Joaquín Viloria De la Hoz -El escritor mexicano Carlos Fuentes cuenta que cuando visitó con Gabriel García Márquez el Museo de Antropología de México, el escritor colombiano se quedó contemplando por varios minutos los monumentos en piedra y luego sentenció: “ya entendí a México”. Por mi parte, en sólo diez días de permanencia en Puerto Rico no pretendo haber entendido el espíritu del pueblo boricua; ni siquiera hacer una descripción del Viejo San Juan. Las notas que presento en este artículo no son producto de un trabajo académico riguroso. Más bien, están escritas en tono menor para los no especialistas, producto de lasobservaciones que logré captar durante algunos días en San Juan y otras poblaciones menores de la isla, así como de las extensas conversaciones con intelectuales puertorriqueños y caribeñólogos1. Por lo anterior, no tiene referencias bibliográficas. En este sentido, el escrito no está dirigido a aquellos estudiosos del Caribe, muchos de ellos amigos y conocidos, quienes llevan décadas recorriendo, estudiando y escribiendo desde diversos aspectos sobre esta Gran Cuenca, a veces insondable.
Puerto Rico es la más pequeña de las Antillas Mayores, con una extensión cercana a los 9.500 kilómetros cuadrados. Lo anterior nos indica que territorialmente esta isla cabe cerca de 12 veces en Cuba y 14 veces en la región Caribe colombiana. El solo departamento de Sucre, en Colombia, tiene un tamaño similar al de la isla.
Puerto Rico ha tenido una historia particular que en muchos aspectos se diferencia de las otras islas mayores y menores de la Cuenca del Caribe. Al igual que Cuba y las Filipinas, el dominio colonial español se extendió hasta finales del siglo XIX, cuando Estados Unidos militarmente para expulsar a España de sus últimas colonias en el Caribe y el Pacífico. Pero a diferencia de los otros dos países que un tiempo después lograron su independencia, Puerto Rico se ha mantenido ligada política y militarmente a Estados Unidos hasta nuestros días, motivo de crítica por parte de algunos y de envidia por otros.
Puerto Rico nos recuerda que no hay un Caribe, sino múltiples Caribes que se pueden analizar desde lo lingüístico, étnico, histórico, político o económico para solo citar algunas variables. El Caribe se extiende por toda la Gran Cuenca y por aquellos países donde hay una fuerte presencia de caribeños. Las diferencias originadas por asuntos lingüísticos o étnicos han sido estudiadas con bastante profundidad desde hace décadas, centrándose eso sí en las lenguas de origen europeo (español, inglés, francés y holandés). Pero también hay un Caribe de lenguas indígenas en Colombia, México, Venezuela, Panamá y todo Centroamérica, además de lenguas de múltiples influencias como el creole y papiamento, y una población muy diversa: negros, blancos, indios, hindúes, árabes, judíos y un porcentaje considerable de población que es producto del mestizaje de todos los anteriores: mestizos de todos los colores.
En lo económico hay diversos caribes desde la producción de caña, tabaco, banano,comercio, turismo o “jineterismo”. Lo histórico-político se puede analizar desde el colonialismo, el neocolonialismo, las monarquías criollas fracasadas, el socialismo, “las repúblicas pobres y las colonias ricas”, entre otros.
El Gran Caribe no sólo son las Antillas como algunos reduccionistas quieren hacerlo ver, si no que es un región mucho más grande que abarca, además de las islas, el sur de los Estados Unidos, Golfo de México, partes de Centroamérica, Colombia y Venezuela, las Guayanas y nordeste de Brasil. Pero también la diáspora ha llevado parte del Caribe a otros territorios en Estados Unidos, Canadá y las antiguas metrópolis coloniales europeas. De hecho, hay un elevado número de migrantes de Puerto Rico hacia los Estados Unidos, llegándose a contabilizar más de cuatro millones de personas de origen puertorriqueño enese país, un poco más de las que viven en la isla. Casos similares, aunque en menor proporción, ocurre con los emigrados cubanos, dominicanos, haitianos y colombianos, entre otros. También se constata una continua emigración dominicana hacia Puerto Rico, quienes han revivido viejas tradiciones como la sastrería, la zapatería e incluso platos típicos como el mangú de plátano verde; este último similar al cayeye y al cabeza de gato, platillos autóctonos del Caribe colombiano.
