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Un espiritu histórico no puede tener dudas de que ha llegado el momento de la resurrección del pasado, de la afirmación del presente y la esperanza del futuro. Esto es parte de ello.
Vieques: unos antecedentes

Vieques: unos antecedentes

Mario R. Cancel Sepúlveda- El laboratorio más original y prometedor para el futuro de la resistencia de todo tipo en el Puerto Rico de la década de 1990 giró alrededor de las prácticas de la Marina de Guerra de Estados Unidos en la isla municipio de Vieques. No hay que olvidar que la anexión de Puerto Rico fue producto de un acto bélico en el cual aquel cuerpo armado cumplió un papel protagónico. Las posesiones insulares eran fundamentales para la defensa de aquel país y para sus proyectos hegemónicos en el hemisferio sur. Los asuntos de Puerto Rico habían estado bajo la jurisdicción del Departamento de Guerra por lo menos hasta 1934 cuando pasaron a la del Departamento de Interior. Una cosa era ser colonia ultramarina bajo la supremacía de los republicanos antes de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), y otra muy bajo la de los demócratas después de la depresión económica (1929).

A lo largo del siglo 20 el interés primordial de las fuerzas armadas, que se había centrado en la isla de Culebra desde 1902, se había ido desplazando en otras direcciones. Cuando en 1913 José De Diego Martínez articulaba su polémica petición de “Independencia con Protectorado”, ofrecía a Estados Unidos la posesión permanente de Culebra. De igual modo, cuando en 1936, Myllard Tydings presentaba su alternativa de independencia en el Congreso, la posesión de Culebra era una de sus condiciones para la aprobación del mismo. La Segunda Guerra Mundial (1939-1945) y el inicio de la Guerra Fría (1947-1991) alteraron aquel consenso.

En 1947 el proyecto de la Marina de Guerra y el gobierno local, encabezado por Muñoz Marín desde el Senado ya camino a convertirse en el primer gobernador electo por voto popular en la colonia, consistía en despoblar la isla municipio de Culebra y de Vieques con el fin de ponerlas al servicio de las fuerzas armadas y dedicarlas por entero a fines militares. Aquel proyecto, que ha sido comentado en una excelente publicación por la historiadora Evelyn Vélez Rodríguez, se conoció con el mediático pero sugerente nombre de “Plan Drácula” (1958-1964). El escenario de la Guerra Fría y el conflicto de Corea (1951-1953) que animaron el temor irracional a la “amenaza roja”, justificaron el uso de las tierras ocupadas para prácticas de tiro lo mismo con bala “inerte” o de bajo impacto que con bala “viva”. Las zonas de práctica de combate también se convirtieron en un negocio lucrativo para la milicia en la medida en que las mismas eran arrendadas a países aliados para fines análogos. Las presiones psicológicas que imponía el anticomunismo durante aquella época poseían un poder material incuestionable que debería investigarse con cuidado ahora que las mismas han sido dejadas atrás. En aquel ámbito, muchas de las acciones de Estados Unidos en Puerto Rico, su colonia caribeña, eran apropiadas como una garantía contra la agresión comunista por lo que eran bienvenidas lo mismo por la clase política que por el ciudadano común.

Cuando cesaron las prácticas de combate en la isla de Culebra (1973-1975), sólo se había ganado una batalla más en una guerra que parecía no tener fin. El abandono de Culebra justificó que los ejercicios bélicos fuesen reconcentraron en la vecina Vieques bajo las misma condiciones. En un territorio acostumbrado a la presencia de Estados Unidos y con un movimiento nacionalista y socialista en crisis, la protesta de fuerte contenido político dominante no parecía ser convincente. El activismo social, político y cultural de la década de 1960 estimuló la articulación de otros discursos alternativos que, sin dejar de reconocer que la asimetría colonial era parte importante del problema de Vieques, el mismo no podía reducirse a simples factores políticos. El fin de la Guerra Fría había disminuido la legitimidad de aquellos argumentos que para muchos resultaban simplificadores y que evadían la complejidad del problema. La lógica de muchos observadores era que, si Puerto Rico había dejado de ser una clave militar en la era de la posguerra fría, la permanencia de las prácticas de combate en la isla municipio ya no era necesaria.

Vieques: un nuevo tipo de activismo

El innovador activismo comenzó a señalar los efectos contaminantes de las prácticas de combate. Las aguas, el aire, los suelos eran víctimas de aquel ejercicio pueril. Los desperdicios sólidos, residuos nucleares y en mismo ruido fueron objeto de crítica por el efecto que podían tener en la pesca y la salud de los pobladores. Por otro lado, el activismo cultural se quejaba de que la isla de Vieques, por su ubicación en la cadena de islas antillanas, era uno de los repositorios naturales con mayor potencial arqueológico del país, riqueza que se encontraban amenazada por las prácticas de combate. En general, sin dejar a un lado la crítica política, los señalamientos se diversificaban.

