrollada en la plaza. Como resultado de los hechos del Grito murieron en combate cuatro revolucionarios, seis heridos y siete prisioneros.
La situación no fue tan sencilla. El gobierno español desató una incansable persecución contra todo aquel que participó en el Grito, arrojando un saldo de cuatro muertes adicionales y 551 encarcelamientos.
No hubo compasión con los prisioneros. Algunos fueron torturados y vejados, otros, a consecuencia de un discriminado hacinamiento, murieron de fiebre amarilla. El número sobrepasa los 80. Sin embargo, algunos datos históricos arrojarán una cifra mayor de la centena. Este hecho no puede pasar desapercibido ya que arroja que es e1 Grito de Lares la razón política que más muertes ha causado directamente en suelo patrio.
El régimen español en Puerto Rico estaba decidido a eliminar todo vestigio revolucionario. Siguiendo esta misión penetró cuanto rincón le creaba sospecha. Es así que deciden invadir el hogar de los Méndez en e1 barrio Hato Arriba. Se topan con la esposa de Francisco José Méndez, quien junto a sus hijos estaba comprometido con la lucha de la independencia puertorriqueña. Doña Ana Martínez Pumarejo respondió tácitamente: “Mi esposo y mis hijos están en la revolución; búsquenlos allí; ya que no pueden hallarlos en las faldas de las mujeres”
Este valor y compromiso pepiniano hacia la revolución puertorriqueña no fue nada fortuito ni extempóreo. Documentos oficiales del régimen español ubican a Pepino como uno de los principales pueblos de la zona oeste donde desde años antes del Grito ya se estaba conflagrando para hacer la revolución. En Pepino, además de arengarse para la libertad patria tabién se fabricaban balas, labor que le correspondió a José Tirado Extremera, y se fundó una de las más importantes juntas revolucionarias.
Evidencia de la participación pepiniana son las estadísticas de los arrestados vinculados a la gesta, el 8% de éstos residían en Pepino, cifra solo superada por el 31% de los lareños y el 29% de los mayagüezanos. Sin embargo el por ciento mayor de los arrestados había nacido en Pepino, cantidad que superó a Mayagüez y Lares.
La Guerra Hispanoamericana, señala una época memorable para España, los Estados Unidos y Puerto Rico. Como resultado de ella, la bandera que Colón y sus compañeros pasearan por el Nuevo Mundo se ocultó, como se oculta un sol de oro, tras los celajes de Occidente. Para Puerro Rico la campaña que narramos representa un cambio de soberanía, una nueva ruta a seguir, un nuevo horizonte que explora, un fardo tremendo de deberes y responsabilidades.
La guerra de los Estados Unidos con España fue breve. Sus resultados fueron nuy grandes, sorprendentes y de importancia mundial.
El 13 de agosto de 1898, a las once de la mañana, se oyeron en la población de San Sebastián estampidos de cañones, y más tarde ruido de fusilería; eran los ecos del combate que se estaba librando a orillas del Río Guacio —hoy Río Grande— entre las tropas españolas y las norteamericanas. Poco después llegaron algunos campesinos informando que tropas españolas habían vadeado el río, con dirección a Lares; pero que una parte de la retaguardia, que permanecía en la margen izquierda, era atacada por artillería americana desde la loma de la Maravilla.
Inmediatamente el Alcalde, Don Manuel Rodríguez Cabrero, dispuso que los Doctores Miguel Rodríguez Cancio y José A. Franco Soto, ambos pertenecientes a la Cruz Roja de la localidad, marchasen con toda urgencia al lugar del combate, provistos de sus botiquines y ostentando las insignias de dicha institución, al mismo tiempo tomó otras medidas necesarias y movilizó todo el material hospitalario de que disponían, en previsión de que llegasen heridos al pueblo.
San Sebastián estaba guarnecido por una compañía de voluntarios al mando del capitán Arocena, fuerza que permaneció inactiva, tal vez por carecer de instrucciones.