La presencia norteamericana en Puerto Rico por más de un siglo ha llevado a cambios notorios en la economía, en el paisaje y en la cultura boricua. Para empezar, les recomendaría no viajar a la isla esperando encontrar los típicos cultivos caribeños de tabaco, caña de azúcar o banano. Estos sólo quedan en los libros de historia o en canciones antiguas de la bomba y plena puertorriqueña. Los norteamericanos llegaron para quedarse en 1898, y a partir de ese momento, impulsaron los cultivos de caña y la fabricación de azúcar, pero en cambio dejaron marchitar los cultivos de tabaco. El escaso tabaco que se cultiva hoy en día se hace en cantidades menores en algunos pueblos interiores de la cordillera Central, por lo que los pocos fabricantes de “puros” se ven en la necesidad de importar la hoja de Indonesia, la antigua colonia holandesa de Java y Sumatra que incursionó y revolucionó el mercado mundial del tabaco en la segunda mitad del siglo XIX.
Como anécdota puedo contar que visité el pequeño Museo del Tabaco en Caguas con dos estudiosos del tema. Allí, en plena “Ruta del Corazón Criollo”, como han bautizado el recorrido por los diferentes museos de la ciudad, nos encontramos con unos torcedores de avanzada edad que adelantaban el proceso de elaboración de puros como si estuvieran haciendo picadura para pipa. En dialogo con la más anciana de las torcedoras nos dijo que había trabajado en los cultivos de tabaco en Connecticut, Estados Unidos, pero nunca hizo referencia a que tuviera experiencia en la elaboración de tabacos. Mi amiga inglesa experta en tabaco sentenció: “A los puertorriqueños se les olvidó torcer los puros. Si los torcedores cubanos ven esta práctica pueden entrar en shock”. En Comerío, antiguo emporio tabacalero hasta la década de 1950, no queda una sola planta de tabaco.
El proceso de industrialización y urbanización vivido por la isla desde mediados del siglo XX, llevó a que se abandonaran los cultivos de caña que se habían expandido luego de la invasión norteamericana. Ahora, en la primera década del siglo XXI, se observa un rápido crecimiento de las cadenas norteamericanas de todo tipo. Es así como las cadenas Walgreens, Walmart y Costco se extendieron por todo el país, arrasando a su paso las tiendas y pequeñas farmacias de barrios y pueblos. Estas cadenas norteamericanas llegan no sólo con su mercancía, sino con una agresiva publicidad exclusivamente en inglés.
En fin, Puerto Rico es una isla caribeña sin caña, sin tabaco y sin guayabera, con escasa práctica de la santería y un retroceso considerable entre los aficionados al beisbol y los amantes de la salsa. A diferencia de las demás Antillas, su población es mayoritariamente blanca, de origen español, mientras la población de origen afro es minoritaria. En todas las islas del Caribe la población aborigen desapareció, aunque estudios genéticos recientes (mitocondrial) practicado a mujeres puertorriqueñas señalan que estas tienen un fuerte componente genético de los indígenas tainos. Hoy se escucha más en Colombia a los salseros puertorriqueños Gilberto Santa Rosa o Maelo Ruiz que en su propia tierra. También comprobé que la prenda masculina por excelencia del Caribe, la guayabera, ya casi nadie la viste al estar pasada de moda. Pero si unas prácticas retroceden, otras ganan terreno.
Es así como crecen los seguidores de las iglesias protestantes, del baloncesto, del reggaeton y de las peleas de gallo. Con la llegada de las tropas norteamericanas, también llegaron los evangelizadores protestantes, quienes rápidamente se distribuyeron la isla entre las diferentes iglesias y a principios del siglo XXI todo parece indicar que son mayoritarios. Si esto fuera cierto, Puerto Rico sería el único país o territorio de origen latino de mayoría protestante. Puerto Rico sigue siendo un territorio musical por excelencia, como lo fue en décadas anteriores con sus salseros que desde la isla y Nueva York colonizaron todo el continente americano. La salsa fue remplazada por el reggaeton, un nuevo ritmo nacido en Panamá en la década de 1980 de la mano de los músicos panameños de origen jamaiquino (los yumecas), quienes lo denominaron reggae en español. En la década siguiente pasó a Puerto Rico, consolidándose en las barriadas populares y en donde se le dio la denominación de reggaeton, ahora también con influencias del rap.