Los observadores aceptaban que las actividades de la marina habían deprimido, en lugar de estimular, la economía de la isla municipio y que su potencial pesquero y turístico dejaba mucho que desear. Las estadísticas oficiales confirmaban el alegato. En 1999 el desempleo en Vieques era de un 18.6 %, es decir, 7 % más alto que en la isla grande, mientras la Marina de Guerra empleaba tan solo 120 personas de la isla para suplir servicios civiles y de seguridad. El 19 de abril de aquel año, un avión F-18 lanzó una bomba de 500 libras que erró el objetivo y mató a un guardia de seguridad, David Sanes Rodríguez, e hirió a otros cuatro obreros. El incidente se mundializó de inmediato y fue la chispa de una intensa campaña que, a la larga, consiguió un acuerdo que condujo al fin de las prácticas para el año 2003.

“Todo Puerto Rico con Vieques”, un grupo amplio de la sociedad civil, fue la primera experiencia de lucha político, social y mediática en la posguerra fría y la era neoliberal. En medio de las propuestas nacionalistas y socialistas, un historiador estaba a la cabeza del proyecto: José Paralitici. El activismo de aquella organización popular cambió la tesitura de las luchas colectivas en el país a principios del siglo 21. Los elementos innovadores fueron muchos. Aquellos combates por Vieques fueron el escenario del “fenómeno Tito Kayak”.

Alberto de Jesús Mercado, con su protesta espectacular, cambió el panorama de la resistencia político social de una forma sin paralelo hasta el presente. Su “captura” junto a otros cinco activistas en el piso superior de la Estatua de la Libertad en Liberty Island, Manhattan el 5 de noviembre de 2000 tras colocar una bandera de Puerto Rico en su frente, consiguió llamar la atención del mundo sobre el tema de la isla municipio. En el acto había algo de aventurerismo combinado con una buena dosis de activismo mediático cuyos efectos concretos estaban por verse.

Bajo aquellas circunstancias innovadoras, la protesta contra las fuerzas navales de Estados Unidos en Vieques se convirtió en punto de peregrinación que llamó la atención de figuras de los medios masivos de comunicación y de la vida pública que aceptaban ser arrestadas por una causa legítima. Ese fue el caso de Edward James Olmos, conocido actor; o de José “Chegüí” Torres, excampeón de boxeo retirado, entre otros muchos que la prensa se ocupaba de mostrar en su planas.

Más allá del atractivo que la causa de Vieques producía, lo cierto es que el incidente Sanes Rodríguez tuvo el suficiente poder de convocatoria para movilizar personas de todas las tendencias políticas, ideológicas o religiosas sin problema aparente por el hecho de que no había sido un asesinato político sino producto de un error humano o de cálculo. En 11 de noviembre de 1979, un militante de la Liga Socialista Puertorriqueña, Ángel Rodríguez Cristóbal, había muerto en condiciones sospechosas en prisión federal en Tallahassee, Florida, donde cumplía una condena tras haber sido arrestado en la isla de Vieques. A pesar de que las autoridades indicaron que se trataba de un suicidio las circunstancias apuntaban en otra dirección. La muerte del militante de Ciales nunca se convirtió en una causa común de tanto arraigo como la de Sanes Rodríguez.

La impresión que deja aquel proceso es que las circunstancias de la muerte accidental de Sanes Rodríguez, un amigo de la Marina de Guerra que trabajaba para ella, “despolitizó” el issue y permitió llamar la atención sobre su filo “humanitario”. Las izquierdas, fuesen socialdemócratas o socialistas, y los nacionalistas, se sumaron y acomodaron a una ola humanitaria que no podían frenar. El otro aspecto que garantizó el amplio apoyo popular fue que la “desobediencia civil” y la “resistencia pasiva”, más que la confrontación, se habían impuesto como táctica. Los efectos que tuvo ese proceso de ajuste tanto en el lenguaje como en su praxis de la resistencia antisistémica, todavía no se ha investigado con formalidad. Del mismo modo, la pregunta de cuánto cambió la recepción de los sectores rebeldes por parte del puertorriqueño común que siempre lo había identificado como una fuerza hostil y antiamericana, tampoco ha sido respondida.

Un recurso relacionado con la revolución informática que favoreció la generalización de la causa viequense y su rápida difusión, fue la posibilidad de la protesta virtual o no presencial que ofrecía la Internet. El acceso a la información, fidedigna o no, a través de un terminal de procesadora por medio de una lista de mensajes, el correo electrónico, los mensajeros o un hogar virtual, afectó el panorama de esa y otras luchas. El proceso de desenvolvimiento hacia los espacios del “revolucionario virtual” o lo que hoy se denomina “slacktivismo” o “activismo de sofá”, había comenzado a pesar de que todavía estaba la tecnología lejos de la consolidación del microblogueo (Twitter) y las comunidades virtuales (Facebook), fenómenos de mediados de la década de 2001 a 2010.

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