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Un espiritu histórico no puede tener dudas de que ha llegado el momento de la resurrección del pasado, de la afirmación del presente y la esperanza del futuro. Esto es parte de ello.
Añasco Entierro de un Bebe

Recuerdos de mi infancia

Esto lo recibí por Email. Le quité, añadí y aquí se los dejo:

Me crié en la Calle Victoria del pueblo de Añasco y estudié mis años primarios en las Escuelas Eugenio María de Hostos y Ramírez de Arellano, ya luego hice la intermedia en la Escuela Isabel Suárez, de ahí a la Superior Alcides Figueroa, que en un tiempo se llamó Muñoz Marín.

No tuve educación de perspectiva de genero. Era todo muy simple, las cosas eran como eran. Eras nene o eras nena. Lo demás era otra cosa. Y los nenes con los nenes y las nenas con las nenas. Aunque no se puede negar la verdad. Las nenas miraban a los nenes y los nenes a las nenas y cuando una nena nos gustaba le cargábamos los libros como señal de aquel platónico noviazgo.

Eso del bullying no existía. Al gordo le decíamos gordo y al flaco flaco, al negro le llamábamos negro y al jincho pues, jincho papujo. De mis amistades al día de hoy no creo que alguno haya tenido un trastorno muy grande por ese tema. Con orgullo lo digo, no ha habido ni habrá una generación más rica, en todo el sentido de la palabra que la nuestra.

En nuestra niñez no había dramas porque las situaciones se cortaban de raíz. Nos íbamos a La Puente, nos dábamos un par de gaznatás y borrón y cuenta nueva. Entonces uno se enfogonaba y nadie lo acusaba de bipolaridad.

Si te portabas mal te daban un correazo y si te ponías malcriado un tapaboca. Los niños no discutían con sus padres, los padres eran la ley y la autoridad. Los primos eran tus hermanos y los compañeros de escuela tus primos, los maestros eran modelos; y pobre del que les faltara el respeto. Cuando Papi me llevaba a la escuela siempre me decía que los maestros eran mis segundos padres y a los maestros les decía «si se porta mal le dan un buen cantazo que cuando llegue a casa yo lo arreglo»

Me enseñaron a saludar, a pedir la bendición, a despedirme, a decir gracias y a pedir permiso. Comíamos lo que nuestras madres cocinaban. No había Fast Foods Comimos arroz con habichuelas y huevo, carne con papas fritas o majadas, amarillos, arroz con salchichas, limbers, viandas con bacalao o arenques, payco -helado de una «guagua» que con su música llamaba a los que estaban cerca- para que compraran, cuando había con qué comprar. También comimos mantecado de coco y de piña, de los de Chago y Luna.

Salíamos a jugar a la calle todos juntos, toda una aventura. Jugamos a: Simón dice, 123 pescao, trompo, gallitos, jacks y nadie nos acusaba de ser nenas, y pobre del que se atreviera, a esconder, quemao, peregrina, bolita y hoyo, a brincar cuica, cacharro al esconder, pi marro, y la lluvia no era impedimento para divertirnos, tirábamos palillos de fósforos por los sardinés, o nos íbamos a la cuesta del caserío a tirar nuestros barquitos de papel. En esa cuesta, en la seca nos tirábamos en aquellos «trineos» que sustituyeron a los tirigüiri, un cajón de bacalao con ruedas de cajas de bolas que nos regalaban mi Tío Toñito o Cachimbo. Jugábamos a los vaqueros. Dicho sea de paso, que recuerde ese era el juego más violento que teníamos. Nos ponchábamos con bolas de goma y tape jugando pelota o con charpas. El softball en el llano de la sabana, donde hoy se encuentra el Residencial, hembras y varones juntos y sin complejos. Podíamos caminar de arriba para abajo, o nos montábamos en nuestras bicicletas, o nos poníamos los patines e íbamos a casa de un amigo y entrábamos a la casa como Juan por su casa, pues nuestros padres sabían quiénes eran nuestros amigos. No teníamos miedo a nada y respetábamos a nuestros ancianos. Se nos enseñó el respeto por los demás y por la propiedad ajena. Como niño, no se hablaba si un adulto estaba hablando y si por casualidad lo hacías te daban un tapabocas diciéndote: Ustedes hablan cuando las gallinas meen. ¿Y qué de la pornografía? Que recuerde, lo más pornográfico que vi fue una película de vaqueros en la que salió un caballo sin silla de montar.