En la actualidad, el reggaetón es un género extendido por toda América Latina, así como por el mundo latino de los Estados Unidos y Europa. El idioma también tiene una particularidad en Puerto Rico. Los puertorriqueños hablan español, pero en los sitios públicos casi todo está escrito en inglés y muchos de sus artistas cambian sus nombres castizos por otros con acento anglosajón: es así como Enrique Martín Morales se convirtió en Ricky Martin, Elmer Figueroa Arce en Chayanne, Marco Antonio Muñiz en Mark Anthony y Raymond Ayala en Daddy Yankee, entre muchos otros. En este aspecto me parece más genuino el nombre de viejos grupos de salsa como el Gran Combo de Puerto Rico o la Sonora Ponceña, así como el de la agrupación Calle 13 y el de su cantante, Residente. En medio de la penetración idiomática anglosajona, todavía queda un pequeño reducto del idioma reservado al “dialecto boricua”. Es así como a las naranjas las denominan chinas; a los buses, guaguas; y a las mariamulatas, chango, mientras la sonoridad de la letra r la cambian por la suavidad de la l, de ahí que la Isla del Encanto se llame popularmente “Puelto Rico”.
Del reino animal quiero referirme a tres especímenes: el chango, el coquí y la iguana. El chango es un ave de color negro intenso, también conocida como “mozambique”, muy presente en la pintura y la literatura puertorriqueña. Por su parte, el coquí es el nombre onomatopéyico de una rana diminuta que durante todo el tiempo emite su croar (coquí, coquí, coquí), convertido en el símbolo nacional de Puerto Rico.
Como anécdota se cuenta que unos puertorriqueños la llevaron de mascota a Hawái y ahora el coquí ha invadido con su croar estas islas del Pacífico, lo que tiene desesperado a los nativos. Por mi parte pude constatar que los coquíes están instalados en el patio de uno de los hoteles más emblemáticos del centro histórico de Cartagena de Indias, y su importación ha sido criticada por varios residentes de la ciudad.
Como las historias son en doble vía, sucedió lo mismo con las iguanas, pero al revés: al parecer unos residentes suramericanos trajeron para sus hijos unas iguanas recién nacidas como mascotas, pero al verlas crecer y notar que podían morder o azotar a los niños con la cola, decidieron dejarlas en el parque más cercano. Hoy en día, los puertorriqueños se quejan de la invasión de iguanas y las observan con temor, como si fueran diminutos dinosaurios agresivos.
Como caribeño-colombiano puedo decirles que las iguanas no son agresivas, pero no se deben tener en casa como mascotas, son vegetarianas y en Colombia están en peligro de extinción, ya que las hembras son cazadas para sacarles los huevos y los machos o caporos para preparar diversos platos con su carne. Cuando los puertorriqueños empiecen a degustar estos platos dentro de algunos años, de seguro la autoridad ambiental prohibirá la caza indiscriminada de iguanas. Estas aves y reptiles se encuentran por toda la isla, pero en los pueblos del interior se observan con mayor frecuencia y es allá donde se puede palpar el otro Puerto Rico. Por eso, es recomendable salir de San Juan y conocer poblaciones como Caguas, Jayuya y Comerío, tres de esas pequeñas ciudades que se deberían visitar, para hacerse una idea más completa y compleja de Puerto Rico, más allá de los majestuosos centros comerciales y cruceros que dominan gran parte de la vida sanjuanera.
En Caguas, pequeña ciudad donde late el “corazón criollo” (ese es su lema), su alcalde, hace poco fallecido, construyó ocho museos, un centro de bellas artes, un archivo histórico y una biblioteca pública. Esta clase de inversiones en proyectos culturales debería ser ejemplo para la mayoría de ciudades colombianas y del Caribe en general. Por ejemplo, en Santa Marta ningún museo es regentado por la Alcaldía, mientras el Archivo Histórico del Magdalena Grande pertenece a la Gobernación del Magdalena, pero está abandonado a su propia suerte desde hace varios años.
Jayuya es un municipio cafetero, ubicado en el corazón de la cordillera Central, cuya cabecera municipal está a unos 800 metros sobre el nivel del mar. En esta pequeña ciudad se originó en 1950 un movimiento revolucionario que fue rápidamente sofocado, en donde el Partido Nacionalista proclamó la República de Puerto Rico, acto conocido como el grito de Jayuya. Blanca Canales, líder del movimiento, es la heroína del lugar y del movimiento independentista puertorriqueño. En Caguas, Jayuya o Comerío uno puede observar algo de ese Puerto Rico profundo, criollo y pueblerino, muy difícil de identificar en la capital.