Los doctores mencionados, a caballo y con sus botiquines de campaña, marcharon hacia el lugar de la acción por un camino vecinal llamado Calabazas, y sin encontrar fuerza armada alguna, llegaron al vado de Zapata, cruzaron el río y subieron por la margen opuesta hasta una pequeña casa propiedad de Gerardo González, donde con gran sorpresa, encontraron el teniente coronel Osés, al segundo teniente Lucas Hernández, a un sargento y varios soldados españoles. El primero adelatándose, se manifestó al Dr. José A. Franco —de quien era amigo— lo difícil de la situación, a causa de los graves acontecimientos desarrollados poco antes, y también por encontrarse muy enfermo y con fiebre. Los doctores Franco y Cancio le ofrecieron sus servicios, y el Doctor Cancio trayéndolo a lugar apartado le manifestó que estaba dispuesto, y lo mismo su compañero, a conducirles a él y a todos sus soldados a un lugar seguro y al otro lado del río; añadió que era muy práctico por aquellos caminos, como lo probaba el haber llgado allí sin ser notado por las tropas enemigas. Osés contestó que no deseaba marcharse, porque sentía agotadas sus fuerzas físicas a causa de la fiebre y el cansancio, a lo cual arguyó su interlocutor ofreciéndole su caballo, pero como aquel jefe opusiese la más tenaz negativa no se volvió a hablar del asunto.
Como alguien dijera a dicho facultativo que en paraje no distante había un artillero español, gravemente herido, abandonaron la casa de González para ir en su busca. Entonces, el teniente coronel Osés les recomendó que se avistasen con los soldados enemigos, avisándoles de su presencia en aquel sitio y que deseaba rendirse con todos los que le acompañaban, pero aquellos resolvieron no hacer nada por creer contrario a sus funciones de neutralidad en la Cruz Roja el desempeñar tal comisión.
A poco rato, y al volver de una vereda, fueron detenidos por una avanzada de americanos, quienes apuntándoles con sus fusiles les dieron el alto, pero como observaron las insignias de la Cruz Roja, bajaron sus armas, y todos juntos siguieron adelante hasta dar con el artillero. Yacía éste en tierra, herido mortalmente de un balazo en el vientre, y a grandes voces se quejaba diciendo ¡Ay, mi madre! ¿Qué culpa tendré yo de todo ésto?
Los facultativos utilizando un botiquín de la columna española que encontraron junto a un mulo muerto en el campo, procedieron a la cura de primera intención, entonces uno de los regulares americanos, el cual mostraba gran pena al escuchar las lamentaciones de aquel compañero y enemigo suyo, se despojó de todos sus arreos militares, tendiéndose sobre las guijas del campo, indicó por señas a los médicos que colocasen al artillero sobre su persona, a fin de que pudiese ser curado con mayores facilidades; así se hizo. Y el pobre muchacho, quien falleció más tarde, sintió calmados sus dolores, merced a la asistencia facultativa de dos miembros de la Cruz Roja y al noble y generoso comportamiento de aquel otro soldado adversario.
En estos momentos apareció un grupo de soldados españoles con un sargento, llevando éste un pañuelo blanco amarrado a la bayoneta de su Máuser. Los americanos corrieron a las armas, creyendo que se trataba de una función de guerra, pero al ver la señal de parlamento, adoptaron actitud más pacífica, y como al mismo tiempo llegase Eduardo Lugo Viña, jefe de los exploradores del general Schwan, pudieron entenderse unos y otros. El sargento y soldados, quienes eran del batallón Alfonso XIII, sin quitarles sus fusiles y municiones, fueron enviados hacia adelante en busca de las avanzadas americanas, guiados por algunos regulares también americanos.
Lugo Viña siguió hacia la casa de Gerardo González, y media hora más tarde, cuando ambos doctores regresaban hacia el Río Guacio y al pasar por dicha casa, pudieron ver allí amigablemente sentados a una mesa y haciendo los honores a una gran cazuela de arroz con pollo, al teniente coronel Osés, a Lugo Viñas, al teniente Hernández y al dueño de la casa. Como les chocase la escena, uno de ellos preguntó a Osés por su estado de salud y éste les contestó que ya estaba más aliviado.
Los Doctores Franco y Cancio regresaron a San Sebastián sin incidente alguno, dando cuenta de todos los sucesos al Alcalde Rodríguez Cabrero, quien al saber el final del combate de Guacio, y también que las tropas españolas en su retirada habían seguido para Lares, suspendió todos los preparativos, y aquella misma noche envió al general Macías un largo informe telegráfico, incluyendo en é1 cuanto le habían manifestado los dos miembros de la Cruz Roja.
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