Si alguien tenía una pelea, era una pelea de puños. Los niños no teníamos armas cuando crecíamos, excepto revólveres de fulminantes para jugar de vaqueros. Cómo gozábamos. Cuando se hacía de noche sabíamos que era hora de entrar a la casa. De vez en cuando nos quedábamos afuera para hablar del cuco o historias de miedo, a jugar barajas o hacer chistes. Por lo general el punto era frente a mi casa.

No había tecnología disponible, lo más tecnológico que teníamos eran dos potes de leche amarrados uno a cada extremo de un largo cordoncillo para hablarnos a distancia. Con ayuda de los adultos construíamos carros de madera con ruedas de latas de salchichas.

Nos entreteníamos viendo la programación local de TV en casa de mis abuelos Goyo y Ana. Que mucho me reí con Gaby Fofo y Miliky, el Payaso Pinocho, Paquito, Canito y María de Jesús quienes para mí fueron los precursores de El Chavo del 8. Más tarde llegaron Los Picapiedras, El correcaminos. Y qué me dicen del Rancho Wapa con Mickey Miranda. Leiamos las comicas de Archie, la Pequeña Lulú, Batman, el Llanero Solitario y Tarzán, etc y las intercambiabamos. De ahí nació mi afición por el dibujo y la pintura.

Hoy miro a nuestro alrededor, y extraño a Meleto, Mon el Gato, Nacho, Lipe, Quique Queso, Ceferino con sus pasteles, los coquitos de Miguel Estévez -nunca he probado unos mejores- el hojaldre de Frank Aponte, Luis el Piragüero, Oquendo y su vigorón de maíz y las panas de pepitas, Chago y Luna con sus helados, Berto y Miguel el Loco, Juan Comepan -no ha habido quien doble las campanas mejor que él-, Zumbo, Teresa la Partera, la longaniza y butifarra de Tomás Ujaque, el mondongito de Pedro Barbosa, el Café El Gallito de Toño Gochiche, la pasta de mangó de los García, los pollos de Petain, Nino con sus dulces frente al cine, las canciones de Salamán Luis Lebrón y Felipe Rodríguez en la vellonera del cafetín de Popón y Crucita, los limpiabotas frente a la placita del soldado -Kimbi, Cheo-, los rellenos de papa de Chú, el maví de Martín donde esta la funeraria Los Ángeles hoy día, también la tienda de Facio donde era la mueblería de Chin Hernandez, La Campesina de Geño González, el famoso Coje la Orilla, la fuente de soda de doña Ana, los helados de Víctor Perez, las frituras de Peluche el de Pagan, el 3 y 2 de Cheo Carrero -2 centavos de pan y 3 de piquito, la taberna India de Juan Garcia y el Canal 2 y Qué en el Mayuco, Piliche el de pagan, las frituras de Monona, La Tuya de Mario Esclabón, la tienda de Feliciano donde es hoy la Plaza del Mercado, la tienda de Moncho Ramos, el Casino en los altos del Colmado y Panadería Estévez, a Neco y Carmen en la farmacia Brau, Marianito y su esposa en la Farmacia Santos frente al Doctor Montalvo, la gomera de Ulpiano y mucho antes a Berga arreglando gomas, Valé el boxeador, Chuche Navajita, Roldán el de la Sanidad. Y ya en la adolescencia extraño las serentas que dábamos con el primo Eddie Cruz, y el Trío improvisado con Freddie Mota, Wally Soto y yo, pero más que nada las serenatas en el cementerio el Día de los Difuntos a las Madres ya muertas, al son de Mama vieja, yo le canto desde aquí, esta samba que una vez le prometí; usted se fue para el cielo y mi alma llora y suspira.Tuvimos la mejor niñez y nos damos cuenta ahora.

Dicen que la educación y la corrección que tuvimos jamás se compara con la actual, y puede que sea cierto, mas olvidamos que esta actualidad en gran parte es obra nuestra, no tanto por lo que hicimos, sino por lo que dejamos de hacer. Prostituímos la dignidad humana y hoy gritamos y pretendemos que nuestra juventud la restituya.

Cuidemos a nuestros hijos y nietos de una sociedad resquebrajada que va en decadencia. Si lo hacemos, acaso un día nuestros jóvenes entenderán la razón por la que un loco flaco y un gordo loco se van por el mundo haciendo peripecias, o el por qué un cobarde deambula en las noches por un cementerio con una calavera en sus manos por no haber tenido el valor de vengar la muerte de su padre, o la razón por la que cientos de hombres se despanzurran a los pies de una muralla por culpa de una vieja seducida, y tal vez no tengamos que escuchar el que nos recuerden las últimas palabra de la madre de Boabdil el último rey moro: «No lloremos como mujeres lo que no supimos defender como hombres.»

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