En el plano político y económico, Puerto Rico forma parte de los Estados Unidos. En 1952, ante la inconformidad de un grupo de políticos e intelectuales puertorriqueños por lasituación colonial de la isla ante Estados Unidos, se planteó la modalidad que se denominó “Estado Libre Asociado” (ELA). Es un modelo raro y ambiguo: son norteamericanos, pero a la vez no lo son, pues no votan en las elecciones de Estados Unidos, ni eligen senadores o representantes, pero son éstos los que aprueban las leyes que luego deben cumplirse en Puerto Rico. Los puertorriqueños que critican el sistema dicen que la isla no es un Estado, que no son libres y que no están asociados si no anexados. Esta figura, criticada por los nacionalistas puertorriqueños y por la izquierda latinoamericana, es apetecida por algunos políticos y ciudadanos del Caribe y Centroamérica, en donde incluso han hecho consultas populares sobre el tema y en uno de los países ganó el “sí” al ELA.
Al tener el status de ELA, en Puerto Rico se aplican los estándares norteamericanos de pobreza, por lo que se calcula que la mitad de la población isleña tiene derecho al subsidio que ofrece el gobierno federal. Lo que se observa en la actualidad, desde los sectores académicos y algunos políticos, es que en Puerto Rico se está redescubriendo la pobreza y no sólo desde los estándares norteamericanos. Así las cosas, se hace necesario emprender estudios que midan la pobreza, a nivel de regiones, con otros indicadores como el de Necesidades Básicas Insatisfechas (NBI) o Índice de Calidad de Vida (ICV), como se viene aplicando en Colombia de tiempo atrás.
Los defensores del status consideran que “el ELA es el mejor de los dos mundos: el de lariqueza norteamericana y el de la cultura caribeña”. Al parecer, esta modalidad ha generado incentivos perversos en una parte de la población, quienes se conforman con el “welfare” y el seguro de desempleo.
Esta posición la entienden los críticos como un simple pragmatismo económico, igual al practicado por los habitantes de algunas islas del Caribe que aún permanecen unidas a sus metrópolis europeas o norteamericana. Por el contrario, hay un grupo grande de intelectuales, académicos y profesionales en general que trabajan sin descanso para proyectar a Puerto Rico como un territorio con altos estándares educativos y culturales, así como con una mano de obra calificada. Esa tensión entre dos concepciones de la vida seguirá presente en la isla, y la dominancia de una u otra va a estar definida por la calidad de la educación que se imparta.
La educación es gratuita o a muy bajo costo, con grandes posibilidades para el estudiante universitario de acceder a una beca, sea para estudiar en Puerto Rico o Estados Unidos. De hecho, casi todos los profesores que conocí estudiaron su maestría o doctorado en universidades norteamericanas de prestigio con becas del gobierno federal. Las dos grandes universidades son la de Puerto Rico y la Interamericana, pública y privada respectivamente, con profesores formados mayoritariamente en los Estados Unidos.
El nivel de ingresos y el bajo costo de los vehículos convirtieron a Puerto Rico en un territorio con un parque automotor altísimo, similar a los Estados Unidos y, al igual que allá, se ha privilegiado el transporte particular en detrimento del público. Para poder soportar esa cantidad de vehículos, Puerto Rico cuenta con grandes avenidas y autopistas estilo norteamericano, que cruzan las ciudades y conectan a la isla en diferentes direcciones. Pero si el transporte público terrestre es deficiente en San Juan, por el contrario cuenta con un sistema de transporte marítimo de pasajeros, eficiente y económico, el cual extrañamente está subutilizado por la mayoría de la población. Como latinoamericano, uno sufre “envidia de la buena” al ver estas autopistas a lo largo y ancho de todo el territorio, así como el transporte marítimo de pasajeros, mientras en Colombia apenas se plantean las primeras autopistas, mucho más angostas que las puertorriqueñas, y el transporte marítimo o fluvial de pasajeros es una ilusión.
Hasta aquí mis recortes sobre Borinquen. Todo lo escrito es producto de las observaciones y de las conversaciones con amigos sobre un Puerto Rico que sigue siendo caribeño, a pesar de la presencia norteamericana por más de un siglo. Puerto Rico nos enseña que puede haber un Caribe sin tabaco, sin caña y sin guayabera.
1 Este artículo es producto de las conversaciones con muchas personas en Puerto Rico, a las cuales expreso migratitud: en primer lugar a Huberto García Muñiz, quien fue mi anfitrión en el Instituto de Estudios del Caribe (IEC) de la Universidad de Puerto Rico, Sede Río Piedras. También a Juan José Baldrich, Juan Lara y Jorge Geovanetti, profesores de la misma universidad; Jean Stubb, profesora de University of London; Oscar Mendoza y Ovidio Torres, funcionarios del IEC. También me nutrí de las conversaciones con varios de los asistentes a la “43° Conferencia Anual de la Asociación de Historiadores del Caribe”, San Juan de Puerto Rico, mayo de 2011. De todas formas, estas son mis opiniones y no las de mis interlocutores.